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"Pero nada de esto tiene importancia por ahora. Lo importante es que viste al aliado. ¡Esa es tu presa! Te dije que íbamos a cazar algo. Pensé que iba a ser un animal. Calculé que verías el animal que debíamos cazar. Yo en mi caso vi un jabalí; mi cazador de espíritus es jabalí.

– ¿Quiere usted decir que su cazador de espíritus está hecho de jabalí?

– ¡No! Nada en la vida de un brujo está hecho de ninguna otra cosa. Si algo es algo, lo que sea, es la cosa misma. Si conocieras jabalís te darías cuenta de que mi cazador de espíritus es eso.

– ¿Por qué vinimos aquí a cazar?

– El aliado sacó de su morral un cazador de espíritus y te lo enseñó. Necesitas tener uno si quieres llamarlo.

– ¿Qué es un cazador de espíritus?

– Es una fibra. Con ella puedo llamar a los aliados, o a mi propio aliado, o puedo llamar espíritus de ojos de agua, espíritus de ríos, espíritus de montañas. El mío es jabalí y grita como jabalí. Dos veces lo usé cerca de ti para llamar en tu ayuda al espíritu del ojo de agua. El espíritu vino a ti como el aliado vino hoy a ti. Pero no pudiste verlo, porque no tenías velocidad; así y todo, aquel día que te llevé a la cañada y te puse en una piedra, supiste que el espíritu estaba casi sobre ti, sin necesidad de verlo. Esos espíritus son ayudantes. Son demasiado duros de manejar y medio peligrosos. Se necesita una voluntad impecable para tenerlos a raya.

– ¿Qué aspecto tienen?

– Son distintos para cada quien, lo mismo que los aliados. Para ti, al parecer, un aliado tendría el aspecto de alguien que conociste o que siempre estarás a punto de conocer; ésa es la inclinación de tu naturaleza. Eres dado a misterios y secretos. Yo no soy como tú, y para mí un aliado es algo muy preciso.

"Los espíritus de ojos de agua son propios de determinados sitios. El que llamé en tu ayuda es uno que yo conozco. Me ha ayudado muchas veces. Habita en aquella cañada. Cuando lo llamé en tu ayuda, no eras fuerte y el espíritu te dio duro. No era ésa su intención -no tienen ninguna- pero te quedaste allí tirado, muy débil, más débil de lo que yo suponía. Más tarde, el espíritu casi te jaló a tu muerte; en el agua, en la zanja de riego, estabas fosforescente. El espíritu te tomó por sorpresa y casi sucumbes. Cuando un espíritu hace eso, vuelve siempre en busca de su presa. Estoy seguro de que volverá por ti. Desgraciadamente, necesitas el agua para hacerte sólido de nuevo cuando usas el humito; eso te coloca en una desventaja terrible. Si no usas el agua, probablemente mueras, pero si la usas, el espíritu te llevará.

– ¿Puedo usar el agua de otro sitio?

– No hay diferencia. El espíritu del ojo de agua de por mi casa puede seguirte a cualquier parte, a menos que tengas un cazador de espíritus. Por eso el aliado te lo enseñó. Te dijo que lo necesitas. Lo enredó en su mano izquierda y vino a ti después de señalar la cañada. Hoy quiso enseñarte de nuevo el cazador de espíritus, como la primera vez que lo encontraste. Fue muy sensato que te detuvieras; el aliado iba demasiado rápido para tu fuerza y una sacudida directa con él te sería muy dañina.

– ¿Cómo puedo ahora obtener un cazador de espíritus?

– Parece que el mismo aliado te lo va a dar.

– ¿Cómo?

– No sé. Tendrás que ir a él. Ya él te dijo dónde buscarlo.

– ¿Dónde?

– Allá arriba, en esos cerros donde viste el hoyo.

– ¿Debo ir a buscar al aliado mismo?

– No. Pero él ya te da la bienvenida. El humito te abrió el camino hacia él. Luego, más adelante, lo encontrarás cara a cara, pero eso pasará sólo cuando lo conozcas muy bien.

