Le pregunté si la voluntad era un sexto sentido. Dijo que más bien era una relación entre nosotros mismos y el mundo percibido.
Sugerí que nos detuviéramos para que yo pudiese tomar notas. El rió y siguió caminando.
No me hizo marcharme aquella noche, y al día siguiente, después del desayuno, él mismo trajo a colación el tema de la voluntad.
– Lo que tú llamas voluntad es carácter y disposición fuerte -dijo-. Lo que un brujo llama voluntad es una fuerza que viene de dentro y se prende al mundo de fuera. Sale por la barriga, por aquí, donde están las fibras luminosas -se frotó el ombligo para señalar la zona-. Digo que sale por aquí porque uno lo siente salir.
– ¿Por qué lo llama usted voluntad?
– Yo no lo llamo nada. Mi benefactor lo llamaba voluntad, y otros hombres de conocimiento lo llaman voluntad.
– Ayer dijo usted que uno puede percibir el mundo con los sentidos así como con la voluntad. ¿Cómo puede ser posible eso?
– Un hombre común nada más agarra las cosas del mundo con las manos, o los ojos, o los oídos, pero un brujo también las agarra con la nariz, o la lengua, o la voluntad, sobre todo con la voluntad. No puedo describir realmente cómo se hace, pero tú mismo, por ejemplo, no puedes describirme cómo oyes. Lo que sucede es que yo también puedo oír, de modo que podemos hablar de lo que oímos, pero no de cómo oímos. Un brujo usa su voluntad para percibir el mundo. Pero no es como percibirlo con el oído. Cuando miramos el mundo o cuando lo oímos, tenemos la impresión de que está allí y de que es real. Cuando percibimos el mundo con la voluntad, sabemos que no está tan allí ni es tan real como pensamos.
– ¿Es la voluntad lo mismo que ver?
– No. La voluntad es una fuerza, un poder. Ver no es una fuerza, sino más bien un modo de atravesar cosas. Un brujo puede tener una voluntad muy fuerte y sin embargo quizá no vea; eso significa que sólo un hombre de conocimiento percibe el mundo con sus sentimientos y con su voluntad y también con su ver.
Le dije que me hallaba más confuso que nunca con respecto a la forma de usar mi voluntad para olvidar al guardián. Esa afirmación y mi perplejidad de ánimo parecieron deleitarlo.
– Ya te he dicho que cuando hablas nada más te confundes -dijo, y rió-. Pero por lo menos ahora sabes que estás esperando a tu voluntad. Todavía no sabes qué es ni cómo podría ocurrirte. Así que vigila con cuidado todo lo que hagas. La cosa misma que podría ayudarte a desarrollar tu voluntad está entre todas las cositas que haces.
Don Juan se fue toda la mañana; regresó en las primeras horas de la tarde con un bulto de plantas secas. Me hizo con la cabeza señal de que lo ayudara, y trabajamos durante horas en silencio completo, separando las plantas. Al terminar nos sentamos a descansar y él me sonrió con benevolencia.
Le dije con mucha seriedad que había esta leyendo mis notas y que aún no podía comprender qué implicaba el ser guerrero ni qué significaba la idea de la voluntad.
– La voluntad no es una idea -dijo.
Era la primera vez que me hablaba en todo el día. Tras una larga pausa continuó:
– Somos distintos, tú y yo. No tenemos el mismo carácter. Tu naturaleza es más violenta que la mía. Yo a tu edad, no era violento, sino malo; tú eres lo opuesto. Mi benefactor era así; habría estado como mandado hacer para maestro tuyo. Era un gran brujo, pero no veía; no del modo como yo veo o como Genaro ve. Yo entiendo el mundo y vivo según lo que veo. Mi benefactor, en cambio, tenía que vivir como guerrero. Un hombre que ve no necesita vivir como guerrero ni como ninguna otra cosa, porque puede ver las cosas como son y dirigir su vida de acuerdo con eso. Pero, teniendo en cuenta tu carácter, yo diría que tal vez nunca aprendas a ver, y en ese caso tendrás que vivir como guerrero toda tu vida.
