Por supuesto, la señora Cerdo derribó a Pickles para llegar primero.
– ¿Quieres acariciarlos?
– Claro que no.
– Bueno -dijo Tim acariciando a ambos por igual-. ¿No te gustan los animales?
– Exacto -mintió.
Era mejor que creyera que no le gustaban a que supiera que les tenía miedo.
– Ah -dijo Tim sonriendo misteriosamente.
– ¿Qué pasa? -dijo poniéndose en jarras sin acordarse de con qué se había manchado las manos.
– Que eres una mentirosa, princesa -contestó acercándose demasiado.
– Nunca miento -mintió. «Bueno, casi nunca».
– Por eso les das de comer ¿verdad? Porque no te gustan los animales…
Natalia se dio cuenta de que había visto la bolsa con sobras.
– ¿Dónde nos lleva esta conversación? -protestó.
Tim enarcó una ceja y sonrió haciendo que a Natalia se le pusiera la piel de gallina y los pezones de punta.
– Lo que importa aquí -contestó Tim con paciencia- es que te quieres hacer la dura, y eres tan buena como cualquiera de nosotros.
Natalia intentó contestar, pero no se le ocurrió qué decir.
– Se ve que no estás acostumbrada a este mundo -dijo Tim amablemente-, pero tampoco pareces de ciudad -añadió acariciándole el pelo-. ¿Quién eres, Natalia?
¿No era acaso su principal problema? Ya ni siquiera sabía quién era. Le gustaba la vida de princesa, pero los últimos días, difíciles y duros, le habían enseñado todo lo que se estaba perdiendo.
– Tengo trabajo -contestó-. Es casi la hora de comer.
Estaba yendo hacia la casa cuando la llamó.
Se paró, pero no se volvió. No confiaba en sí misma. Era capaz de ceder a sus deseos. «¿Y si fueran deseos sexuales?», pensó secretamente esperanzada.
– Lávate las manos primero, ¿eh?
Natalia se las miró.
– Te estaría bien empleado que no lo hiciera -murmuró decepcionada.
A la hora de cenar, estaba lloviendo. Mientras hacía albóndigas, se puso a mirar por la ventana y vio a Pickles solo bajo la abundante lluvia.
– Este animal es tonto -murmuró.
La cabra baló desconsolada.
– No pienso mirar -dijo.
Pero no podía.
Volvió a mirar.
El caballo y la cerda estaban resguardados bajo el árbol, pero la cabra se estaba empapando.
– ¡Por Dios, métete debajo del árbol! -exclamó al oírlo balar de nuevo con tristeza.
Pickles ni se movió.
Natalia se lavó las manos y salió al porche.
– ¿Qué haces? -le gritó-. ¡Métete debajo del árbol! ¡Vamos! ¡Al paso! ¡Corre! -le ordenó.
La cabra levantó la cabeza y la miró sin verla.
Maldición. Natalia corrió hacia el animal.
– ¡Muévete!
La cabra obedeció.
– Buen chico -dijo Natalia acariciándolo-. No me muerdas, ¿eh? Venga, vamos por aquí.
Pero la cabra se paró en seco.
– ¡Te estoy intentando ayudar! -exclamó poniéndose en los cuartos traseros del animal y empujándolo-. ¡Pickles, muévete!
– ¿Fastidiando a la cabra? -dijo Sally.
– No, la voy a matar -contestó Natalia calada hasta los huesos.
– Si quieres matarlo, no tienes más que darle la comida que haces -sonrió Sally-. Ya verás que pronto se muere.
– ¡Mira quién habló de fastidiar a los demás! -exclamó Natalia mirando a la hermana de Tim fijamente.
– Nunca fastidio a nadie -protestó Sally.
– ¡Ja! -dijo Natalia harta de aquella chica-. Eres la persona más maleducada y fastidiosa que he conocido jamás, ¿te enteras? -le soltó dándole con el dedo en el hombro.
– Como me vuelvas a tocar, te enteras -la amenazó Sally.
– ¿Ah, sí? -dijo Natalia volviéndola a tocar.
Sally le dio un empujoncito.
– ¿Solo eso?
Sally se rió.
– No podrías con mucho más.
– Inténtalo.
– No.
– Gallina.
