¿Puedes oír la quebrada en la montaña?
Un maestro zen caminaba en silencio con uno de sus discípulos por un sendero de la montaña. Cuando llegaron donde había un cedro antiguo, se sentaron para comer su merienda sencilla a base de arroz y verduras. Después de comer, el discípulo, un monje joven que no había descubierto todavía la clave del misterio del Zen, rompió el silencio para preguntar: "maestro, ¿como puedo entrar en Zen?"
Obviamente se refería a la forma de entrar en el estado de la conciencia que es el Zen.
El maestro permaneció en silencio. Pasaron casi cinco minutos durante los cuales el discípulo aguardó ansiosamente la respuesta. Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el maestro le preguntó repentinamente, "¿oyes el sonido de esa quebrada en la montaña"?
El discípulo no se había percatado de ninguna quebrada. Estaba demasiado ocupado pensando en el significado del Zen. Entonces prestó atención al sonido y su mente ruidosa comenzó a aquietarse. Al principio no oyó nada. Después, sus pensamientos dieron paso a un estado de alerta, hasta que escuchó el murmullo casi imperceptible de una quebrada en la distancia.
"Sí, ahora lo oigo", dijo.
El maestro levantó un dedo y con una mirada a la vez dura y gentil, le dijo, "Entra al Zen desde allí".
El discípulo quedó asombrado. Fue su satori, un destello de iluminación. Sabía lo que era el Zen sin saber qué era lo que sabía.
Después siguieron su camino en silencio. El discípulo no salía de su asombro al sentir la vida del mundo que lo rodeaba. Lo experimentó todo como si fuera la primera vez. Sin embargo, poco a poco comenzó a pensar nuevamente. El ruido de su mente sofocó nuevamente la quietud de su conciencia y no tardó en formular otra pregunta: "maestro", dijo, "he estado pensando. ¿Qué hubiera dicho usted si yo no hubiera logrado oír la quebrada en la montaña?" El maestro se detuvo, lo miró, levantó el dedo y dijo, "Entra al Zen desde allí".
LA ACCIÓN CORRECTA
El ego pregunta: ¿cómo puedo hacer que esta situación satisfaga mis necesidades, o cómo puedo llegar a otra situación que en efecto satisfaga mis necesidades?
La Presencia es un estado de amplitud interna. Cuando estamos presentes, preguntamos, "¿cómo reacciono a las necesidades de esta situación, de este momento?" En realidad ni siquiera necesitamos hacer la pregunta. Estamos quedos, alertas, abiertos a lo que es. Aportamos una nueva dimensión a la situación: espacio. Entonces observamos y oímos. Y así nos volvemos uno con la situación. Si en lugar de reaccionar contra la situación, nos fundimos en ella, la solución emana de la situación misma. En realidad, no es nuestra persona quien observa y oye, sino la quietud misma. Entonces, si la acción es posible o necesaria, optamos por una acción, o mejor aún, la acción correcta sucede a través de nosotros. La acción correcta es aquella que es apropiada para el todo. Cuando se cumple la acción queda la quietud, el espacio, el estado de alerta. No hay quien lance los brazos al aire en señal de triunfo ni vocifere un "¡Sí!" desafiante. No hay nadie que diga, "Vean, eso es obra mía".
El espacio interior es la fuente de toda creatividad. Una vez lograda la creación, la manifestación de la forma, debemos mantenernos atentos para que no surja la noción de que esa forma es "mía". Cuando nos damos el crédito por lo logrado es porque el ego está de vuelta y ha relegado a segundo plano ese vasto espacio.
PERCIBIR SIN NOMBRAR
La mayoría de las personas tienen apenas una conciencia periférica del mundo que las rodea, especialmente cuando los alrededores son conocidos. La voz de su mente absorbe la mayor parte de su atención. Algunas personas se sienten más vivas cuando viajan y visitan lugares desconocidos o países extraños porque en ese momento su sentido de la percepción, de la experiencia, ocupa mayor parte de su conciencia que los pensamientos. Se tornan más presentes; otras permanecen completamente poseídas por la voz de su mente aún en esos momentos. Sus juicios instantáneos distorsionan sus percepciones y experiencias. Es como si no hubieran salido de sus casas. El único que se desplaza es el cuerpo, mientras que ellas se quedan donde siempre han estado: dentro de sus cabezas.
