Cuando don Juan llegó a su casa al atardecer, lo acosé e insistí en leerle mi relato. Rehusó escuchar y me hizo tomar asiento. Se sentó frente a mí. No sonreía. Parecía estar pensando, a juzgar por la mirada penetrante de sus ojos, que se hallaban fijos por encima del horizonte.
– Creo que ya te habrás dado cuenta -dijo en un tono que de pronto era muy severo- de que todo es mortalmente peligroso. El agua es tan mortal como el guardián. Si no te cuidas, el agua te atrapará. Casi lo hizo ayer. Pero para que lo atrapen, un hombre debe estar dispuesto. Esa es cuestión tuya. Estás dispuesto a entregarte.
Yo no sabía de qué estaba hablando. Su ataque contra mí había sido tan repentino que me hallaba desorientado. Débilmente le pedí explicarse. Mencionó, con desgano, que había ido al monte y había "visto" al espíritu del ojo de agua y tenía la profunda convicción de que yo había malogrado mi oportunidad de "ver" el agua.
– ¿Cómo? -pregunté, en verdad desconcertado.
– El espíritu es una fuerza -dijo él-, y como tal, responde a la fuerza. No te puedes entregar en su presencia.
– ¿Cuándo me entregué?
– Ayer, cuando te pusiste verde en el agua.
– No me entregué. Pensé que era un momento muy importante y le dije a usted lo que me estaba pasando.
– ¿Quién eres tú para pensar o decir qué cosa es importante? No sabes nada de las fuerzas que estás tocando. El espíritu del ojo de agua existe allí y podría haberte ayudado; de hecho, te estuvo ayudando hasta que tú lo echaste a perder. Ahora no sé cuál será el resultado de tus acciones. Has sucumbido a la fuerza del espíritu del ojo de agua y ahora puede llevarte en cualquier momento.
– ¿Fue un error mirar cómo me volvía verde?
– Te abandonaste. Quisiste abandonarte. Eso estuvo mal. Te lo he dicho y te lo repito. Sólo como un guerrero puedes sobrevivir en el mundo de un brujo. Un guerrero trata todo con respeto y no pisotea nada a menos que tenga que hacerlo. Tú, ayer, no trataste el agua con respeto. Por lo común te portas muy bien. Pero ayer te abandonaste a tu muerte, como un pinche idiota. Un guerrero no se abandona a nada, ni siquiera a su muerte. Un guerrero no es un socio voluntario; un guerrero no está disponible, y si se mete con algo, puedes tener la certeza de que sabe lo que está haciendo.
No supe qué decir. Don Juan estaba casi enojado. Eso me producía inquietud. Rara vez se había portado así conmigo. Le dije que en verdad no tuve ni la menor idea de que estaba cometiendo un error. Tras algunos minutos de silencio tenso, se quitó el sombrero y sonrió y me dijo que debía irme y no regresar a su casa hasta sentir que había ganado control sobre mi deseo de abandonarme. Recalcó que yo debía apartarme del agua y evitar que tocara la superficie de mi cuerpo durante tres o cuatro meses.
– No creo que podría aguantar sin darme una ducha -dije.
Don Juan rió y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
– ¡No aguantas sin una ducha! A veces eres tan flojo que pienso que estás bromeando. Pero no es un chiste. A veces realmente no tienes ningún control, y las fuerzas de tu vida te agarran con entera libertad.
Aducí que era humanamente imposible estar controlado en todo momento. El sostuvo que para un guerrero no había nada fuera de control. Yo traje a colación la idea de los accidentes y dije que lo ocurrido en la zanja de riego podía sin duda considerarse como tal, pues yo actué sin intención y sin conciencia de mi conducta impropia. Hablé de diversas personas que habían sufrido infortunios explicables como accidentes; me referí en especial a Lucas, un excelente viejo yaqui que resultó herido al volcarse el camión que conducía.
– Me parece que es imposible evitar los accidentes -dije-. Ningún hombre puede controlar todo cuanto lo rodea.
– Cierto -dijo don Juan, cortante-. Pero no todo es un accidente inevitable. Lucas no vive como guerrero. De lo contrario, sabría que está esperando y porque espera, y no habría manejado ese camión estando borracho. Se estrelló contra las peñas porque estaba borracho, y destrozó su cuerpo por nada.