Sally la empujó con fuerza y Natalia se encontró, de nuevo, sentada en el estiércol. Sin dudarlo, agarró a Sally de los pies y la tiró de espaldas.
– Me has manchado -dijo la chica sin poder creérselo.
– Sí, ¿y sabes una cosa? Me parece que estás demasiado limpia -contestó tirándole una bola de estiércol que le resbaló por el pecho-. Así, mucho mejor – sonrió.
– Estás muerta -dijo Sally abalanzándose sobre ella.
Tras un agotador día de trabajo bajo la lluvia, Tim se paró a ver a Jake. El caballo estaba disfrutando de su comida y Tim sintió envidia. Él llevaba sin comer bien desde… desde Natalia.
– Pero le pone ganas -le dijo a Jake-. Quiso acostarse conmigo y le dije que no. Increíble, ¿verdad?
Jake relinchó.
– Sí -suspiró Tim saliendo de la cuadra y cruzando hacia la casa.
Entonces, vio a sus hombres de pie junto al vallado mirando una… ¿pelea de barro? Sorprendido vio que se trataba de Natalia y de su hermana.
Se acercó y se puso en primera fila. Sí, era Natalia y estaba más guapa que nunca, con todo el barro marcándole hasta el último rincón del cuerpo.
En contra de todo pronóstico, había ganado a su hermana y estaba muy orgullosa de sí misma.
– ¿Qué miras? -le dijo enfadada.
– A ti -contestó Tim sin pensar.
– Respuesta equivocada -dijo ella tirándole una bola de estiércol y saliendo del vallado con la cabeza muy alta a pesar del barro que le cubría la cara.
Capítulo 8
NATALIA pasó junto a los hombres, junto a la cabra ciega y a la cerda de tres patas mientras le caían gotas de barro por todo el cuerpo.
Había dejado de llover y el sol estaba calentando con fuerza. Cuando llegó al lateral de la casa para lavarse con la manguera parecía un caramelo recubierto de chocolate.
Como no podía ser de otra manera el agua estaba helada, pero no le importó porque ella estaba bastante acalorada del enfado que tenía.
Qué suerte. Sally la había seguido. Natalia apretó los dientes y se mojó el pelo hasta que notó que se le congelaban las ideas.
– ¿Qué quieres? ¿Otro asalto?
– No -suspiró Sally-. ¿Me creerías si te dijera que estoy con el síndrome premenstrual?
– Menuda excusa.
– Sí. La verdad es que protejo mis cosas con uñas y dientes.
– No me digas -dijo Natalia sintiendo la inmensa tentación de enchufarle la manguera en la cara.
– Me parece que me he pasado un poco contigo con mis comentarios acerca de tu comida y todo eso.
– Ya.
El barro estaba bien incrustado y Natalia se concentró en quitárselo.
– ¿Me estás escuchando? -dijo Sally poniéndose frente a ella-. Te estaba diciendo que he sido… bueno… eh…
– ¿Maleducada? ¿Desagradable? Sí, estoy de acuerdo y si lo que quieres es cambiar tu actitud me parece estupendo.
– Bien -sonrió Sally-. Entonces, ¿hacemos las paces?
– Claro. ¿Por qué no? -dijo Natalia encogiéndose de hombros y dejando la manguera-. Al fin y al cabo, todos sabemos que te puedo, ¿no?
Sally la miró con los ojos entornados.
– Es broma.
– No me caes bien, ¿sabes? -dijo Sally sonriendo.
– Me alegro porque tú a mí, tampoco -contestó Natalia.
Sally asintió y se alejó.
Natalia siguió limpiándose mientras se preguntaba cómo había dejado que todo aquello la afectara tanto. ¿Había olvidado que le quedaba poco tiempo allí? Si quisiera, podría llamar por teléfono y acabar con esa situación inmediatamente.
Se le encogió el corazón.
– Perfecto -se dijo-. Así que me he enamorado de este lugar…
¿Por qué sería?
Al girarse, vio a Tim mirándola con la sonrisa burlona.
– ¿Qué os ha pasado?
– Eh… Bueno, Sally y yo teníamos unos asuntillos pendientes -contestó Natalia.
– ¿Unos asuntillos?
Natalia se echó agua en el pecho y los brazos.
– No te preocupes. No creo que se repita -le aseguró.