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Todo se sabe. Todo el mundo sabe que el rechazo físico que siente Teté por Sanchís viene de que hace un año tuvieron un rollo (Sanchís lo llamó «rollete») que acabó en mal rollo. Todo el mundo sabe que Sanchís, después de haberle sacado a Teté todo el jugo posible, me refiero al terreno sexual, claro, no se separó de su mujer, como le había prometido, cosa que sabíamos todos menos Teté, que parece gilipollas como todas las tías (esto lo dijo Morsa) y se creyó que Sanchís iba a dejar a su señora legítima por cuatro polvos mal echados (esto lo dijo Milagros) en el servicio de los tíos (esto lo contó la propia Teté) cuando acababa el turno, lo cual me parece supercutre a no ser que seas como Mickey Rourke en Nueve semanas y media, capaz de echar un polvo de pie contra los azulejos, sujetando a una tía a pelo y encima moviendo las caderas, pero me temo que no es el caso, porque las personas normales que vivimos fuera de las películas no estamos hechas para semejantes acrobacias y, desde luego, cuando un tío ha de sostener a una tía en volandas digo yo que es imposible que pueda concentrarse a nivel sexual, o estás a una cosa o estás a otra. Es estando sólo al tema del coito y a mí me cuesta dedicarle toda mi atención, con que imagínate si tuviera que tener en brazos a Morsa. O al revés. Dile tú a Morsa que haga dos cosas a la vez. El cine a veces, sobre todo en el terreno sexual, es como para retrasados mentales. Ésa es mi modesta opinión.

Bueno, pues eso es más o menos lo que le dije a Teté, que o eras Mickey Rourke o echar un polvo sentado encima de la taza del váter (que así sospecho que sería la cosa) era supercutre. Esa palabra utilicé. Fue el día en que Teté vino llorando al bar y lo confesó todo (aunque ya lo sabíamos, hasta yo lo sabía, pero nos hicimos las sorprendidas): lo del polvo, el váter de hombres, las prisas, la «presunta» separación de Sanchís, y la definitiva no separación de Sanchís. Yo le dije, supercutre. Se lo dije yo, vale, pero todas estábamos de acuerdo a sus espaldas aunque a la hora de la verdad fui yo la única que dio la cara, las otras, muy falsas, bien que se callaron, y ella se puso rabiosa conmigo, porque es lo que suele pasar cuando te metes en un asunto de éstos: la mujer despechada pone a parir al tío con el que acaba de cortar, la mujer despechada te cuenta con todo lujo de detalles todos los feos, las groserías del tío, la mujer despechada te puede revelar hasta cómo tiene el tío la polla, la mujer despechada te pone la cabeza como un bombo, y cuando tú ya estás confiada y piensas que puedes decir lo que opinas y dices, pues sí, tienes razón, tía, ese tío es un cretinazo y además no te quiere y por lo que me cuentas no te quería desde el principio y para colmo según dices no folla bien, entonces, dime, cuál es la gracia que le ves al tío. Eso le dices, y entonces, tú que creías que estabas haciendo un favor, solidarizándote, tú que creías que la estabas ayudando a desengañarse y a desengancharse del todo, tú que creías que le estabas dando ese pequeño empujoncito para volver al camino de la dignidad perdida, te encuentras con la sorpresa de que la mujer despechada se revuelve como un animal herido, se cabrea contigo, y te pega un bocado. No es la primera vez que me pasa.

Ella estaba destrozada cuando vino al desayuno, tanto es así que aplazamos la conversación para después del turno y después de ocho horas nos volvimos a encontrar en el Bar de Mauri las mismas cinco. Mauri nos había puesto la mesa en eso que él llama «el reservado», que es una mesa en el rincón del bar a la que le pone un biombo de curtipiel verde remachado en el marco de madera con chinchetas que nos deja prácticamente a oscuras, pero todo sea por la intimidad. El resto del bar come con la tele. El resto del bar, aparte del sector masculino de nuestra cuadrilla, se llena con los poceros, hombres todos, porque tenemos al lado una empresa del tema, y no puedes evitar pensar, cuando ves el conjunto que formamos a la hora de la comida que todos nos pasamos el día jaleando con mierda. El caso es que entre unos y otros estamos haciendo rico al tal Mauri, que nos prepara un menú caserito, como él dice, a muy buen precio. Nos comimos las lentejas de los lunes, que me recordaban a las lentejas del colegio, escasitas y con mucho caldo, nada que ver con las de mi madre, porque desde que mi madre perdió la cabeza, todo hay que decirlo, no he vuelto a comer como Dios manda, aunque después de pasarte la mañana en la calle, cualquier cosa caliente te sabe buena y parece que uno, a fuerza de no comer bien, va perdiendo el sentido del gusto porque si no fuera así yo no le encuentro explicación a que las lentejas que hace la mujer de Mauri me parecieran repugnantes el primer año y ahora me sepan a gloria. No tiene sentido.

