Выбрать главу

– Lo que me dicen es que te deseo.

Una forma un tanto suave de expresarse. Hubiera sido más exacto decir que la necesitaba.

– No, es tu cuerpo quien habla por ti.

Y se rió.

No sólo tenía razón en que su cuerpo hablaba por él, sino en algo más: no era un extraño para ella. Pero entonces, ¿qué era exactamente? Ni se lo había dicho, ni tenía intención de hacerlo.

Y como él también tenía sus propios secretos, no quiso presionarla. El tiempo conseguiría que confiase en él por voluntad propia, pero ese día le parecía muy lejano.

– Entonces, ¿hemos resuelto el dilema? -preguntó ella.

Mac exhaló un áspero gemido al sentirla moverse sobre él. ¿Eran imaginaciones suyas, o aquella sonrisa y aquella forma de mirar se iban haciendo cada vez más descaradas a medida que iba pasando el tiempo?

Colocó una mano en su nuca y tiró suavemente de ella hasta que quedaron a escasos centímetros.

– Un dilema menos para llegar al final -dijo, antes de besarla en los labios.

Pero ella no se limitó sólo a besarlo, sino que lo devoró con la boca, los dientes, las manos hundiéndose en su pelo al tiempo que movía las caderas, intentando acercarse más a él.

Aquello iba demasiado rápido. Un poco más y no habría tiempo para todo lo que quería hacer con ella, para ella.

– Sam…

Iba a impedir que se quitara la camiseta, pero reaccionó demasiado tarde, porque la prenda volaba ya por encima de la barandilla del balcón.

– Dios mío… -murmuró.

Teniendo delante su cuerpo desnudo, cubierto apenas por su ropa interior de encaje y viendo brillar el deseo en sus ojos, no le importó que la camiseta estuviera unos cuantos metros más abajo.

– No puedo contenerme más -le dijo, sujetándola por la caderas.

Sus ojos color violeta brillaron y se oscurecieron.

– ¿Y quién te ha pedido que lo hagas?

Mac aceptó la invitación y se deshizo de sus bragas. No podía creer haber tenido tan buena fortuna. Algún día tendría que darle las gracias a quienquiera que le hubiese alquilado aquella porquería de coche, pero en aquel momento, en lo único que podía pensar era en ella.

Se incorporó y la obligó a tumbarse de espaldas.

– Oye, Mac… -incluso la forma en que pronunciaba su nombre lo excitaba-. Creo que he sido demasiado… atrevida. Eso es: demasiado atrevida -hizo un gesto hacia donde había lanzado la camiseta-. No debería haber hecho eso.

– No sé si alguien te habrá dicho que balbuceas cuando estás nerviosa -comentó con una sonrisa, dándose cuenta de la intimidad de la posición.

Aquellas contradicciones no sólo lo intrigaban, sino que lo excitaban. Deseaba a aquella mujer y la alegría que aportaba a su vida, todo ello con una intensidad que nunca había conocido.

– No. Es que sólo estoy nerviosa cuando… bueno, cuando estoy contigo… así -intentó cubrirse con las manos-. Así que…

Mac bajó las manos de sus caderas a sus muslos y ella contuvo la respiración.

– No pienses, Sammy Jo. Y sobre todo, no te muevas.

Separó sus piernas, agachó la cabeza y saboreó su carne.

Si moría en aquel instante e iba de cabeza al infierno, no le importaría, se dijo Mac, porque acababa de estar tan cerca del cielo como le era posible a un mortal.

Las rodillas le flaqueaban y tenía temblores por todo el cuerpo. No era exactamente la reacción que había imaginado que iba a tener, pero… oh, Dios… habían cambiado la posición y ella estaba ahora tumbada debajo de él. Ni en sus más salvajes fantasías, y había tenido ya unas cuantas desde que conociera a Mac, Sam se había imaginado que pudiera ser así. La piel de los muslos le escocía en donde su barba le había rozado y los músculos le temblaron, esperando experimentar sensaciones más exquisitas.

– No te quites jamás el bigote -susurró-. Al menos mientras estemos juntos.

Una voz interior le recordó que eso no iba a ser mucho tiempo, pero no le hizo caso.

