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Yo qué sé, a mí qué me dices.

¿Tú qué dices que se encontró la ecuatoriana? Tú dilo, lo que sea.

A tu tío Cosme.

A mi tío Cosme, vale, pero a mi tío Cosme haciendo qué.

Yo qué sé, yo qué sé qué hacía tu tío Cosme.

Lo que se estaba haciendo empieza por P, Rosario, por P.

¿Se estaba haciendo una paja?

Milagros no podía seguir de la risa que le daba: ¡Una paja, Rosario, una paja, mi tío, en el salón!

Ay, qué asco más grande, no me lo cuentes.

Si todavía se la hiciera en la cama, Rosario, como todo el mundo, tiene su lógica, pero el tío marrano se va al salón, y la ecuatoriana que lo ve meneándosela al lado del estor, se pone a atar cabos y dice, este cerdo cuando acaba se limpia con el estor, y la ecuatoriana se quiere ir porque dice que ella no puede quitarse de la cabeza el haber limpiado esas manchas de mi tío Cosme, y que a ver si mi tío le ha pegado alguna enfermedad. Es que es para mearse, Rosario.

¿Y qué dijo tu tío cuando la vio entrar?

Eso es lo mejor, que a mi tío no se le ocurre otra cosa que decirle a la ecuatoriana: «Ay, Asunción, perdona, que se me ha ido el santo al cielo y no me he dado cuenta de que era tan tarde». ¡Será anormal el tío! ¿A ti te dice eso mi tío Cosme y tú qué es lo primero que piensas?

No sé…

Cómo que no sabes, pues lo que piensas es: este tío marrano se hace una paja todas las mañanas antes de que yo entre por la puerta. ¿O tú no pensarías eso?

Probablemente.

Y la ecuatoriana dice que ella no quiere lavar más la leche de un hombre que no sea su marido.

¿Y tú qué le dijiste?

Le dije que eso le pasaba por llegar media hora antes al trabajo.

¿Eso le dijiste?

Eso mismo. Lo que pienso. Yo no llego nunca antes a los sitios por si acaso. Dice Teté que la semana pasada salió de marcha y como le daba pereza se fue al destacamento directamente y que se encontró a Morsa en su coche escuchando música y comiéndose un bollo.

Pues igual es que volvía de marcha también, no sé qué tiene de raro.

También lo vio otra noche el Fofo, a la misma hora, más o menos.

Lo que está claro es que todo el mundo sale muchísimo.

A saber lo que me encontraría yo si me fuera un día a tu casa media hora antes de las cinco y media.

Pues qué te ibas a encontrar, idiota, el portal cerrado.

Tendrías que invitarme un día a que subiera a desayunar.

Un día te invito.

Eso no es así, los amigos de verdad te dicen, sube cuando quieras.

Pues no, a mí me gusta decidir cuándo quiero que suban los amigos.

Hija, qué independiente eres, pareces americana.

