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– Gracias a Dios.

Sam sonrió y Mac sintió que el corazón se le encogía en el pecho.

Él no era el príncipe azul de nadie, y mucho menos de Samantha. Él era sólo un hombre, y en aquel momento carecía de la fuerza para decir que no. Llevaban construyendo aquel encuentro desde el instante en que se conocieron.

Mac le ofreció una mano, y ella entró en la bañera, toda piel blanca sin tocar por el sol, interrumpida sólo por unos pezones oscuros y un triángulo aun más oscuro de rizos en la unión de sus muslos. Mac gimió, agradeciendo su valor porque hasta aquel momento no había estado seguro de que fuese a dar el paso.

Llegó a sus brazos al tiempo que Mac la tomaba por la cintura para que se uniera a él bajo el agua, y al abrazarla, sus labios, sus pechos, su vientre y sus muslos se unieron a su cuerpo, duro ya como una piedra.

Ronroneaba como un gatito perdido que hubiese encontrado el camino de vuelta a casa, y esos gemidos lo excitaban cada vez más. Mac la sujetó por las nalgas para apretarla junto a él, pero ella se removía buscando más, un contacto más íntimo que él comprendía muy bien.

Tenía que hacer algo si quería que su primera vez no fuese rápida como el rayo, así que buscó a su alrededor. Su amigo Bear no tenía el equipamiento del que hubieran podido disfrutar en The Resort, pero siendo un hombre de recursos como era, encontraría el modo.

– Tú has venido a unirte a una fiesta, ¿verdad? -le preguntó, mirándola a los ojos.

– Sí -gimió ella.

– Me alegro.

Su sonrisa fue hermosa pero contenía toda la ansiedad que debía haber estado sintiendo y Mac se maldijo por no haberle hecho frente antes. Había presentido sus contradicciones desde el primer momento y como era una mujer de dentro a afuera, el que hubiese acudido por voluntad propia junto a él hacía que aquel acto fuese mucho más excitante y su siguiente movimiento mucho más importante.

Tenía las manos cubiertas de espuma, y en lugar de quitársela, se agachó y comenzó a frotarle las piernas con ella, suavemente y muy despacio. Cuando llegó a sus muslos, ella contuvo la respiración y a punto estuvo de perder el equilibrio.

– Apóyate en mis hombros -le dijo.

– No estoy segura de que…

– Pero yo sí -replicó él, mirándola a los ojos-. ¿Confías en mí?

– Sí -contestó sin dudar.

– Entonces, hazlo… y juguemos.

Sam se aferró a sus hombros y el volvió a lo que estaba haciendo, recorriendo sus muslos hacia los rizos mojados que esperaban la llegada de sus manos. No se oía nada más que el caer del agua y la música ahogada.

– Oh, Mac… -tembló cuando por fin alcanzó su objetivo.

Él también se estremeció, pero tenía que controlarse, así que hundió un dedo en sus profundidades. Ella gimió, clavándole las uñas en la espalda. Por instinto dio un respingo para escapar de su mano, y aquel movimiento espoleó su deseo, aunque retiró la mano. Tenía otros planes.

A pesar de su gemido desilusionado, siguió enjabonándola, y cuando llegó a sus pechos a punto estuvo de olvidar sus planes y quedarse allí para siempre acariciando, sosteniendo, excitando. Después se llevó uno de sus pezones a la boca y lo lamió y mordió hasta que ella gritó su nombre y agarró su erección con las dos manos.

Pero él no le dejó moverlas.

– ¿Es que tu madre no te enseñó a compartir? -se quejó Sam.

– Lo intentó -contestó él, mordiéndole en el cuello-, pero es que nunca se me ha dado bien. Lo que nunca me ha importado es trabajar por turnos, y éste es el mío. El tuyo ya vendrá más tarde -sentenció, y descolgó la ducha-. Lo primero que tenemos que hacer es limpiar toda esa espuma.

Ella sonrió.

– Yo creía que íbamos a jugar -dijo en tono travieso.

– Y eso es lo que vamos a hacer -replicó, y le hizo colocar la pierna en el borde de la bañera antes de cambiar la intensidad del agua y que saliese con mayor presión.