XVI

Llegamos al mismo valle al atardecer el 15 de diciembre de 1969. Mientras cruzábamos los matorrales, don Juan mencionó repetidas veces que las direcciones o puntos de orientación tenían importancia crucial en la empresa que yo iba a emprender.

– Debes determinar la dirección correcta apenas llegues a la punta de un cerro -dijo don Juan-. Nomás te veas en la punta, enfrenta esa dirección -señaló el sureste-. Esa es tu buena dirección y debes encararla siempre, sobre todo cuando andes en dificultades. Recuérdalo.

Nos detuvimos al pie de los cerros donde yo había percibido el hoyo. Señaló un sitio específico en el cual debía sentarme; tomó asiento junto a mí y con voz pausada me dio detalladas instrucciones. Dijo que tan pronto como llegara yo a la cima del cerro, debía extender el brazo derecho frente a mí, con la palma de la mano hacia abajo y los dedos desplegados en abanico, excepto el pulgar, que debía doblarse contra la palma. Luego tenía que volver la cabeza al norte y plegar el brazo contra el pecho, con la mano apuntando también al norte; después tenía que bailar, poniendo el pie izquierdo atrás del derecho, golpeando el suelo con la punta de los dedos izquierdos. Dijo que al sentir que un calor subía por mi pierna, empezara a girar el brazo lentamente de norte a sur, y luego otra vez hacia el norte.

– Donde sientas que se te entibia la palma de tu mano mientras mueves el brazo es el sitio en el que debes sentarte, y también la dirección en la que debes mirar -dijo-. Si el sitio queda hacia el este, o si está en esa dirección -señaló de nuevo el sureste-, los resultados serán excelentes. Si el sitio donde tu mano se calienta está para el norte, te darán una buena paliza, pero puedes volver la marea a tu favor. Si el sitio queda para el sur, tendrás una pelea dura.

"Al principio necesitarás pasar el brazo hasta cuatro veces, pero conforme te vayas familiarizando con el movimiento no necesitarás más que una sola pasada para saber si tu mano se va a calentar o no.

"Una vez que localices un sitio donde tu mano es caliente, siéntate allí; ése es tu primer punto. Si estás mirando al sur o al norte, tienes que decidir si te sientes lo bastante fuerte para quedarte. Si tienes dudas, levántate y vete. No hay necesidad de quedarte si no tienes confianza en ti mismo. Si decides seguir allí, limpia un lugar para hacer una hoguera como a metro y medio de tu primer punto. El fuego debe quedar en línea recta en la dirección que estás mirando. El espacio donde enciendes la hoguera es tu segundo punto. Luego recoge todas las ramas que puedas entre los dos puntos y prende la hoguera. Siéntate en tu primer punto y mira el fuego. Tarde o temprano llegará el espíritu y lo verás.

"Si no se te calienta la mano para nada después de cuatro movimientos, gira el brazo despacio de norte a sur, y luego da la vuelta y gíralo hacia el oeste. Si tu mano se calienta en cualquier sitio hacia el oeste, deja todo y echa a correr. Corre cuesta bajo hacia el terreno llano, y no voltees, oigas o sientas lo que sea detrás de ti. Tan pronto como llegues al terreno llano, por más asustado que estés, no sigas corriendo, tírate al suelo, quítate la chamarra, hazla bola contra tu ombligo y acurrúcate con las rodillas contra el estómago. También debes cubrirte los ojos con las manos, y los brazos tienen que estar apretados contra los muslos. Debes quedarte en esa posición hasta que amanezca. Si sigues estos pasos sencillos, no sufrirás el menor daño.

"En caso de que no puedas llegar a tiempo al terreno llano, tírate al suelo ahí donde estés. Te va a ir pero muy mal. Te van a acosar, pero si conservas la calma y no te mueves ni miras, saldrás sin un rasguño.

"Ahora, si tu mano no se calienta para nada cuando la muevas hacia el oeste, mira de nuevo al este y corre en esa dirección hasta que te quedes sin aliento. Párate allí y repite las mismas maniobras. Has de seguir corriendo hacia el este, repitiendo estos movimientos, hasta que se te caliente la mano."