Выбрать главу

Una vez estuvo seguro de que se habían marchado, Mac volvió su atención a lo que era importante: tomó la mano de Sam y sentirla temblorosa le inquietó.

– Samantha…

– Estoy bien -le cortó, aunque su palidez dijera lo contrario-. Deberías haber oído las cosas que me ha dicho. Como si por el hecho de servirle la bebida tuviese derecho a que le sirviera en otras cosas… -no dejaba de limpiarse las manos en la ropa, como si así pudiese borrar el recuerdo-. Sólo porque sirva bebidas en un bar no quiere decir que esté dispuesta a… servir al primer cerdo que entre aquí.

Pronunció aquellas últimas palabras con tanta rabia que Mac llegó a preguntarse si sería el momento de recordarle que… bueno, no sabía a qué demonios se dedicaba para ganarse la vida, pero no a servir bebidas en un bar. Pero ella había mostrado todo el respeto del mundo hacia quienes lo hacían, y por ello su opinión sobre ella mejoró aún más.

Mac miró el reloj. Aún faltaban cuarenta y cinco minutos para cerrar.

– Bueno, amigos. Considerad que la bebida que estéis disfrutando es la última que os vamos a servir esta noche.

Como el incidente se había desarrollado ante los ojos de todos, el rumor de las conversaciones había descendido considerablemente.

– No tienes que cerrar antes por mi culpa. Estoy bien -dijo Sam. Pero no lo estaba.

– Voy a cerrar -confirmó él, apartándole con ternura un mechón de la mejilla-. Si no es por ti, por mí.

– Pero Bear…

– Bear me dejó al mando, y supongo que eso me otorga ciertos derechos.

– ¿Y quién soy yo para discutir con el jefe? -contestó, y algo de su color natural volvió a sus mejillas.

Mac tomó su cara entre las manos.

– Has sabido enfrentarte a este incidente maravillosamente bien, pero quiero que sepas que no habría permitido que te hiciese daño.

– Lo sé. Y no me ha hecho nada. Simplemente me he sentido… violada en cierto sentido.

Una mujer como Samantha, que provenía del mundo que él imaginaba, no estaría acostumbrada a ser el blanco de las palabras de un imbécil borracho.

– Dame unos minutos para cerrar y todo esto no será más que un recuerdo distante.

Ya se aseguraría él de que así fuera.

Zee volvió.

– ¿Estás bien, preciosa?

Ella sonrió.

– Bien. Y gracias por todo.

– Mi hijo no regenta un lugar en el que se admita a esa clase de gente. Siento que…

Pero Sam no le dejó continuar.

– Sé qué clase de sitio es éste, Zee -le contestó, tomando su mano huesuda-, y no tienes que disculparte por nada. Ninguno de los dos -añadió, mirando a Mac.

A Mac el camarero. De pronto, aquel engaño se le empezó a atravesar en el estómago.

– Me marcho para que puedas cerrar -le dijo Zee a Mac-. Ah… por cierto -añadió cuando ya iba a darse la vuelta-. ¿Sigues pensando ir mañana a Sedona a ver a tu madre?

– No. Voy a retrasarlo unos días.

No tenía sentido ir a ver a su madre y a su hermana con una mujer, ya que no tenía las respuestas a las preguntas que sin duda su familia querría hacerle.

– De acuerdo. Cuando vayas, dímelo. Me gustaría acompañarte.

Mac sonrió.

– Y ellas estarían encantadas de verte.

– Quizás a Sammy Jo también le gustase venir con nosotros -añadió Zee en voz baja cuando ya se iba.

Mac elevó al cielo la mirada y abrazó a Samantha junto a su costado, pero tuvo que tragarse un juramento, porque cuando el deseo se hacía a un lado y dejaba paso a la preocupación y otras emociones que nunca antes había sentido, sólo podía significar que se había metido en un buen lío.

Capítulo 6

El pequeño apartamento tenía un balcón también pequeño que daba a la carretera principal. Sam no había reparado en él al llegar porque tenía otras cosas en la cabeza, como por ejemplo dar gracias a Dios de no haberse quedado perdida en medio del desierto, y tampoco después, porque el hombre más sensual del mundo había nublado sus sentidos. Pero ahora que lo había descubierto, se refugió en él.

