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Pero no podemos honrar realmente las cosas si las utilizamos para fortalecer nuestro ser, es decir, si tratamos de encontrarnos a través de ellas. Eso es exactamente lo que hace el ego. La identificación del ego con las cosas da lugar al apego y la obsesión, los cuales crean a su vez la sociedad de consumo y las estructuras económicas donde la única medida de progreso es tener siempre más. El deseo incontrolado de tener más, de crecer incesantemente, es una disfunción y una enfermedad. Es la misma disfunción que manifiestan las células cancerosas cuya única finalidad es multiplicarse sin darse cuenta de que están provocando su propia destrucción al destruir al organismo del cual forman parte. Algunos economistas están tan apegados a la noción de crecimiento que no pueden soltar la palabra y entonces hablan de "crecimiento negativo" para referirse a la recesión.

Muchas personas agotan buena parte de su vida en la preocupación obsesiva por las cosas. Es por eso que uno de los males de nuestros tiempos es la proliferación de los objetos. Cuando perdemos la capacidad de sentir esa vida que somos, lo más probable es que tratemos de llenar la vida con cosas. A manera de práctica espiritual, le sugiero investigar su relación con el mundo de las cosas observándose a si mismo y, en particular, observando las cosas designadas con la palabra "mi". Debe mantenerse alerta y ver honestamente si su sentido de valía está ligado a sus posesiones. ¿Hay cosas que inducen una sensación sutil de importancia o superioridad? ¿Acaso la falta de esas cosas le hace sentir inferior a otras personas que poseen más que usted? ¿Menciona casualmente las cosas que posee o hace alarde de ellas para aparecer superior a los ojos de otra persona y, a través de ella, a sus propios ojos? ¿Siente ira o resentimiento cuando alguien tiene más que usted o cuando pierde un bien preciado?

EL ANILLO PERDIDO

Cuando servía de consejero y maestro espiritual, estuve visitando dos veces por semana a una mujer invadida por el cáncer. Tenía cuarenta y tantos años y era maestra de escuela. Los médicos le habían pronosticado apenas unos cuantos meses de vida. Algunas veces pronunciábamos unas pocas palabras durante esas visitas, pero la mayoría de las veces nos sentábamos en silencio. Fue así como comenzó a tener los primeros destellos de su quietud interior, la cual no había aprendido a conocer durante sus años agitados como educadora.

Sin embargo, un día la encontré desesperada y enojada. "¿Qué pasó?" le pregunté. No encontraba su anillo de diamante, el cual tenía un valor monetario y sentimental muy grande, y me dijo que estaba segura de que lo había robado la mujer que iba a cuidarla durante unas horas todos los días. Dijo que no entendía cómo alguien podía ser tan cruel y despiadado como para hacerle eso a ella. Me preguntó si se debía enfrentar a la mujer o si sería mejor llamar a la policía inmediatamente. Le dije que me era imposible decirle lo que debía hacer pero le pedí que reflexionara acerca de la importancia que un anillo, o cualquier otra cosa, podía tener para ella en ese momento de su vida. "No entiende", me respondió. "Era el anillo de mi abuela. Lo usé todos los días hasta que enfermé y se me hincharon las manos. Es más que un anillo para mí. ¿Cómo podría estar tranquila?"

La rapidez de su respuesta y el tono airado y defensivo de su voz me indicaron que todavía no estaba lo suficientemente anclada en el presente para mirar en su interior y separar su reacción del evento a fin de observarlos ambos. La ira y la defensividad eran señales de que el ego hablaba a través de ella. Entonces le dije, "Le haré unas cuantas preguntas, pero en lugar de responderlas inmediatamente, trate de encontrar las respuestas en su interior. Haré una pausa breve entre cada una. Cuando le llegue la respuesta, quizás no llegue en forma de palabras". Dijo estar lista para escucharme. Entonces pregunté: "¿Se da cuenta de que tendrá que separarse del anillo en algún momento, quizás muy pronto? ¿Cuánto tiempo más necesita para desprenderse de él? ¿Perderá algo como persona cuando se desprenda de él? ¿Acaso ese ser que es usted se ha disminuido a causa de la pérdida?" Hubo unos minutos de silencio después de la última pregunta.

