Estaba tan sumida en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que Julien había estado haciéndole gestos con las manos hasta que, finalmente, optó por agarrarla de un brazo. Le entró un escalofrío al sentir el roce de sus dedos, y se dirigió hacia los bebés a paso ligero.
– Si paramos allí -dijo Julien apuntando hacia un muelle que había a cierta distancia-, nos llenarán el depósito mientras tomamos algo en el restaurante. Han cambiado de dueño y ahora sirven un pescado excepcional.
– Pero los niños… -se opuso Tracey, intentando encontrar alguna excusa para regresar a casa cuanto antes.
– Estarán bien -insistió.
– Julien…
– Por favor, preciosa. No imaginas cuanto tiempo he deseado que llegara un día en que pudiera salir a cenar con toda mi familia -comentó en aquel tono aterciopelado que siempre ablandaba el corazón de Tracey-. El día ha llegado y quiero que lo celebremos.
Capítulo 7
Cuando se ponía así, Julien era irresistible. Tracey no tuvo más opción que complacer sus deseos.
Una vez hubieron atracado en el muelle, ordenó que llenaran el depósito de gasolina.
– Lleva tú a Valentine y yo llevaré a los dos niños -le dijo a Tracey mientras la ayudaba a salir de la barca. Luego le acercó a la niña y a continuación salió él con un niño en cada brazo. Juntos pasearon por el muelle hasta llegar al restaurante.
Pronto anochecería. La terraza, cuyas mesas estaban dispuestas en hileras y tenían velas encendidas, parecía especialmente agradable.
Tracey miró al resto de los clientes que estaban cenando y se sintió fuera de lugar, pues todos vestían con ropa elegante mientras que ella llevaba unos simples vaqueros y unas zapatillas de hacer deporte. Por su parte, Julien siempre estaba deslumbrante vistiera lo que vistiera. Allá donde fueran, siempre llamaba la atención de todos, sobre todo, de las mujeres.
Al verlos con tres bebés, que sin duda eran trillizos, todos se giraron para aplaudirlos.
El encargado, al ver a los niños, los acompañó a una mesa en el interior para que no se resfriaran.
Chasqueó los dedos para llamar a los camareros, los cuales fueron en seguida hacia su jefe con tres sillitas para los bebés. Antes de que a Tracey le diera tiempo a sentarse, decenas de personas se la acercaron para felicitarla por aquellas criaturas tan adorables.
De haber sabido que Julien tenía planeado ir allí a cenar, Tracey se habría ocupado de arreglarse el pelo, en vez de tenerlo recogido de cualquier forma en la nuca.
Lanzó una mirada furtiva a Julien y sintió una mezcla de miedo y admiración al ver el brillo de sus ojos y la sonrisa de orgullo y satisfacción que le cruzaba la cara de lado a lado. Se le notaba feliz, ansioso por presumir de familia delante de todas esas personas que no dejaban de acercarse a los niños y de hacer preguntas.
La familia Chapelle era una institución en toda Europa y Julien estaba al frente de ella. Pero, para él, salir de excursión con su familia tenía mucho más valor que cualquier premio que pudiera otorgarle la más prestigiosa de las empresas.
¡Por eso no podía decirle la verdad sobre su padre! El padre de ambos. El brillo de sus ojos desaparecería para siempre y su sonrisa se desvanecería por completo. De pronto, las miradas de ambos se enlazaron.
– Sé que preferirías no estar casada conmigo -le dijo Julien-. Pero, pequeña, intenta disfrutar de esta velada. ¿Lo harás por nuestros hijos? -preguntó con una veta de dolor, rabia y frustración.
Durante el resto de la velada no sucedió nada memorable. Tracey mantuvo la compostura lo mejor que pudo y se comió todo cuanto le sirvieron, a pesar de que no tenía hambre. Pero, cuando llegó la hora de los postres, los niños empezaron a lloriquear. Después de mecerlos unos minutos en los brazos, resultó evidente que querían dormirse. Bastante buenos habían sido ya durante mucho tiempo.