A mí el buen tiempo me da la vida. Disfrutaba mucho caminando a paso ligero, a esas horas tan tempranas, aunque tuviera que ir oyendo a Milagros, a la que escuchaba casi siempre como quien oye llover, aunque a veces, no sé cómo, me liaba en su conversación. Sentía las piernas muy ligeras y respiraba hondo, para que me entrara hasta la cintura el aire fresco de la primavera. Ya era la segunda primavera que estaba barriendo, y la verdad es que, con el tiempo, uno se acomoda y empieza a distinguir lo malo de lo menos malo, y entonces lo menos malo parece maravilloso, y había mañanas como aquélla, mañanas en las que aún no lucía la luz del día, pero el negro de la noche ya se había roto, en que daba gusto andar por la calle. Podíamos haber tomado el autobús, son tres paradas, pero a mí me gustaba bajar la cuesta, con las manos en los bolsillos, sin abrigo, sin bolso, sin nada, sólo el spray autodefensivo en la mochila (porque alguna vez me había llevado un sustillo con algún cerdo borracho), y con la tranquilidad que da tener aún el pensamiento lento y la lengua torpe, como si parte del cerebro no se te hubiera despertado todavía. Hablando del cerebro: las pastillas para dormir las dejé de tomar porque me dirás tú, si tienes que levantarte a las cinco de la madrugada, ¿a qué hora te has de tomar el somnífero?, ¿a las ocho de la tarde?, y además, qué coño, si yo dormía estupendamente, y más cuando estaba acompañada y se me quitaba el miedo a mi madre, para qué quería hacerme una adicta, porque yo soy de esas personas que tienen que tener cuidado porque se hacen adictas en cuanto te descuidas. Las pastillas somníferas las compraba, pero se las solía dar a Milagros, que siempre fue muy pastillera, y el Seroxat lo tomábamos las dos. Ella te pillaba todas las pastillas que veía que te metías en la boca y para adentro, así es como se empezó a tomar el Seroxat, que yo se lo dije, Milagros, esto no es una tontería, esto no es un Redoxon, esto es muy serio, y le leí el prospecto que, sinceramente, es para echarse a temblar, y luego me vi con ella en la tele un documental de personas que después de tomarse el Seroxat durante meses habían empezado a tener comportamientos agresivos, bien contra otras personas, bien contra sí mismos, y habían acabado muertos o en la cárcel. Y ella me decía que eso eran cosas que se inventaban otras casas farmacéuticas para hundir a la competencia. Si eso lo hacen cada dos por tres los americanos, tú qué te crees, me decía como si yo fuera una indocumentada y ella estuviera al tanto de los secretos de la farmacología mundial, además, qué coño, si tú te lo tomas, me decía, ¿por qué no me lo voy a tomar yo? Yo le repetía hasta cansarme, pues porque yo lo necesito, porque el médico me ha dicho que tengo baja la serotonina, Milagros, y esa necesidad que tengo hace que se neutralicen los efectos secundarios, eso me lo ha dicho un médico, un especialista, Milagros, pero vaya, que si tú te las quieres tomar por vicio, allá tú. Allá ella, yo compraba y ella consumía. Yo tengo por norma no meterme en las vidas ajenas.

Cuando una se ha tragado todo el invierno con los pies húmedos y los dedos agarrotados vaciando papeleras la primavera es una bendición del cielo. Ahora, por ejemplo, cuando veía en un documental histórico a esos soldados de la segunda guerra mundial avanzar a duras penas en la nieve, pensaba, pase lo que pase, una guerra, un cataclismo, un holocausto, no hay color entre pasarlo con frío o con calor, por más que se pongan. Esta era mi segunda primavera. Hacía tan sólo un año pensaba que mi trabajo de barrendera sería transitorio, ahora estaba segura de que lo único que era transitorio eran las estaciones. La primavera, esa primavera, me proporcionó un estado de ánimo muy extraño: por un lado, estaba feliz porque el frío cabrón se había terminado, y ya se sabe, amanece antes, y todo tiene un olor distinto; también es verdad que me había cambiado de zona y esa primavera yo estaba destinada a los jardines del Matadero. Comprendo que a mucha gente le pueda parecer una tontería, pero cuando llevas vaciando las mismas papeleras de una misma calle durante un año, el hecho de andar entre los árboles y los bancos de un parque te cambia la vida. Digo que el estado de ánimo era contradictorio, me sentía feliz pero por otra parte me daba rabia aceptar esa felicidad porque eso quería decir que al final me estaba acomodando a lo que me había tocado en suerte. Y esa idea me ponía triste. El doctor Nosecuántos, al cual visité dos veces más, me dijo que eso no lo podía arreglar ni el Seroxat, que eso era mi forma de ser, con la que había nacido y con la que me moriría, y que esa insatisfacción vital había personas que la canalizaban desde un punto de vista creativo y se hacían actores o poetas, pero que los que no la canalizábamos nos quedábamos sólo con el mal rollo. Yo nunca he canalizado nada, eso lo tengo claro. Me preguntó también por las apariciones pero yo prefería pasar del tema porque me había bastado y sobrado con ser sincera una vez, tampoco me gusta que se rían de mí, a los psiquiatras y psicólogos hay que dejarlos con el tipo de asuntos que ellos controlan, el resto del mundo, el de las personas normales, les suena a chino. Pero el Seroxat no me lo quitó. El pensó que las apariciones habían cesado. Es verdad que mi madre se aparecía cada vez menos, pero eso no sólo lo atribuyo al Seroxat sino a que me deshice de todos los muebles (y el colchón, claro), pinté, saneé, y estoy segura de que el hecho de deshacerte de los bienes materiales de la persona muerta va poco a poco alejando el alma de ese espacio, además de que yo pensaba cada vez menos en ella y eso también hace.