No estoy diciendo que ayudar a los demás, ver por los hijos o aspirar a la excelencia en cualquier campo no merezcan la pena. Para muchas personas, son un aspecto importante de su propósito externo, pero éste por sí solo siempre es relativo, inestable y transitorio. Pero no significa que usted deba abstenerse de hacer todas esas cosas. Significa que debe conectarlas con su propósito primario interno, de tal manera que pueda imprimir un significado más profundo a todo lo que haga.
Cuando no vivimos en consonancia con nuestro propósito primario, cualquiera que sea el propósito que tengamos en la vida, aunque sea crear el cielo en la tierra, provendrá del ego o sucumbirá con el tiempo. Tarde o temprano, llevará al sufrimiento. Si usted desconoce su propósito interno, todo lo que haga, aunque parezca espiritual, llevará la marca del ego y, por tanto, acabará por corromperse. El dicho de que "el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones" apunta a esa verdad. En otras palabras, no son las metas ni los actos los que son primordiales sino el estado de conciencia del cual emanan. Alcanzar el propósito primario equivale a sentar las bases para una nueva realidad, una nueva tierra. Una vez construidos esos cimientos, el propósito externo se carga de poder espiritual porque las metas y las intenciones se funden con el impulso evolutivo del universo.
La separación entre el pensamiento y la conciencia, que es el centro del propósito primario, sucede cuando negamos el tiempo.
Claro está que no nos referimos a la aplicación práctica del tiempo como concertar una cita o planear un viaje. No nos referimos al tiempo del reloj, sino al tiempo psicológico, es decir, el hábito afianzado de la mente de buscar la plenitud de la vida en el futuro donde no es posible hallarla y haciendo caso omiso de la única puerta de acceso a ella: el momento presente.
Cuando consideramos que lo que somos o hacemos es el propósito principal de nuestra vida, negamos el tiempo. Esto proporciona un poder inconmensurable. Negar el tiempo en lo que hacemos también crea la conexión entre el propósito interno y el externo, entre el Ser y el hacer. Cuando negamos el tiempo, negamos el ego. Todo lo que hagamos tendrá una calidad extraordinaria porque el hacer mismo se convierte en el centro de nuestra atención. Nuestro hacer se convierte entonces en el canal a través del cual penetra la conciencia en este mundo. Esto significa que hay calidad en lo que hacemos, hasta en las cosas más insignificantes, como voltear las páginas del directorio telefónico o cruzar una habitación. El propósito principal de voltear las páginas es voltear las páginas; el propósito secundario es hallar un número telefónico. El propósito principal de cruzar la habitación es cruzar la habitación; el propósito secundario es tomar un libro que está del otro lado, y tan pronto como se toma el libro, ése se convierte en el propósito principal.
Quizás usted recuerde la paradoja del tiempo a la cual hicimos referencia anteriormente: todo lo que hacemos consume tiempo y, no obstante, siempre lo hacemos en el ahora. Entonces, si bien nuestro propósito interno es negar el tiempo, el propósito externo se relaciona necesariamente con el futuro y no podría existir sin el tiempo, pero siempre es secundario. Cada vez que sentimos angustia o tensión es porque otro propósito se ha adueñado de nosotros y hemos perdido de vista nuestro propósito interno. Hemos olvidado que lo primario es nuestro estado de conciencia y que todo lo demás es secundario.
¿Acaso vivir de esa manera no me impedirá tratar de lograr algo excepcional? Mi temor es permanecer encadenado a las minucias el resto de mi vida, a cosas inconsecuentes. Temo no salir nunca de la mediocridad, no atreverme jamás a lograr algo extraordinario, no realizar mi potencial.
De las cosas pequeñas a las cuales honramos y proporcionamos cuidados nacen las cosas grandes. La vida de todas las personas realmente está hecha de detalles. La grandeza es una abstracción mental y una fantasía del ego. La paradoja está en que la base de la grandeza está en honrar los detalles del presente en lugar de perseguir la idea de la grandeza. El momento presente siempre es pequeño en el sentido de que siempre es simple, pero en él se encarna el mayor de los poderes. Como el átomo, que es una de las cosas más pequeñas pero que encierra un poder enorme. Es sólo cuando estamos en consonancia con el momento presente que logramos acceso a ese poder. Pero podría ser más atinado decir que ese poder tiene entonces acceso a nosotros, y a través nuestro, al mundo. Jesús se refirió a este poder cuando dijo, "Estas palabras no vienen de mí. El Padre que está en mí obra por mí".' La ansiedad, la tensión, y la negatividad nos aíslan de ese poder. La ilusión de estar separados del poder que dirige el universo se manifiesta nuevamente. Nos sentimos solos para luchar contra algo o para tratar de lograr alguna cosa u otra. ¿Pero cuál es el origen de la ansiedad, la tensión o la negatividad? El hecho de habernos apartado del momento presente. ¿Y a qué se debió eso? Al hecho de haber pensado que otra cosa era más importante. El haber olvidado nuestro propósito principal. Una pequeña equivocación, un error de percepción, y el resultado es un mundo de sufrimiento.
A través del momento presente tenemos acceso al poder de la vida misma. Aquello a lo cual hemos denominado "Dios". Tan pronto como nos apartamos de él, Dios deja de ser una realidad en la vida y lo único que nos queda es el concepto mental de Dios, el cual tiene seguidores y detractores. Hasta el hecho de creer en Dios es un mal sustituto de la realidad viviente de Dios que se manifiesta en cada momento de la vida.
¿Acaso la armonía total con el presente no se traduce en el fin de todo movimiento? ¿Acaso la existencia de una meta cualquiera no implica una perturbación transitoria de la armonía con el momento presente y quizás el restablecimiento de esa armonía a un nivel más elevado o más complejo una vez alcanzada esa meta? Imagino que la semilla que trata de salir de la tierra tampoco puede estar en armonía total con el momento presente porque su meta es convertirse en árbol. Quizás cuando alcance la madurez pueda vivir en armonía con el momento presente.
La semilla no desea nada porque está en unión con la totalidad y la totalidad actúa a través de ella. "¿Por qué preocuparse por la ropa? "Miren cómo crecen las flores del campo que no trabajan ni tejen", dijo Jesús. "Y yo les aseguro que ni Salomón en el esplendor de su gloria se vistió como una de esas flores".2 Podríamos decir que la totalidad, es decir, la Vida, no se considera separada de la vida, y por tanto, no desea nada para sí misma. Es una con lo que la Vida desea. Es por eso que no sufre de tensión ni de ansiedad. Y si debe morir prematuramente, muere serenamente. Su entrega en la muerte es tan total como en la vida. Intuye su arraigo en el Ser, en la Vida informe única y eterna, por primitiva que sea su intuición.
Al igual que los sabios taoístas de la antigua China, Jesús nos remite a la naturaleza porque ve en ella el poder en acción, cuyo contacto han perdido los seres humanos. Es el poder creador del universo. Jesús nos dice que si Dios ha vestido así a las flores silvestres, ¿no hará mucho más por nosotros? Eso quiere decir que aunque la naturaleza es una expresión maravillosa de la fuerza evolutiva del universo, cuando los seres humanos estamos en consonancia con la inteligencia de base, podremos expresar esa misma fuerza en un nivel más elevado y asombroso.