"Mi benefactor decía que, cuando un hombre se embarca en los caminos de la brujería, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre; de que el conocimiento es en verdad algo que da miedo; de que los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén; y de que si desea sobrevivir debe adoptar una nueva forma de vida. Lo primero que debe hacer, en ese punto, es querer llegar a ser un guerrero, un paso y una decisión muy importantes. La aterradora naturaleza del conocimiento no le permite a uno otra alternativa que la de llegar a ser un guerrero.
"Ya cuando el conocimiento se convierte en algo que da miedo, el hombre también se da cuenta de que la muerte es la compañera inseparable que se sienta a su lado en el petate. Cada trocito de conocimiento que se vuelve poder tiene a la muerte como fuerza central. La muerte da el último toque, y lo que la muerte toca se vuelve en verdad poder.
"Un hombre que sigue los caminos de la brujería se enfrenta en cada recodo con la aniquilación inminente, y sin poder evitarlo se vuelve terriblemente consciente de su muerte. Sin la conciencia de la muerte no sería más que un hombre común envuelto en actos comunes. Carecería de la potencia necesaria, de la concentración necesaria que transforman en poder mágico nuestro tiempo ordinario sobre la tierra.
"De ese modo, para ser un guerrero un hombre debe estar, antes que nada y con justa razón, terriblemente consciente de su propia muerte. Pero preocuparse por la muerte forzaría a cualquiera de nosotros a enfocar su propia persona, y eso es debilitante. De modo que lo otro que uno necesita para ser guerrero es el desapego. La idea de la muerte inminente, en vez de convertirse en obsesión, se convierte en indiferencia."
Don Juan dejó de hablar y me miró. Parecía esperar un comentario.
– ¿Entiendes? -preguntó.
Yo entendía lo que había dicho, pero personalmente me resultaba imposible ver cómo podía alguien llegar a un sentido de desapego. Dije que, desde el punto de vista de mi propio aprendizaje, ya había experimentado el momento en que el conocimiento se convertía en algo atemorizante. También podía decir con toda veracidad que ya no encontraba apoyo en las premisas ordinarias de mi vida cotidiana. Y deseaba, o quizá más que desear, necesitaba, vivir como un guerrero.
– Ahora debes despegarte -dijo don Juan.
– ¿De qué?
– Despégate de todo.
– Eso es imposible. No quiero ser un ermitaño.
– Ser ermitaño es una entrega y jamás me referí a eso. Un ermitaño no está despegado, pues se abandona voluntariamente a ser ermitaño.
"Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que sea incapaz de abandonarse a nada. Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que no pueda negarse nada. Pero un hombre de tal suerte no ansía, porque ha adquirido una lujuria callada por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que su muerte lo anda cazando y que no le dará tiempo de adherirse a nada, así que prueba, sin ansias, todo de todo.
"Un hombre despegado, sabiendo que no tiene posibilidad de poner vallas a su muerte, sólo tiene una cosa que lo respalde: el poder de sus decisiones. Tiene que ser, por así decirlo, el amo de su elección. Debe comprender por completo que su preferencia es su responsabilidad, y una vez que hace su selección no queda tiempo para lamentos ni recriminaciones. Sus decisiones son definitivas, simplemente porque su muerte no le da tiempo de adherirse a nada.
"Y así, con la conciencia de su muerte, con desapego y con el poder de sus decisiones, un guerrero arma su vida en forma estratégica. El conocimiento de su muerte lo guía y le da desapego y lujuria callada; el poder de sus decisiones definitivas le permite escoger sin lamentar, y lo que escoge es siempre estratégicamente lo mejor; así cumple con gusto y con eficiencia lujuriosa, todo cuanto tiene que hacer.