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– Julien, hay millones de mujeres con familias más numerosas que la nuestra y saben como arreglárselas. Yo también sabré.

– Acabas de salir del hospital y necesitas reposar -replicó.

– Estoy más fuerte de lo que parezco y, según el peso del cuarto de baño, ya he engordado tres kilos. De verdad -añadió al ver su mirada escéptica-. Estar en el hospital me producía una sensación de claustrofobia que me quitaba el apetito, pero ahora que estoy fuera, he recuperado el gusto por la comida.

No podía oponerse a ella, sobre todo, porque era cierto que no dejaba nada que le sirvieran en el plato.

Mientras le daba unas palmaditas a Raoul en la espalda, notó que Julien no sabía como actuar: sin duda le alegraba el que hubiera ganado algo de peso, pero no acababa de seducirle la idea de que se ocupara sola de los tres bebés.

– Si no te cuidas -prosiguió Tracey-, Raoul te contagiará su resfriado; así que…

– Si está resfriado, ya tendré los virus -la interrumpió con brusquedad-. Así que eso no importa -concluyó. Luego fue a darle un beso a Raoul y, al inclinarse, sus labios rozaron ligeramente la comisura de los de Tracey.

Tracey se quedó paralizada. ¿Cómo había sido tan poco precavida? No debía permitir que tales roces casuales se produjeran. El único objetivo de Julien era encontrarle algún punto débil y atacar. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Pero al mirar la carita fíebrosa de Raoul, comprendió que estaba preocupada por su hijito y que eso la había hecho descuidarse.

A partir de entonces se aseguraría de que no existiera posibilidad alguna de nuevos roces «casuales».

Aunque no le agradaba que Raoul se hubiera puesto enfermo, su resfriado había arruinado los planes de su padre, esto es, no irían de excursión. Si no se equivocaba, Valentine y Jules no tardarían en mostrar los mismos síntomas de su hermano, de modo que no habría salidas durante uno o dos días, después de los cuales llegaría Isabelle con Alex, lo que contribuiría asimismo a resistir al acoso de Julien.

Nunca se enteraría del verdadero motivo por el que quería el divorcio. ¿Acaso sería capaz de cambiar su modo de sentir hacia ella?, ¿de verla como una hermana? ¿Pasaría a tratarla con amabilidad en vez de con pasión?

En realidad, Tracey ya sabía la respuesta, pues ella misma seguía amándolo como antes y hacía meses que conocía la terrible verdad.

Nada había cambiado. Incluso se sentía más atraída hacia él. Tracey no podría nunca pensar en Julien sin desearlo. A Julien le sucedería lo mismo. Por eso no tenía sentido revelarle la aventura de sus padres.

Había regresado a la residencia para demostrarle que no quería seguir siendo su mujer. Y haría cualquier cosa por lograrlo, aunque tuviera que ser cruel.

– ¿Estás cansada, Isa? -preguntó Tracey a su hermana-. Ahí cerca hay un banco, si te apetece sentarte.

– Sólo será un minuto… y eso que no sé cuando se cansará Alex de jugar.

Tracey miró a su sobrino, quien, por alguna razón, había hecho muy buenas migas con Valentine y quería jugar con ella. Tenía dos años y era un niño muy activo. En cuanto su madre se paraba un segundo a cualquier cosa, él empezaba a correr y a saltar por los alrededores. No parecía comprender que Valentine era demasiado pequeña para correr detrás de él.

– Si dentro de un rato no se ha cansado todavía, le diré que me acompañe al coche y volveremos a buscarte. Tú mientras tanto te quedas cuidando a los bebés. ¿Te parece bien? -propuso Tracey.

– Muy bien -respondió Isabelle agotada. Sólo estaba de cuatro meses, pero parecía que ya llevaba seis embarazada-. ¿Quién nos iba a decir, cuando veníamos a pasear por aquí hace unos años, que algún día vendríamos con nuestros hijos?

– Cierto -respondió Tracey-. ¿Te acuerdas del arbolito que había ahí?, ¿el que tronchó Joe porque no sabía frenar con el patinete?

– Es verdad -dijo Isabelle riéndose-. A Jacques le dio mucha pena cuando se enteró. Era su árbol favorito. Por cierto, ¿dónde está? Vine hace dos semanas y todavía no le he visto el pelo.

