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Tenía que someter a sus hijos a una serie de pruebas para determinar si habían sufrido algún tipo de deficiencia genética. A Julien no le extrañaría que quisiera ver al pediatra; era lo mínimo que podía hacer, después de tanto tiempo de separación, si realmente quería a sus hijos. De hecho, le agradaría comprobar su interés por ellos. Sin duda, Julien lo interpretaría positivamente, como un síntoma de que se estaba haciendo a la idea de convertirse en una verdadera madre. Y en su esposa.

Se puso el mismo modelo que había usado para ir a la residencia desde el hospital y salió rápidamente de la habitación. Nada más cerrar la puerta, se encontró frente a Julien.

Desvió los ojos para no cruzarlos con los suyos, pero no pudo evitar registrar en la retina aquellos rasgos tan atractivos y masculinos. Vestía un polo y unos vaqueros como los que llevaba durante la luna de miel.

Julien no había metido en su equipaje ropa formal. Los dos se habían comportado como niños, jugando y amándose allá donde les apeteciera, con frecuencia despreocupados del paradero de su ropa olvidada…

También en aquella ocasión en la que fueron a cenar a un pueblo cercano iban los dos vestidos informalmente. Tracey no podía borrar esos recuerdos de su cabeza. Era imposible.

– Parece que la visita de Louise te ha hecho bien. Has recuperado el color de la cara -dijo con voz aterciopelada rompiendo la tensión de aquel encuentro inesperado.

– Sí. Hemos estado hablando de los bebés.

– Tracey, tenía que haberte puesto al corriente sobre los bebés anoche, cuando estábamos en el hospital. Pero, como a mí no me reconociste hasta que me oíste hablar, supuse que tendrías que verlos u oírlos llorar para que el milagro se repitiese.

– Se repitió. Tu plan funcionó como esperabas. Ya no tengo ninguna laguna en la memoria. Lo recuerdo todo, hasta el color del taxi que me atropelló.

– Sí, funcionó; pero, ¿a qué precio? -preguntó Julien, que había palidecido al recordar el accidente.

– Tranquilo, Julien. Tus instintos no suelen traicionarte. Me alegra saber por fin toda la verdad. Por eso había salido a buscarte: para decirte que ya me encuentro bien. No debes temer ningún tipo de recaída por mi parte.

Julien estaba quieto con sus robustas piernas clavadas en el suelo, mirándola con el ceño fruncido escépticamente y rascándose la nuca, un gesto que mostraba desconfianza por lo que estaba oyendo.

– De hecho, me siento con fuerzas para ir a ver al pediatra -prosiguió Tracey-. Hoy mismo, si es posible.

– ¿Por qué? ¿Estás preocupada por los niños? No hay ningún motivo para estarlo -respondió sorprendido-. Te prometo que se encuentran perfectamente.

Aquel comentario la tranquilizaba, pero quería estar plenamente convencida del estado de salud de los bebés.

– Preciosa -continuó hablando Julien-, si estás preocupada por Raoul, deja de hacerlo. Es cierto que antes del accidente tenía dificultades para respirar; pero ese problema se solucionó por sí solo un par de semanas más tarde.

– ¡Gracias a Dios! -exclamó con verdadero agradecimiento-. Julien, sabes que te creo; pero me he perdido tanto en estos últimos meses que quiero enterarme de todo lo que pueda saber sobre su historial médico antes de que vuelva a acostumbrarme a mis preciosos bebés. Quiero ver las gráficas que muestran como han ido creciendo; quiero saber qué han comido con gusto y a disgusto… Ese sinfín de pequeños detalles que cualquier madre sabe -concluyó saltándosele las lágrimas.

Julien no esperaba aquella reacción de su mujer y, a juzgar por la relajación de los músculos del cuerpo, parecía complacido.

– Habiendo estado separada de ellos tanto tiempo, es natural que quieras responder a todas esas preguntas -reforzó Julien con exquisita dulzura-. En seguida llamo al doctor Chappuis, preciosa.

«Deja de llamarme así», gritaba el corazón de Tracey. Iba a tener que aprender a convivir con esos tratamientos tan cariñosos.