Cuando comenzó a hablar nuevamente sonreía y parecía sentirse en paz. "Con la última pregunta caí en cuenta de algo importante. Primero busqué una respuesta en mi mente y lo que oí fue, 'por supuesto que te sientes disminuida'. Entonces me hice la pregunta nuevamente, '¿acaso esa que soy yo se ha disminuido?' pero tratando de sentir en lugar de pensar la respuesta. Y entonces sentí lo que soy. No había sentido eso antes. Si logro sentir lo que soy tan fuertemente, entonces esa que soy yo no se ha disminuido para nada. Todavía lo siento; es una sensación de paz pero muy vívida". "Esa es la alegría de Ser", le dije. "La única manera de sentirla es saliendo de la mente. El Ser se debe sentir, no se puede pensar. El ego lo desconoce porque está hecho de pensamiento. El anillo estaba realmente en su mente en forma de pensamiento, el cual usted confundió con el sentido de lo que Es. Pensó que esa que usted Es o una parte suya estaba en el anillo".

"Todo aquello que el ego persigue y a lo cual se apega son sustitutos del Ser que el ego no puede sentir. Usted puede valorar y cuidar las cosas pero si siente apego es porque es cosa del ego. Y realmente no nos apegamos nunca a las cosas sino al pensamiento que incluye las nociones de 'yo', 'mi' o 'mío'. Siempre que aceptamos totalmente una pérdida, trascendemos el ego, y entonces emerge lo que somos, ese Yo Soy que es la conciencia misma". Entonces ella dijo, "ahora comprendo algo que dijo Jesús y a lo cual nunca le había encontrado mucho sentido: 'Si alguien te pide la camisa, entrégale también tu capa". "Así es", le respondí. "No significa que no debamos cerrar la puerta. Significa que algunas veces desprenderse de las cosas es un acto mucho más poderoso que el hecho de defenderlas o de aferrarse a ellas".

En las últimas semanas de vida su cuerpo se debilitaba, pero ella se tornó cada vez más radiante, como si una luz brillara en su interior. Regaló muchos de sus bienes, algunos a la mujer de quien sospechaba había tomado el anillo, y con cada cosa que entregaba ahondaba su dicha. Cuando la madre me llamó para anunciarme la noticia de su muerte, también mencionó que habían encontrado el anillo en el botiquín del baño. ¿Acaso la mujer devolvió el anillo, o había estado ahí todo el tiempo? Nunca lo sabremos. Pero algo sí sabemos. La vida nos pone en el camino las experiencias que más necesitamos para la evolución de nuestra conciencia. ¿Cómo saber si ésta es la experiencia que usted necesita? Porque es la experiencia que está viviendo en este momento.

¿Es un error sentirnos orgullosos de lo que poseemos o resentir a los demás por tener más que nosotros? En lo absoluto. Esa sensación de orgullo, la necesidad de sobresalir, el aparente fortalecimiento del saber en virtud del "más" y la mengua en virtud del "menos" no es algo bueno ni malo: es el ego. El ego no es malo, sencillamente es inconsciente. Cuando nos damos a la tarea de observar el ego, comenzamos a trascenderlo. No conviene tomar al ego muy en serio. Cuando detectamos un comportamiento egotista, sonreímos. A veces hasta reímos. ¿Cómo pudo la humanidad tomarlo en serio durante tanto tiempo? Por encima de todo, es preciso saber que el ego no es personal, no es lo que somos. Cuando consideramos que el ego es nuestro problema personal, es sólo cuestión de más ego.

LA ILUSIÓN DE LA PROPIEDAD

¿Qué significa realmente ser "dueños" de algo? ¿Qué significa el que algo sea "mío". Si parados en la mitad de una calle en Nueva York señalamos un rascacielos y decimos, "Ese edificio es mío, me pertenece", o bien es porque somos muy ricos o mentirosos o locos. En todo caso, contamos una historia en la que la forma mental "yo" y la forma mental "edificio" se confunden en una sola. Es así como funciona el concepto mental de la propiedad. Si todo el mundo coincide con nuestra historia, se producirán unos documentos para certificar ese acuerdo. Entonces somos ricos. Si nadie está de acuerdo con la historia, terminaremos donde el psiquiatra. Entonces somos locos o mitómanos.