– Yo tampoco lo he visto. Creo que está fuera del país, en un viaje de negocios.

– Y supongo que fue Julien el que le ordenó realizar el viaje, ¿verdad? Desde que Jacques se interesó por ti, están muy distantes. Angelique dice que cada vez se llevan peor.

– Eso pasó hace muchos años, Isa -comentó Tracey, que no podía evitar sentirse culpable por ser la causante de tales desavenencias. ¿Sería cierto que Julien lo había mandado de viaje para mantenerlo alejado de ella?, ¿pensaría que su deseo de divorciarse tenía algo que ver con su hermano?

– Tracey, ya que hablamos de Julien, ¿por qué no me explicas qué te pasa con él? Ya sé que pretendes divorciarte cuando termine el mes, pero, de veras, por más que lo intento, no comprendo por qué.

– Ya te lo he dicho. No quiero estar casada.

– ¿Estás loca? -preguntó Isabelle asombrada-. Julien adora el suelo que tú pisas. Nunca se fijó en nadie más que en ti. Y lo sé porque hice todo cuanto pude por llamar su atención y, sin embargo, parecía invisible estando a tu lado. Me resulta un poco vergonzoso reconocer que hubo un tiempo en que llegué a odiarte por la influencia que ejercías sobre él.

– ¿No lo dirás en serio? -preguntó sorprendida.

– Me temo que sí. Llegué a tener muchos celos de ti. Tanto que es probable que me casara con Bruce porque, cuando nos conoció a las dos en aquella fiesta de San Francisco, fue en mí en quien se fijó, en vez de en ti.

– Isa… No lo sabía.

– Tranquila, eso ya es historia -le aseguró con una amplia sonrisa-. Y a pesar de sus defectos, quiero a mi marido. Separarme de él me ha servido para darme cuenta de lo mucho que lo echo de menos. Mira, Tracey, lo único por lo que saco el tema es porque estás destrozando a Julien. Me da una pena terrible verlo sufrir tanto. Adoro a Julien. Por Dios, ¿cómo puedes castigarlo con tanta indiferencia? ¿Por qué dormís en habitaciones distintas?

– Ya sabes por qué: nuestro matrimonio se ha terminado. Quiero volver a ser libre -respondió nerviosa.

– ¿Por qué? Angelique piensa que quizá te dé miedo volver a quedarte embarazada. Pero si pones los medios adecuados, no tendrías por qué preocuparte por eso.

– Mira, no quiero ser cruel, pero no creo que nadie tenga derecho a meterse en mis asuntos. Julien y yo hemos terminado.

– Eso cuéntaselo a otra, pero no a mí. Que yo recuerde, todo el tiempo era poco si se trataba de estar a su lado. Y casi te da un ataque de nervios cuando te dijeron que no volveríamos a Suiza a pasar las vacaciones.

– Es que entonces sí estaba enamorada de él. Pero las cosas han cambiado, Isa.

– No me lo creo. En absoluto. Me estás mintiendo y, aunque él no lo diga, Julien también sabe que mientes.

Milagrosamente, Alex escogió ese momento para ir a cruzar la calle y Tracey tuvo que salir corriendo para sujetarlo.

– Creo que tu pequeño ya ha hecho suficiente deporte por hoy -le dijo a Isabelle después de darle un beso a Alex-. Y yo tengo que cambiarles los paneles a los niños y darles de cenar. Vamos al coche -dijo Tracey.

– Todavía no hemos acabado esta conversación, Tracey.

– Sí, la hemos acabado -respondió enérgicamente-. ¿Está claro?

– Me da igual que te enfades. Sé de sobra que amas a Julien y no pienso dejar que os separéis sin motivo.

– ¿Acaso me meto yo en tus asuntos?, ¿meto las narices en tus problemas con Bruce? -preguntó malhumorada.

– No. Y bien que los tengo, por cierto. Creo que por eso he estado tan mal estos días atrás. Por suerte, Julien me ha dado un par de buenos consejos -dijo Isabelle, que pareció dar tregua a su ataque. Tracey no se sorprendió: él siempre había sabido ayudarla cuando los demás se sentían impotentes para hacerlo-. Pienso ponerlos en práctica en cuanto vuelva a casa mañana.