Había una tumbona en la que se acomodó con las piernas encogidas. La única luz era la que provenía de la luna y de algún que otro coche. Uno a uno, los últimos clientes del bar fueron marchándose, y poco después ni el motor de un coche rompía el silencio de la noche. El aire de la noche era fresco, y ni siquiera el incidente del bar había podido arrebatarle la paz que había encontrado.

Una paz que, por otro lado, no debería estar sintiendo. No, estando con un hombre al que respetaba y cuyas preguntas esquivaba por temor. No quería que supiera más de ella para no sentir la tentación de saber más de él, porque si no, ¿cómo iba a ser capaz de marcharse después?

El ruido de la puerta al cerrarse interrumpió sus pensamientos. Tenía compañía. Cuando Mac salió al balcón, lo llenó todo con su presencia. Grande, sólido, seguro… así era Mac. Si estaba en una habitación, le presentía aunque no lo hubiera visto.

Sin esperar a ser invitado, pasó una pierna por encima de la tumbona y se acomodó a espaldas de ella, rodeándola después con sus brazos.

Y ella le dejó hacer.

– No he sabido controlarme esta noche -murmuró.

– ¿Por qué lo dices? ¿Por qué le has tirado la cerveza encima? Se lo merecía.

– No me refiero a eso -si volvía a ocurrirle otra vez, le tiraría toda una jarra de cerveza, en lugar de un vaso-. Me refiero a que me he dejado llevar después.

– Si alguien te obliga a hacer algo después de haber dicho que no, yo diría que tienes derecho a dejarte llevar después.

– Supongo. Sabía que no tenía que preocuparme. Estábamos en un lugar público.

Y sabía que Mac estaba montando guardia, y confiaba en él.

– El ambiente de un bar es totalmente distinto al ambiente en que yo me muevo habitualmente. En mi lugar de trabajo, un episodio como ese habría sido considerado acoso sexual.

Mac apoyó las manos en su vientre y Sam se relajó.

– ¿Quieres decir que por haber ocurrido en un bar no es acoso sexual?

– No. Lo que digo es que debería haber estado preparada, y no lo estaba.

Se había quitado el sujetador al ponerse aquella enorme camiseta que llevaba puesta, y Mac le acariciaba el nacimiento de los pechos con un movimiento rítmico y sedante.

Sam suspiró e intentó concentrarse en la conversación, aunque le estaba resultando bastante difícil.

– Pero sentir que un desconocido te susurra cosas al oído que a él le parecen eróticas y que te ponga las manos en…

No pudo seguir, porque ¿qué iba a ser su matrimonio sino precisamente eso, una cama en la que un extraño la acariciaría y le haría el amor? Serían otras manos las que sentiría en el estómago, y no las de Mac. Dios, ¿cómo podía haber accedido a algo así? ¿Cómo iba a poder pasar por ello, habiendo conocido a Mac?

Sin previo aviso, el movimiento de sus dedos cesó.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó, volviéndose para mirarlo, e inmediatamente comprendió lo que veía en sus ojos.

Sam se dio la vuelta y se sentó a horcajadas sobre él. Eso significaba que su sexo quedaba entre sus piernas, erecto, cálido, sugerente, pero en aquel momento no podía ocuparse de aquello porque sus sentimientos significaban más para ella que su propia necesidad sexual.

– Sea lo que sea lo que te ronde por la cabeza, haz el favor de olvidarlo.

– ¿Incluso si es cierto?

Sam le miró a los ojos.

– Es que no lo es.

Aquel hombre había dejado de ser un extraño nada más abrazarla. Había una conexión entre ellos, una comunicación que no comprendía y no podía explicar.

– Si dejases de pensar que voy a romperme en pedazos como si fuera una muñeca de porcelana, tú también lo sabrías -apoyó la mano en su pecho-. Escucha tus instintos. ¿Acaso te dicen ellos que somos dos extraños?