– Ni se me ocurriría -se rió.

Y poco a poco fue ascendiendo por la parte interior de sus muslos, rozándola deliberadamente con el bigote. Al menos eso creía ella, porque ese contacto la tenía totalmente trastocada, casi levantándola de la tumbona.

– Despacio, cariño -le pidió en voz baja, y con la lengua calmó la superficie irritada de su piel.

– Es imposible ir…

Pero no pudo continuar, porque Mac había llegado allí. Otra vez. Sam cerró los ojos y se recostó en la tumbona. No sabía que la sensación podía ser así, tan increíble, pero Mac la estaba enseñando y, al parecer, su cuerpo aprendía rápido.

Oleadas de placer la asaltaban cada vez que él movía la lengua, y la necesidad contrajo todos sus músculos y arqueó la espalda, buscando más, llegar más alto, tener más…

– Mac…

Él la miró a los ojos y el deseo que leyó en su mirada la llegó a lo más hondo. Entonces volvió a sorprenderla apoyando la palma de la mano entre sus piernas y moviéndola suavemente. Ella gimió ante el asalto y temblando se dio cuenta de que él no dejaba de mirarla, y aunque debería haber sentido vergüenza, saberse bajo su mirada la excitó aún más.

Con cada movimiento de su mano, con cada convulsión de sus caderas, sus ojos se oscurecían más y más. El placer la estaba arrollando cuando ella quería esperar, esperarlo a él, a sentirlo dentro para… para gritar… como hizo en aquel momento al alcanzar el orgasmo más espectacular que había sentido jamás. Las sacudidas que siguieron se prolongaron hasta bastante después de haber alcanzado el éxtasis.

En algún momento debió cerrar los ojos, y cuando volvió a abrirlos, él estaba junto a la tumbona y la tomaba en brazos.

– ¿Adónde vamos? -le preguntó.

– Dentro. Has despertado a la fauna de los alrededores y no quiero arriesgarme a que despiertes también a los vecinos.

Ella sonrió, y fue la sonrisa de una mujer satisfecha.

– ¿A qué distancia están?

– A casi dos kilómetros -contestó mientras la dejaba sobre la cama-. Pero confío en tus posibilidades -añadió, guiñándole un ojo.

Antes de que pudiese contestar, él se había quitado la ropa y Sam quedó muda, lo cual, teniendo en cuenta los nervios que se estaban apoderando de ella, era mucho decir. Lo que estaba a punto de ocurrir…

Aquella no era su primera vez, así que, ¿por qué tanto nerviosismo? Pero sí que lo era con Mac, le advirtió su voz interior. Y le había dado ya tanto de sí misma que no quedaba nada por dar. Pero dejó a un lado ese pensamiento en cuanto él se metió en la cama a su lado, porque él iba a darle todo lo que necesitaba de aquella semana.

Y más, insistió la voz.

Mac la hizo tumbarse boca arriba y le sujetó ambas manos por encima de la cabeza, y al mirarlo a los ojos, el deseo brotó de nuevo. Él tenía también la respiración alterada, como si hubiera sido suyo el éxtasis… ¿Sería rara tal pasión entre dos personas?

No si la química funcionaba. Y eso era lo que había entre ambos: química.

Rozó con sus labios la base de su cuello y no pudo seguir pensando. Luego deslizó una mano hasta la unión de sus piernas y la encontró húmeda y preparada. Levantó las caderas y él hundió un dedo dentro de ella. Un gemido se escapó de sus labios y un segundo dedo se unió al primero.

– Me gustaría tomarme mi tiempo -dijo él con voz ronca-. Esperar.

– ¿Por qué?

Él se echó a reír.

– Porque quiero que lo recuerdes bien.

Era como si se hubiera dado cuenta de que el final estaba cerca, y la risa cesó.

El corazón se le encogió ante las señales de alarma que se disparaban en su cabeza. Debía ignorarlas. Tenía que hacerlo. Pero, en aquella ocasión, no le resultó tan fácil, aunque sabía que ahondar en lo inevitable no serviría para nada.

Se soltó de él y cubrió su erección con la mano, moviéndola de arriba abajo despacio. Una pequeña gota de líquido humedeció su palma.