Pero allí no era el centro de atención. No había gente esperándola para saludarla. No había cines, restaurantes, tintorerías… nada. Era como estar en otro planeta. Aquella idea le llevó a tener otro pensamiento. Tim se había comportado de forma dulce y compasiva, se la había llevado a casa creyendo que estaba loca y no podía dejarla sola en la calle.
¿Qué tipo de hombre hacía algo así?
¿Y qué mujer dejaba que lo hiciera? ¿Se estaba dejando llevar por un impulso cruel? Sí, cruel porque quería ganar tiempo para sí misma a costa de Tim.
Era domingo. La boda era el sábado siguiente, así que sus planes habían sido pasar la semana en algún hotel caro de Taos leyendo y disfrutando de la piscina.
Pero, de repente, se le ocurrió que lo que tenía que hacer era quedarse allí para demostrarse a sí misma y a su familia que podía ser normal. Una mujer normal.
Era lo que más deseaba en el mundo y para ser una mujer normal había que ocuparse de la gente querida, ¿no?
Aunque sonara estúpido, apreciaba a aquel hombre que la había ayudado sin conocerla de nada.
– Tómate hasta mañana para aclimatarte -dijo Tim colocándose a su lado y rozándola sin querer.
Suficiente para que Natalia sintiera que se le aceleraba el corazón y las hormonas del deseo se disparaban.
Lo siguió, admirando aquel trasero tan maravilloso, mientras le enseñaba la casa, los barracones de los peones y dos cobertizos, uno con herramientas y otro con animales. Cuando Tim le propuso entrar, Natalia se dio cuenta de que no le había contado un pequeño detalle: los animales le daban un miedo terrible.
Por eso, le dijo que no le apetecía en aquellos momentos entrar en las cuadras.
– ¿Por qué no te cambias de ropa y descansas? -le propuso Tim contemplando el horizonte desde el porche.
Natalia se dio cuenta de que era un paraje realmente silencioso y se sintió a gusto. Le hubiera gustado conocer mejor a aquel hombre para haber apoyado la cabeza en su hombro y haber disfrutado de la vista con él, pero no podía ser.
– Buena idea -contestó pensando en los vaqueros y las camisetas de algodón que se había comprado.
Iba a ir vestida igual que él, pero seguro que los vaqueros no le sentaban tan bien.
– Me gustaría empezar a trabajar ahora mismo -dijo.
– No es necesario, Natalia. Descansa hasta mañana.
– Pero tendréis que cenar, ¿no?
– Bueno, sí -dijo mirándola fijamente a los ojos.
Natalia no estaba acostumbrada a que los demás le aguantaran la mirada, pero no le importó.
– ¿Estás segura de lo que estás haciendo?
¿Segura? ¡Claro que no! Llevaba sin estar segura de sí misma desde que se había montado en un avión siendo una princesa con malas pulgas y había salido convertida en una mujer normal e indecisa.
– ¿Dónde está la cocina?
Tim la guió por la casa, que era tan grande y vasta como las tierras que la rodeaban. Los muebles eran enormes, como parecía todo en Texas, pero el conjunto resultaba sorprendentemente acogedor.
En Grunberg, tenían habitaciones de invitados y de niños, pero nunca se mezclaban porque los niños siempre podían romper algo. Como allí no había antigüedades ni cuadros, todo el mundo entraba en todas las habitaciones sin problema.
«Qué sitio más maravilloso para crecer», pensó.
– Qué bonito es esto -dijo sinceramente.
Tim se rió.
– Parece que te sorprendes -contestó parándose de repente y girándose hacia ella.
El movimiento fue tan repentino que Natalia se chocó contra él y Tim la agarró de la cintura para que no se cayera.
– ¿Tan salvaje te parezco?
Le estaba tomando el pelo de nuevo. Estaba claro por la sonrisa, pero no podía moverse.
Entonces, oyeron una ristra de palabrotas procedentes de la cocina.
– ¿Quién es esa? -preguntó Natalia.
– Mi hermana -contestó Tim mirando la puerta-. Por favor, que no haya matado a nadie ni incendiado nada -añadió abriéndola.
