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– Yo también hice una vez un juramento -dijo don Juan de repente.

El sonido de su voz me hizo saltar.

– Prometí a mi padre que viviría para destruir a sus asesinos. Años enteros cargué con esa promesa. Ahora la promesa está cambiada. Ya no me interesa destruir a nadie. No odio a los yoris. No odio a nadie. He aprendido que los incontables caminos que uno recorre en su vida son todos iguales. Los opresores y los oprimidos se encuentran al final, y lo único que sigue valiendo es que la vida fue demasiado corta para ambos. Hoy no me siento triste porque mis padres murieran como murieron; me siento triste porque eran indios. Vivieron como indios y murieron como indios y nunca se dieron cuenta de que antes que nada eran gente.

X

Volvía visitar a don Juan el 30 de mayo de 1969, y de buenas a primeras le dije que deseaba hacer un nuevo intento por "ver". Meneó la cabeza negativamente y rió, y me sentí impelido a protestar. Me dijo que yo debía ser paciente y que el tiempo no era propicio, pero yo insistí obstinadamente en que me hallaba preparado.

No pareció molestarse con mi insistencia. Sin embargo, trató de cambiar el tema. No cedí, y le pedí consejo acerca de cómo superar mi impaciencia.

– Debes actuar como guerrero -dijo.

– ¿Cómo?

– Uno aprende a actuar como guerrero actuando, no hablando.

– Dijo usted que un guerrero piensa en su muerte. Yo hago eso todo el tiempo; por lo visto no es suficiente.

Pareció tener un estallido de impaciencia e hizo con los labios un sonido chasquearte. Le dije que no era mi intención hacerlo enojar, y que si no me necesitaba allí en su casa, estaba dispuesto a regresar a Los Ángeles. Don Juan me dio palmaditas en la espalda y dijo que jamás se enojaba conmigo; sencillamente, había supuesto que yo sabía lo que significaba ser un guerrero.

– ¿Qué puedo hacer para vivir como un guerrero? -pregunté.

Se quitó el sombrero y se rascó las sienes. Me miró con fijeza y sonrió.

– Te gusta que todo te lo deletreen, ¿verdad?

– Mi mente trabaja en esa forma.

– No hay necesidad de ser así.

– No sé cómo cambiar. Por eso le pido que me diga exactamente qué hacer para vivir como guerrero; si lo supiera, podría hallar un modo de adaptarme a ello.

Debe de haber pensado que mis frases eran humorísticas; me palmeó la espalda mientras reía.

Tuve la impresión de que en cualquier momento me pediría marcharme, de modo que rápidamente tomé asiento en mi petate, frente a él, y empecé a hacerle más preguntas. Quise saber por qué tenía que esperar.

Me explicó que si yo trataba de "ver" a lo loco, antes de "sanar las heridas" que recibí luchando contra el guardián, lo más probable era que volviese a encontrarme con el guardián aunque no anduviera buscándolo. Don Juan me aseguró que nadie en esa posición podría sobrevivir tal encuentro.

– Debes olvidar por completo al guardián antes de embarcarte nuevamente en la empresa de ver -dijo.

– ¿Cómo es posible olvidar al guardián?

– Un guerrero tiene que usar su voluntad y su paciencia para olvidar. De hecho, un guerrero no tiene más que su voluntad y su paciencia, y con ellas construye todo lo que quiere.

– Pero yo no soy un guerrero.

– Has empezado a aprender las brujerías. Ya no te queda más tiempo para retiradas ni para lamentos. Sólo tienes tiempo para vivir como un guerrero y trabajar por la paciencia y la voluntad, quieras o no quieras.

– ¿Cómo trabaja un guerrero por ellas?

Don Juan meditó largo rato antes de responder.

– Creo que no hay manera de hablar de eso -dijo por fin-. Y menos de la voluntad. La voluntad es algo muy especial. Ocurre misteriosamente. No hay en realidad manera de decir cómo la usa uno, excepto que los resultados de usar la voluntad son asombrosos. Acaso lo primero que se debe hacer es saber que uno puede desarrollar la voluntad. Un guerrero lo sabe y se pone a esperar. Tu error es no saber que estás esperando a tu voluntad.

