Выбрать главу

El hartazgo que yo sentía hacia esa tertulia del Mauri, que había degenerado hasta tener como tema central la polla de Sanchís, venía de que Sanchís no es sólo un compañero, es el capataz, y aunque yo no creo en la superioridad moral de los jefes, al contrario, creo que la única condición necesaria para llegar alto en estos oficios poco cualificados es ser el más trepa entre los trepas (aunque a veces he leído que en los oficios más cualificados pasa lo mismo y no digamos en la política), es necesario mantener un poco de distancia y de respeto hacia la persona bajo cuyo mando estás para no descojonarte en su misma cara la mayoría de las veces, pero me dirás qué cara le puedes poner tú a tu capataz cuando sabes de qué tamaño tiene la polla. A mí, por lo menos, eso me disturba. Yo ya no puedo mirar a ese tío de la misma manera porque no puedo borrar ese pensamiento de mi cabeza. ¿Problema mío? Yo creo que le pasa a todo el mundo, incluso a esos individuos que hacen corrillos en las playas nudistas y que son capaces de desnudarse delante de sus propios hijos sin detenerse a pensar por un momento en el condicionante que eso puede suponer para ese hijo a la hora de encarar la relación paterno-filial, porque no puede ser igual la relación con un padre al que has visto siempre vestido, con una dignidad, que la que tienes con un padre al que le has visto sus partes. Me parece a mí. Para mí el único momento en que a un padre o a una madre se le tiene que ver en su completa desnudez es cuando ya la enfermedad terminal de la vejez le impide lavarse o valerse por sí solo, eso es lo único que justifica esa terrible visión y puedo decir, por mi experiencia, que es algo penoso que yo no le deseo a nadie y que ojalá que el Señor me lo hubiera evitado.

Sanchís no es mi padre, pero era y es mi capataz, era y es un compañero de trabajo y yo no tengo ninguna necesidad (ni ningún deseo morboso) de saber las características del tamaño de su pene porque, después de aquella descripción de Teté, una descripción detalladísima y no sólo en longitud (no voy a entrar en detalles), me siento totalmente condicionada, y aunque disimule y me dirija a él como siempre, está claro que desde que Teté nos puso al día de cómo estaba dotado Sanchís yo no puedo mirarlo ni obedecerlo de la misma manera. Y a veces a punto ha estado de darme la risa nerviosa.

Tal vez quedaría mejor si dijera que aquellas confidencias tan íntimas me molestaban por franca lealtad a Sanchís, pero sería mentira, y en estos momentos, ya, para qué mentir, yo no siento lealtad hacia un tío que además de ser un cretino intelectualmente, nos pone los turnos y nos reparte las calles como le sale de la polla (por seguir con el tema). Una de las cosas, por cierto, que nos hizo sospechar que había gato encerrado en las relaciones Sanchís-Teté, aparte de las típicas miraditas reveladoras, fue que Sanchís hacía malabares para que Teté coincidiera siempre con su turno, aunque eso perjudicara a un tercero o tercera. A los tíos, las ganas de echar un polvo los pueden convertir en seres inmorales. Y a algunas tías también, porque Teté tendría que haberse negado desde el primer momento a las maniobras de Sanchís por casar los turnos como a ellos les venía bien, pero no, ésa era la época en que ella se comportaba como la señora de un marqués, imagínate el marqués. La marquesita Teté. Lo de Sanchís podría haber sido para llevarlo al sindicato, pero entre que la mitad de la cuadrilla son inmigrantes y no quieren buscarse líos, la otra mitad son unos fachas, el representante sindical es Morsa, que no sé cómo un tío tan apalancado puede ser representante sindical (a lo mejor lo es precisamente por eso), y que yo, por mi parte, no quería dar la cara porque los conozco y no me fío y acabarían dejándome sola ante el peligro y comentando que no era para tanto y achacándome que soy la eterna descontenta, aquello se quedó en nada, en la quemazón habitual, y en los critiqueos diarios en el Mauri, que cesaban cuando entraba Teté. Puede parecer muy exagerado pero para mí este ejemplo es representativo de que la lucha sindical, de momento, está muerta. Y no hace falta una dictadura para acabar con ella, la democracia, con su cara bonita, puede acabar perfectamente con todo tipo de reivindicación laboral. Me río yo del sistema democrático.