– Creo que tendremos que dejar los postres para otra ocasión -comentó Julien, que había llegado a la misma conclusión que Tracey-. ¿Nos vamos?
Por primera vez desde hacía una hora, sintió un ligero alivio, después de haber sentido tantas miradas clavadas en ellos dos. Aunque volver a la motora significaba quedarse a solas con Julien, era de noche y él tendría que ocuparse de los mandos, así que Tracey podría cuidar a los niños sin sentirse vigilada.
El sol se había puesto minutos antes y el aire de la noche soplaba frío. De vuelta a la barca, a lo largo del muelle, ninguno dijo nada. Luego, una vez hubieron colocado a los niños, Julien fue a la parte delantera y, sin mediar palabra, Tracey le ayudó a soltar amarras para emprender el viaje de regreso a la residencia.
– ¿Estás lista? -le preguntó Julien, que quería salir lo antes posible, pues había oído decir a unos trabajadores del muelle que tal vez llovería.
– Un segundo -respondió. Había decidido llevar a Jules en brazos, ya que tenía comprobado que si lo soltaba, automáticamente, se ponía a llorar-. Ya estoy. Cuando quieras.
Julien cambió de marcha y la motora surcó el mar, un poco encrespado por un ligero viento que no se sabía de donde llegaba. Tracey no se preocupaba teniendo a Julien de timonel y, de hecho, daba la impresión de que el rítmico azote de las olas estaba ayudando a que los niños se durmieran.
Pero cinco minutos después, notó que estaban perdiendo velocidad y que Julien cambiaba de dirección.
– ¿Qué pasa? -le preguntó alarmada.
– El viento ha cubierto todo el cielo de nubes. Si sigue así, para cuando estemos en medio del lago, romperá a llover con intensidad. Si no estuvieran los niños, seguiría adelante. Pero me niego a ponerlos en peligro. Es mejor que volvamos a la costa y esperemos a que pase la tormenta.
Tracey conocía a Julien desde hacía muchos años y sabía que, una vez hubiera decidido algo, era imposible hacerle cambiar de opinión. Además, él había vivido toda su vida en el lago y seguro que tenía toda la razón del mundo en desconfiar de la tormenta. Si Julien pensaba que los niños podían correr el más mínimo riesgo, no sería ella quien le llevara la contraria. La seguridad de los niños era lo único importante en esos momentos.
Acercó los labios a la cabeza de Jules mientras escuchaba los aullidos del viento, que agitaban el mar de tal manera que Julien estaba teniendo que emplearse a fondo por mantener el rumbo en dirección al muelle.
Pero no había en el mundo hombre con el pulso más firme ni la cabeza más fría. Tracey sabía que siempre podría contar con él, sobre todo, en un momento crítico. A cualquier otro le habría entrado un ataque de nervios; pero a Julien no. Nadie se le podía comparar. Lo amaba tanto…
– En seguida estaremos a salvo -le susurró a Jules, que seguía despierto y escuchaba con atención el sonido del viento.
Mientras lo acunaba en su regazo, Tracey buscó con la mirada las siluetas de Raoul y Valentine, que estaban plácidamente dormidos en medio de tanta oscuridad. Envidió lo tranquilos que estaban, inconscientes del peligro que estaban corriendo y del sufrimiento que sus padres padecían.
Un río de lágrimas recorrió las mejillas de Tracey. Se preguntó por enésima vez por qué no se habría muerto Henri antes de que Julien y ella regresar de su luna de miel. Unos pocos días menos de vida para él, habrían cambiado el resto de las suyas. Ella y Julien podrían haber disfrutado de su matrimonio sin llegar a saber jamás las circunstancias que los obligaban a separarse.
¿Cómo había sido Henri capaz de hacerles algo así?, ¿por qué su madre no le había dicho nunca nada? ¿Por qué nunca la había advertido del peligro que corría cuando notó que se estaba enamorando de Julien?
– No tiene sentido -pensó en voz alta.
– ¿Qué dices? -preguntó Julien con verdadera ansiedad.