"Mi benefactor decía que un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera. En tu caso, tú sabes que esperas. Llevas años aquí conmigo, pero no sabes qué estás esperando. Es muy difícil, si no imposible, que el hombre común y corriente sepa lo que está esperando. Pero un guerrero no tiene problemas; sabe que está esperando a su voluntad."

– ¿Qué es exactamente la voluntad? ¿Es determinación, como la determinación de su nieto Lucio de tener una motocicleta?

– No -dijo don Juan suavemente, y soltó una risita-. Eso no es voluntad. Lucio nada más se entrega. La voluntad es otra cosa, algo muy claro y poderoso que dirige nuestros actos. La voluntad es algo que un hombre usa, por ejemplo, para ganar una batalla que, según todos los cálculos, debería perder.

– Entonces la voluntad debe ser lo que llamamos valor -dije.

– No. El valor es otra cosa. Los hombres valientes son hombres dignos de confianza, hombres nobles perennemente rodeados de gente que se congrega en torno suyo y los admira; pero muy pocos hombres valientes tienen voluntad. Por lo general son hombres sin miedo, dados a hacer acciones temerarias de sentido común; casi siempre, un hombre valiente es también temible y temido. La voluntad, en cambio, tiene que ver con hazañas asombrosas que desafían nuestro sentido común.

– ¿Es la voluntad el dominio que podemos tener sobre nosotros mismos? -pregunté.

– Se puede decir que es una especie de dominio.

– ¿Cree usted que yo pueda ejercitar mi voluntad, por ejemplo, negándome ciertas cosas?

– ¿Como el hacer preguntas? -interpuso.

Lo dijo en un tono tan malicioso que tuve que dejar de escribir para mirarlo. Ambos reímos.

– No -dijo-. Negarte es una entrega, y no recomiendo ninguna cosa por el estilo. Ese es el motivo de que te deje hacer todas las preguntas que quieres. Si te forzara a parar de preguntar, podrías torcer tu voluntad tratando de obedecer. Entregarse a la negación es el peor de todos los modos de entrega; nos fuerza a creer que estamos haciendo cosas buenas, cuando en efecto sólo estamos fijos dentro de nosotros mismos. Dejar de hacer preguntas no es la voluntad de la que te hablo. La voluntad es un poder. Y como es un poder, tiene que ser controlado y afinado, y eso toma tiempo. Lo sé y soy paciente contigo. A tu edad, yo era igual de impulsivo. Pero he cambiado. Nuestra voluntad opera a pesar de nuestra indulgencia. Por ejemplo, tu voluntad ya está abriendo tu boquete, poco a poco.

– ¿De qué boquete habla usted?

– Hay en nosotros una abertura; como la parte blanda de la cabeza de un niño, que se cierra con la edad, esta abertura se abre conforme uno desarrolla su voluntad.

– ¿Dónde está?

– En el sitio de tus fibras luminosas -dijo, señalando su área abdominal.

– ¿Cómo es? ¿Para qué es?

– Es una abertura. Da un espacio para que la voluntad se dispare, como una flecha.

– ¿Es la voluntad un objeto? ¿O es como un objeto?

– No. Sólo dije eso para hacerte entender. Lo que un brujo llama voluntad es un poder dentro de nosotros. No es un pensamiento, ni un objeto, ni un deseo. Dejar de preguntar no es voluntad porque requiere pensamiento y deseo.

La voluntad es lo que puede darte el triunfo cuando tus pensamientos te dicen que estás derrotado. La voluntad es lo que te hace invulnerable. La voluntad es lo que manda a un brujo a través de una pared; a través del espacio; a la luna, si él lo quiere.

No había nada más que yo deseara preguntar. Estaba cansado y algo tenso. Temía que don Juan fuera a pedirme que me marchara, y eso me molestaba.

– Vamos a los cerros -dijo abruptamente, y se puso de pie.

En el camino, empezó nuevamente a hablar de la voluntad, y rió de mi desaliento por no poder tomar notas.

Describió la voluntad como una fuerza que era la verdadera liga entre los hombres y el mundo. Tuvo buen cuidado de establecer que el mundo era lo que percibimos, en cualquier manera que podemos elegir percibirlo. Don Juan sostenía que "percibir el mundo" involucra un proceso de aprehender lo que se presenta ante nosotros. Esta "percepción" particular se lleva a cabo con nuestros sentidos y nuestra voluntad.