"La vida, para un guerrero, es un ejercicio de estrategia -prosiguió don Juan-, Pero tú quieres hallar el significado de la vida. A un guerrero no le importan los significados. Si Lucas viviera como guerrero -y tuvo su oportunidad, como todos tenemos la nuestra- armaría su vida estratégicamente. De ese modo, si no podía evitar un accidente que le destrozara las costillas, habría hallado medios para compensar ese contratiempo, o evitar sus consecuencias, o batallar contra ellas. Si Lucas fuera guerrero no estaría muriéndose de hambre en su casa mugrosa. Estaría batallando hasta el final.
Planteé a don Juan una posibilidad, usándolo a él mismo como ejemplo, y le pregunté que haría si él tuviese un accidente en el que perdiera las piernas.
– Si no puedo evitarlo, y pierdo las piernas -dijo-, ya no podré ser un hombre, así que me uniré a lo que me está esperando allá.
Hizo un arco con la mano para señalar a todo al derredor.
Argumenté que me malinterpretaba. Yo había querido hacer referencia a la imposibilidad de que cualquier individuo previera todas las variables implicadas en sus acciones de cada día.
– Todo lo que puedo decirte -dijo don Juan- es que un guerrero nunca está disponible; nunca está parado en el camino esperando las pedradas. Así corta al mínimo el chance de lo imprevisto. Lo que tú llamas accidentes son casi siempre muy fáciles de evitar, excepto para los tontos que viven por las puras.
– No es posible vivir estratégicamente todo el tiempo -dije-. Imagínese que alguien lo está esperando con un rifle de alta potencia con mira telescópica; puede darle con exactitud a quinientos metros de distancia. ¿Qué haría usted?
Don Juan me miró con aire de incredulidad y luego se echó a reír.
– ¿Qué haría usted? -insistí.
– ¿Si alguien me está esperando con un rifle de mira telescópica? -dijo, obviamente en son de burla.
– Si alguien está escondido fuera de vista, esperándolo. No tiene usted el menor chance. No puede parar una bala.
– No, no puedo. Pero sigo sin entender lo que quieres decir.
– Quiero decir que toda su estrategia no puede servirle de nada en una situación así.
– Ah, pero sí sirve. Si alguien me está esperando en un sitio con un rifle de alta potencia con mira telescópica, sencillamente no llego a ese sitio.
XIII
Mi siguiente intento de "ver" tuvo lugar el 3 de septiembre de 1969. Don Juan me hizo fumar dos cuencos de la mezcla. Los efectos inmediatos fueron idénticos a los experimentados anteriormente. Recuerdo que, cuando mi cuerpo se hallaba adormecido por completo, don Juan me tomó del sobaco derecho y me condujo al espeso chaparral desértico que se extiende por kilómetros alrededor de su casa. No recuerdo qué hicimos don Juan o yo después de entrar en el matorral, ni cuánto tiempo anduvimos; en determinado momento me descubrí sentado en la cima de un cerrito. Don Juan había tomado asiento a mi izquierda, tocándome. Yo no podía sentirlo, pero lo veía con el rabo del ojo. Tuve la sensación de que me había estado hablando, aunque no lograba recordar sus palabras. De cualquier modo sentía saber exactamente lo que había dicho, pese al hecho de que no me era posible recobrarlo en mi memoria lúcida. Sentía que sus palabras eran como los vagones de un tren que se aleja, y la última era como un cabús cuadrangular. Yo sabía cuál era esa última palabra, pero no podía decirla ni pensar claramente en ella. Era un estado de semivigilia, con la imagen onírica de un tren de palabras.
Entonces oí muy levemente la voz de don Juan que me hablaba.
– Ahora debes mirarme -dijo, volviendo mi rostro hacia el suyo. Repitió la frase tres o cuatro veces.
Al mirar, descubrí de inmediato el mismo efecto de resplandor que dos veces antes había percibido en su cara; era un movimiento hipnotizante, un cambio ondulatorio de luz dentro de áreas contenidas. No había límites precisos para esas áreas, y sin embargo la luz ondulante no se derramaba: se movía dentro de fronteras invisibles.