Había unos cuantos vaqueros sentados a la mesa que se alegraron visiblemente de ver a Tim.
– No pienso volver a ir a hacer la compra -estaba diciendo su hermana mirando las estanterías prácticamente vacías-, así que más vale que os comáis lo que haya por aquí… – añadió agarrando una lata de conservas caducada.
– Sally -dijo Tim entrando con Natalia.
– Aleluya -exclamó su hermana sonriendo.
Sonrisa que se evaporó en cuanto vio a Natalia, que seguía empapada y con la cazadora de Tim por encima.
– Sally, te presento a…
– Estupendo. Esto es genial. O sea que a mí me cae una bronca espantosa por darle un par de besos a Josh en la cuadra y tú…
– ¿Qué? -dijo un vaquero.
– ¿Te has liado con Josh? -preguntó otro mirando al aludido.
– Vaya, vaya…
– No nos lo habías contado.
Sally no contestó a ninguno.
– … y ahora apareces con la chati de turno. Muy bonito, Tim, muy bonita.
Natalia se quedó con la boca abierta.
– No soy… la chati de turno -dijo indignada y preguntándose cómo se sentiría siéndolo.
– Entonces, ¿quién eres? -preguntó Sally.
– Es lo que te iba a decir -intervino Tim con decisión-. Sally, haz el favor de comportarte. Natalia es la nueva cocinera.
– Ya y yo, la reina de Inglaterra -se burló su hermana.
– ¿Pero qué os pasa a todos con la reina de Inglaterra? -exclamó Natalia apiadándose de Tim por tener una hermana tan terrible y decidiendo que, en cuanto viera a las suyas, las iba a colmar de besos.
Tim se rió y negó con la cabeza.
– Bueno, vamos a empezar otra vez – dijo-. Natalia, olvídate de mi hermana. Tiene mal genio y suele saltar… demasiado a menudo. Te presento a Ryan, Pete, Seth y Red, mis chicos.
Los cuatro hombres sonrieron.
Natalia les sonrió también.
– Y esta es mi hermana, Sally, que va a ser amable y simpática, ¿verdad, Sally? -añadió girándose hacia la chica-. Esta es Natalia, que te va a reemplazar en la cocina, así que ya puedes estar contenta.
Sally miró a Natalia de arriba abajo.
Natalia miró a Sally de arriba abajo también.
– Sally -le advirtió Tim.
– Siempre soy simpática -contestó su hermana abrazándolo con fuerza.
– Yo, también -dijo Natalia emocionada ante aquella demostración de amor fraternal.
– Muy bien, todo somos muy simpáticos, así que no tiene por qué haber problemas -dijo Tim-. ¿Y Josh?
– Comiendo fuera -contestó Sally- como dijiste.
– Queremos saberlo todo -dijo uno de los vaqueros-. Queremos detalles.
– Ni lo sueñes -contestó Sally girándose hacia su hermano-. Tim, si solo es la cocinera, ¿por qué la tienes agarrada de la cintura?
– Para protegerla de ti -contestó Tim dándose cuenta de que su hermana tenía razón.
Los hombres estallaron en carcajadas y Sally los miró con desprecio.
– Si mi presencia va a suponer un problema… -dijo Natalia.
– Claro que no -la interrumpió Tim acariciándole la espalda.
Natalia sintió que se derretía, pero se dijo que no podía dejarse llevar como una adolescente por un ranchero guapísimo cuyos vaqueros tendrían que estar catalogados como arma ilegal.
– No quiero que haya problemas por mi culpa.
– Estupendo -dijo Sally abriendo la puerta de la cocina-. Pues, nada, todo arreglado. Ahora mismo te llamo un taxi -sonrió- y te vas donde quieras.
Tim cerró la puerta.
Pero Natalia ya iba hacia ella hablando sola, como tenía costumbre de hacer desde los dos años.
– Me voy a…
– Quedar -concluyó Tim.
Natalia lo miró con el ceño fruncido.
Tim la miró con el ceño fruncido.
Sally los miró con el ceño fruncido.
– Las cocineras no van vestidas de cuero y enseñando el ombligo -apuntó su hermana-. Por lo menos, en Texas.