Esta es la realidad de la mayoría de las personas: tan pronto como perciben algo, el ego, ese ser fantasma, le da un nombre, lo interpreta, lo compara con otra cosa, lo acepta, lo rechaza o lo califica de bueno o malo. La persona es prisionera de las formas de pensamiento, de la conciencia del objeto.
No es posible despertar la espiritualidad hasta tanto cese la urgencia compulsiva por nombrar o hasta tomar conciencia de ella y poder observarla en el momento en que sucede. Es nombrando constantemente que el ego mantiene su lugar en la mente no observada. Cuando cesa el impulso de nombrar, e incluso en el momento mismo en que tomamos conciencia de él, se abre el espacio interior y nos liberamos de la posesión de la mente.
Tome algún objeto que tenga a la mano (un bolígrafo, una silla, una taza, una planta) y explórelo visualmente, es decir, mírelo con gran interés, casi con curiosidad. Evite los objetos con asociaciones personales fuertes que le recuerden el pasado, por ejemplo, el lugar donde lo adquirió, la persona de quien lo recibió, etcétera. Evite también cualquier cosa que tenga letras encima como un libro o un frasco, porque estimularía el pensamiento. Sin esforzarse, concentre toda su atención en cada uno de los detalles del objeto, manteniéndose en un estado de alerta pero relajado. En caso de que aflore algún pensamiento, no se deje arrastrar por él.
No son los pensamientos los que le interesan sino el acto mismo de percibir. ¿Puede eliminar los pensamientos? ¿Puede mirar sin que la voz de su mente comente, llegue a conclusiones, compare o trate de dilucidar algo? Después de un par de minutos, dirija su mirada a su alrededor, haciendo que su atención ilumine cada cosa sobre la cual se pose.
Después lleve su atención a los sonidos que se producen a su alrededor. Escuche de la misma manera como observó los objetos, algunos sonidos pueden ser naturales (el agua, el viento, los pájaros), mientras que otros son hechos por el hombre. Algunos son agradables, mientras que otros pueden ser desagradables. Sin embargo, no trate de diferenciar entre los buenos y los malos. Permita que cada sonido sea como es, sin interpretaciones. La clave, nuevamente, es el estado de alerta y atención.
Cuando miramos y escuchamos de esa manera, tomamos conciencia de un sentido de calma sutil y quizás casi imperceptible en un principio. Algunas personas lo sienten como una quietud en el fondo, otras hablan de una sensación de paz. Cuando la conciencia no está completamente absorta en los pensamientos, parte de ella permanece en su estado original informe, y no condicionado. Ese es el espacio interior.
¿Quién es el experimentador?
Lo que vemos, oímos, saboreamos, tocamos y olemos son, naturalmente, objetos de los sentidos. Son las cosas que experimentamos. Pero, ¿quién es el sujeto, el experimentador? Si usted en este momento dice, "bueno, pues claro que el experimentador soy yo, Pedro Pérez, contador, de cuarenta y cinco años, divorciado, padre de dos hijos", estará equivocado. Pedro Pérez y todo aquello con lo cual se identifique el concepto mental de Pedro
Pérez, son los objetos de la experiencia, no el sujeto que tiene la experiencia.
Son tres los posibles ingredientes de toda experiencia: las percepciones sensoriales, los pensamientos o las imágenes mentales y las emociones. Son pensamientos Pedro Pérez, contador, de cuarenta y cinco años, divorciado, padre de dos hijos y, por tanto, son parte de su experiencia en el momento en que pasan por su mente. Ellos y todo lo demás que usted pueda decir o pensar acerca de usted mismo son los objetos, no el sujeto. Son la experiencia, no el experimentador. Usted podría agregar miles de definiciones más (pensamientos) acerca lo que es usted y sin duda alguna crecería la complejidad de su experiencia (y también los ingresos de su psiquiatra), pero no es ése el camino para descubrir al experimentador, el cual es anterior a todas las experiencias pero sin el que no habría experiencia.