– Imagino que estará muy ocupado, así que…

– Si no está en el hospital -la interrumpió Julien-, me aseguraré de que venga a vernos mañana por la mañana.

«A vemos», se dijo Tracey. Julien hablaba en serio cuando decía que iban a estar juntos todo el tiempo durante el mes entero.

– ¿Dónde están los niños ahora?

– Dando un paseo en sus cochecitos. Hace un día maravilloso -dijo Julien. Era el tipo de día que habían compartido y disfrutado juntos muchas veces en el pasado.

– Bueno, si no te importa ir llamando al doctor, voy a la cocina a desayunar algo.

Fue hacia las escaleras sin esperar respuesta alguna, rezando para que Julien no la siguiera.

Se sintió muy aliviada cuando entró en la cocina y comprobó que su marido no estaba detrás de ella. Tracey saludó a Solange, que se mostró encantada de verla y le ofreció un riquísimo chocolate caliente con unas no menos exquisitas pastitas.

Dadas las circunstancias, la idea de ayunar para alejarse de Julien no sólo resultaba absurda, sino también negligente. Sus niños la necesitaban sana. Lo último que deseaba era tener que separarse de ellos otra vez debido a una debilidad premeditada.

Antes bien, sintió que tenía que ganar el peso que había perdido lo más rápidamente posible, para así poder alimentar a los bebés sin ayuda.

Lógicamente, Julien no había tenido más remedio que recurrir a niñeras internas, pero habiendo vuelto ella a casa, las cosas tenían que cambiar. No quería que ninguna otra persona interfiriera en la educación de sus hijos. Si Julien le pedía que se quedara en la residencia durante un mes, ella también podía imponer ciertas condiciones.

La primera sería que las niñeras se marcharan. Los niños, según Julien, se encontraban perfectamente; de modo que, salvo que estuviera demasiado ocupada, y en tal caso siempre podía echar mano de Solange, no hacía falta que se quedaran.

Tracey quería estar junto a sus hijos y permanecer ocupada para que Julien no lograra intimar con ella durante los treinta días. Cuando el mes terminara, ya se vería qué sucedería con los niños. Julien nunca la dejaría marcharse con ellos, así que tal vez podría alquilar un apartamento cerca de la residencia para poder educarlos a medias con su padre.

Tracey podría cuidarlos durante el día y Julien se ocuparía de ellos después de salir de trabajar, si le parecía bien. Sería una especie de tutela compartida que le permitiría a su marido empezar una nueva vida con otra mujer.

Sus planes de estudiar una carrera y viajar habían quedado atrás. Se había convertido en una madre, algo que siempre había querido ser. Y estaba segura de que Julien haría cuanto ella le pidiera para que sus hijos pudieran disfrutar del amor de su madre.

Se había propuesto educarlos, bañarlos y mimarlos, jugar con ellos y contarles sus cuentos favoritos; enseñarles a hablar, a cantar y a rezar, a amar y a ser dignos de amor, a comportarse como caballeros y señoritas educadas, para que su padre estuviera orgulloso de ellos.

Les dedicaría toda su atención, pues eso era lo mejor que podía hacer para canalizar todo el amor frustrado que sentía hacia Julien.

– ¿Tracey? -preguntó Julien al entrar en la cocina-. La enfermera del doctor Chappuis dice que aún no ha acabado con las visitas del hospital, pero que terminará dentro de poco. Que vayamos lo antes posible y ella nos hará un hueco para que lo veamos.

– Gracias por encargarte de todo, Julien -respondió con una mezcla de miedo y alivio, pues ya pronto sabría si sus temores en relación con los niños eran justificados-. Subo un segundo a por el bolso y en seguida estoy lista.

– Ya te lo he traído, para que te ahorraras el viaje.

Julien pensaba siempre en todo y se anticipaba a cualquier idea o deseo que pudiera ocurrírsele a Tracey. Y, además, era capaz de lograr algún que otro milagro, la mayoría de las consultas de los pediatras estaban atestadas de niños enfermos, y Julien había conseguido que el médico los atendiera sin tener cita previa.