La confesión: pues eso, que la cosa se prolongó, después del vino y de los cigarritos, ya sabes, viene la sobremesa, y ella lo soltó todo, hasta llegar a que Sanchís prácticamente era un eyaculador precoz. Me acuerdo que estuvimos desarrollando un buen rato el tema. Menchu se puso de pronto muy vehemente y dijo que si un tío supera los tres minutos sin correrse ya no se le puede llamar desde un punto de vista médico eyaculador precoz; hubo bastante polémica con eso, estuvimos dándole vueltas a la cuestión de la duración del polvo, minuto arriba minuto abajo. Luego, aprovechando que Menchu se levantó para ir al servicio, Milagros bajó la voz y dijo, con todas nuestras cabezas formando un pequeño círculo sobre la mesa, que la razón por la que Menchu se soliviantaba de esa manera era porque su marido duraba más o menos eso, cuatro minutos. Nos quedamos mirando a Milagros porque la revelación era sorprendente, incluso la propia Teté, que estaba tan afectada, dejó a un lado su tragedia para decirle que tenía la obligación moral de decirnos quién le había facilitado a ella esa información, y en esas estábamos, acorralándola, cuando Menchu volvió y la pregunta se quedó flotando en el aire. Cuando volvíamos a casa, ya las dos solas, le volví a preguntar a Milagros por sus fuentes pero fue de esas ocasiones extrañas que no soltaba prenda, supongo que porque quería hacerse la interesante o simplemente porque era una trola que se le había ocurrido para convertirse en el centro de la reunión. El caso es que Teté, ya dispuesta a confesarlo todo, contó que Sanchís era como Súper Ratón, ultrarrápido (con ese mote, por cierto, se ha quedado desde aquel día), y que la tenía pequeña (como Súper Ratón). Cómo de pequeña, le preguntó Menchu, y Teté estuvo con el dedo índice estirado diciendo así, bueno no, así, y en estado de erección, así, un pelín más tal vez. Yo ya estaba harta, asqueada de la conversación, y no porque yo sea una puritana, como ellas creen, ni por mis creencias religiosas, porque Dios jamás me ha condicionado mis relaciones sexuales. No hagamos a Dios culpable de lo que no es, todas mis dificultades de concentración a nivel sexual que me han impedido desde siempre tener una satisfacción plena están en mi cabeza, el fracaso es mío. Dios nos pone en el mundo, con más o con menos virtudes, pero luego nos deja a nuestro libre albedrío. Podría haberle reprochado mis escasas virtudes. No sé si son escasas, no sé si es mi pesimismo original el que ha hecho que sean escasas, puede que a otra, con las mismas cualidades y defectos que yo, le hubiera ido mejor en la vida. En el fondo, estoy diciendo aquello mismo que me repitió mi madre desde niña, aquello que no podía soportar cuando salía de sus labios porque seguramente intuía que era cierto, que es mi forma de ver las cosas la que me pone obstáculos, que soy yo mi peor enemigo, yo sola la que me he frustrado con mi actitud una vida mejor. Tal vez ese handicap de la falta de concentración venga de una hiperactividad mental que no me trataron de niña porque, sencillamente, entonces nadie se preocupaba de la capacidad de concentración de las personas. Muchas veces he pensado que, con haber nacido tan sólo una década después, mi madre, que no tenía iniciativas pero se hubiera dejado arrastrar por el entorno, me habría llevado a un especialista que me hubiera tratado lo que yo creo que es una tara de origen, que se podría resumir en falta de tranquilidad espiritual, y a partir de ahí, todo se desencadena. La vida es un castillo de naipes. Ya lo he dicho.