Ella abrió de par en par los ojos.

– Has dicho que confías en mí.

– Así es.

– ¿Y sigues manteniéndolo?

– Teniendo en cuenta que has estado durmiendo conmigo sin intentar absolutamente nada y te has portado como todo un caballero, creo que te lo has ganado.

Dirigió el chorro del agua hacia sus piernas.

– No querrás decir con eso que prefieres que volvamos a lo de antes, ¿verdad?

Ella se agarró a sus hombros en el mismo momento en que él dejó que el agua llegase a su entrepierna. Samantha gimió y todo su cuerpo se arqueó contra el chorro del agua, y aquella respuesta reforzó su determinación de llegar hasta el final con su placer.

La hizo tumbarse primero en el fondo de la bañera y sentarse entre sus piernas abiertas para poder deslizar sus dedos dentro de ella y moverlos a un ritmo que ella enseguida asumió, mientras con la otra mano enfocaba el chorro del agua contra su clítoris.

Ojalá pudiera verle la cara, pero tenía que contentarse con sus gemidos y el insistente movimiento de su cuerpo hacia él, que por otro lado estaba haciéndole llegar a un punto de erección que no iba a poder soportar mucho más. Lo que necesitaba era estar dentro de ella, en su fondo, llenándola… Sin aviso alguno, Sam gritó al alcanzar el clímax y aquel grito desencadenó el suyo propio con tal intensidad como nunca se habría imaginado sin estar dentro de ella.

Un grito más y Sam colapso contra él. Mac dejó la ducha y apoyó la cabeza contra la pared, sacudidos ambos de vez en cuando por intensos escalofríos.

Samantha no había pronunciado una palabra, ni le había mirado a los ojos, lo cual no era extraño. ¿Cómo podía haberse aprovechado de ese modo sin pensar en sus sentimientos?

– Estás muy callada.

– ¿Ah, sí? -murmuró-. Estaba pensando en un dicho que tiene que ver con lo que te dije antes de que eras todo un caballero.

Mac la rodeó por la cintura y sentir su cuerpo junto al suyo le proporcionó más placer del que un hombre debería tener.

– ¿Y cuál es?

Ella se echó a reír.

– El de… las damas, primero.

Mac la abrazó con fuerza y se echó a reír, aliviado. Cómo quería a aquella mujer… pero eso era algo que sabía bien que ella no querría oír.

Envuelta en una gruesa toalla y fría por haber estado un buen rato en el agua, Sam se unió a Mac en la cama.

– Sólo quería que supieras… -empezó, mirando al hombre que le había permitido libertades que ni siquiera imaginaba que existieran, pero no pudo terminar. Sintió que se ruborizaba, pero tenía que continuar-. Quiero que sepas que yo no acostumbro a… -se detuvo otra vez-… a ir seduciendo… -¿había sido él o ella el inductor?-… a ducharme con… -eso era cierto, pero no la definición de lo que quería decir-… que yo no suelo acostarme con el primero que se cruza en mi camino.

Él apoyó una mano en su mejilla y la miró a los ojos.

– Nunca he pensado que lo hicieras. De hecho, incluso diría que ésta ha sido tu primera… ducha.

Mac sonrió y ella también.

– Y la he disfrutado -admitió.

Mac se colocó sobre ella y la abrazó.

– Ya me he dado cuenta.

– Hay algo más.

– ¿Por qué será que no me sorprende? -replicó, apoyándose en las manos.

– Que… que no corremos ningún peligro.

Mac arqueó las cejas.

– ¿Quieres decir que no necesito protección?

– Sí. No. Bueno, que… que sí la necesitas. Me refiero en el sentido médico -había tenido que someterse a un examen exigido por su futuro marido-, y no en el sentido de quedarme embarazada.

Qué estúpida. Así que había llegado hasta allí en busca de un hombre sexy con el que acostarse, pensando en que protección era lo primero que debía pedirle, y ahora con Mac ni siquiera se había acordado de ello. Ni de eso, ni de ninguna otra cosa.

Él sonrió, ni mucho menos insultado por el tema de conversación.

– Tú tampoco tienes que preocuparte por mí en ese sentido, excepto que…