Estaba tan harta de aquella confesión de Teté tan impúdica que la miré a los ojos, aunque la fuerza de mi mirada no se debió apreciar porque el biombo nos tapaba la luz del triste tubo fluorescente del Mauri, y le pregunté sin rodeos si para ella el tamaño era tan importante. No me parecía coherente su discurso, la verdad. Es algo que he observado ya en muchas mujeres, tanto rollo con el sentimiento, con el amor, tanto diferenciarse de la típica insensibilidad masculina y luego caemos en lo mismo, en el tamaño. Fue preguntarle esto, «¿es que para ti, Teté, el tamaño es tan importante? Para ti, Teté, ¿el tamaño fue importante desde el principio, desde que él se bajó los pantalones por primera vez en el servicio?, ¿a ti el tamaño te impidió tener satisfacción sexual en esos diez meses que has estado con él o has estado fingiendo diez meses ya que sabías desde que le viste al completo aquel primer día que aquella polla nunca podría hacerte feliz por mucho que él pusiera todo su empeño en hacerte disfrutar?».

Sé que fui dura, pero también lo era ella con él, qué coño. Si una mujer habla así del tío con el que acaba de cortar, qué no hablará de los demás que le importamos una mierda. Teté se quedó pálida, sin habla. Pero de momento no se apreció el mal trago que se había llevado porque las demás se lanzaron como lobas a la sardina que yo acababa de lanzar al aire y de nuevo la conversación se desvió completamente. Con estas tías te desesperas, es imposible llevar una conversación lineal y ordenada, imposible, se interrumpen unas a otras, te cortan, no te dejan jamás acabar un argumento. Lo que quedó claro es que a todas les importaba el tamaño bastante, cosa que a Teté le alivió momentáneamente el rubor que le había subido a la cara y se recuperó un poco, a todas menos a Menchu, que dijo que el tamaño era lo de menos, y que a las mujeres nunca jamás les había importado semejante cosa pero que con el auge de la homosexualidad el tamaño había cobrado una importancia inconcebible. Menchu decía que había que tener en cuenta que los homosexuales, al fin y al cabo, son hombres, y que igual que los hombres se dejan seducir por el tamaño de unas tetas o de un culo, porque tienen unos deseos mucho más primarios, el homosexual desea un miembro cuanto más grande mejor, y dada la importancia que en las dos últimas décadas había adquirido la cultura gay habíamos asumido, también nosotras, los sueños y deseos de la naturaleza masculina, que es infinitamente más primaria, menos sofisticada que la nuestra, dijo Menchu, las mujeres somos más reflexivas, más inteligentes, no forma parte de nuestro carácter ese razonamiento tan simple de cuanto más grande mejor.

Se hizo un silencio bastante molesto, porque con la confidencia inesperada de Milagros todas inevitablemente pensamos que aquella charla no era más que una defensa solapada de los atributos del marido de Menchu. A Menchu le faltan unas asignaturas para acabar psicología y siempre le gusta adornar las conversaciones con teorías que ha leído aquí o allá. Podría ser la compañera de la que yo debería sentirme más cercana, porque de alguna forma, yo siempre he tenido un interés por la mente humana y por la espiritualidad, si no fuera porque Menchu tiene la manía de llevarlo todo a su terreno, nada de lo que dice es inocente: si su marido eyacula a los cuatro minutos es cojonudo eyacular a los cuatro minutos, si su marido la tiene pequeña? lo guay es tenerla pequeña, si sus hijos son unos bordes maleducados, hay que fastidiarse y aguantarlos porque los niños necesitan su margen de expresión aunque sea a costa de la felicidad del vecino. Todos sus razonamientos están envenenados, todas las teorías que encuentra en esas revistas que lee y que nos fotocopia, como Psico-Tropa, dedicada a la infancia, parecen servirle exclusivamente para darle la razón en todos los actos de su vida y para quitársela al resto de la humanidad. Se le ve el plumero, como a muchos psicólogos, que utilizan la psicología para ponerse un escudo defensivo y una espada para apuntar las taras ajenas. Por eso dejé la carrera, no sólo por pereza, que también, sino porque ya a mis compañeros de facultad les iba viendo el estilo, cada vez que te tenían envidia o rencor por algo echaban mano del argot psicológico para herirte más profundamente. Tal vez yo debiera haber hecho lo mismo y ahora no estaría como estoy, pero me falta la hipocresía necesaria.