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– Está mojado -dijo, tomando un mechón de pelo entre los dedos.

– No he querido entretenerme en secarlo.

Con aquel mismo mechón abrió el camino entre su mejilla y su cuello, un camino que recorrió después con su lengua.

– ¿Tienes pensado quedarte? -le preguntó.

Ella carraspeó.

– Si soy bienvenida…

Por supuesto que lo era. Ser consciente de ello le sorprendió, pero era la verdad. Quedándose allí sería la única manera de poder conocerla, y eso era algo que deseaba casi tanto como poseerla.

– La cama de mi dormitorio es grande -le susurró al oído.

Ella necesitaba tener un sitio donde dormir, y él necesitaba tenerla cerca. Por difícil que fuese, conseguiría mantener la distancia física entre los dos, porque, al mirarla a los ojos, había descubierto inseguridad. Sabía que no se sentía insegura de la química que existía entre ellos porque era indudable, sino de algo más profundo. Emocionalmente no estaba preparada para llegar más allá.

Cuando el riesgo era alto y el premio merecía la pena, Mac sabía esperar.

– ¿Y bien?

– Yo… -Mac le mordió el lóbulo y ella se estremeció-. Tengo habitación reservada para el próximo jueves -explicó no sin cierta dificultad-. Mi conferencia empieza a las ocho el viernes.

Una llamada a la puerta los interrumpió antes de que la situación se escapara a su control.

– Puede que esté viejo, pero la memoria todavía me funciona. No se tarda tanto -gritó Zee-, y hay gente muerta de sed aquí fuera.

Sam enrojeció y Mac cubrió sus mejillas con las manos.

– Se equivoca.

– ¿Ah, sí?

Su voz estaba llena de expectación.

Mac asintió.

– Tardaré toda la semana. Lo prometo -dijo con una voz que él casi ni reconoció como propia.

Entonces salió, dejándola para que recuperara la compostura y rezando para que nadie se hubiera dado cuenta del tiempo que había faltado. O de que se había olvidado de la cerveza. O de que deseaba de tal forma a Samantha que casi no podía andar. Aquella mujer, su honestidad y su vulnerabilidad, le hacían creer en un futuro por primera vez desde hacía años. Unido a la química sexual que latía entre ellos, Mac supo sin ningún género de dudas por qué la había invitado a quedarse.

Nunca antes había conseguido algo tan grande supliendo a su amigo como camarero, y al ponerse de nuevo a trabajar, se preguntó si alguien se daría cuenta si cerraba un poco antes de la hora.

Capítulo 3

Sam limpió la mesa y se guardó en el bolsillo la propina que habían dejado junto al vaso. Había ocupado el puesto de Theresa y se había acomodado sin dificultad al nuevo ritmo. No se le daba del todo mal hacer de camarera. Las cosas iban allí, en general, más despacio que a lo que ella estaba habituada, de modo que no le costó demasiado trabajo y pudo disfrutar de charlar con los clientes; incluso le pareció que a ellos también les gustaba hablar con ella.

– Eh, preciosa, una más en la mesa del rincón.

Sam elevó al cielo la mirada. ¿De dónde sacaría Zee tanta energía, cuando la suya se estaba apagando a marchas forzadas? Pasó detrás de la barra por una ronda más del licor secreto de Zee.

– ¿Qué tal vas?

El corazón le dio un brinco al oír aquella voz. Menos mal que los pies no le hicieron lo mismo.

– Bien -contestó, volviéndose a mirar a Mac.

– Tenías los pies destrozados después del paseo -contestó, mirando las zapatillas de lona que llevaba puestas.

Le sorprendía que se preocupase por ella. Necesitaba una camarera si no quería tener que cerrar el local antes de la hora, y sin embargo había mandando a Theresa a su casa y ahora estaba preocupado por sus pies… los pies de una mujer a la que acababa de conocer.

Era todo suavidad detrás de un exterior duro, y eso le gustaba. Puede que incluso demasiado.

– Dile a los chicos que ésta es la última ronda.

Estuvo a punto de besarlo de alegría, pero con el bar lleno de gente y su último encuentro bien fresco en la cabeza, descartó la idea. Mientras recogía varias de las mesas que habían ido quedando vacías, tuvo la sensación de que alguien la observaba, y la sensación de cosquilleo en la nuca creció hasta que con tan sólo pensar en Mac, los sentidos se le sobrecargaron.

Por fin cerró la puerta tras el último cliente de la noche. Sin volverse, oyó el sonido de los taburetes que se colocaban sobre la barra. Mac debía estar preparándolo todo para limpiar. No podía volverse a mirarlo, no con las emociones a flor de piel tras la forma en que le había atacado en la trastienda.

– Y aún menos habiendo accedido a pasarme una semana metida en su cama -murmuró en voz alta.

El bar había estado tan lleno que excepto en las ocasiones en las que había necesitado pedirle instrucciones y en las que sus miradas se habían cruzado, no había ocurrido nada personal entre ellos en el resto de la noche. Aunque, si se quedaba, tendría que mirarlo a los ojos más tarde o más temprano.

¿A quién pretendía engañar? Si se quedaba, haría mucho más que mirarlo a los ojos. Y eso era precisamente lo que buscaba, ¿no?

Era más, ya tenía la prueba fehaciente de que podía proporcionarle todo eso y más. Pero, aunque se había tomado su tiempo para reaccionar, la conciencia estaba empezando a hacérselo pasar mal.

No quería a Tom, y lo de casarse con él había sido poco menos que un chantaje, pero ella se tomaba los compromisos en serio y echarse en brazos de un hombre estando comprometida con otro la molestaba más de lo que quería admitir, aunque no lo bastante para hacerla cambiar de opinión. Y esa decisión tenía más que ver con Mac que con su necesidad de aventuras. Quería pasar esa semana con aquel hombre en particular, no con cualquier otro.

Tom nunca lo sabría, y si por casualidad llegaba a saberlo, sólo podría sentirse herido en su orgullo. Ambos representarían un papel delimitado en la vida del otro. Ella sería un trofeo que lucir del brazo y él le proporcionaría el dinero suficiente para sacar del atolladero a su padre. Ella era la única que no ganaba nada con aquel trato.

– Excepto el hecho de que ha sido lo que me ha conducido hasta ti -murmuró en voz baja, y miró a Mac, que estaba de espaldas a ella. A pesar de ser un hombre fuerte y confiado en sí mismo, seguramente no le haría ninguna gracia saber que técnicamente pertenecía a otro hombre.

Se rozó el dedo anular con la otra mano. No le gustaba pensar en sí misma en términos de pertenencia, pero sabía que ésa era precisamente la visión que muchos hombres tenían del mundo. Pero como a Mac no iba a volver a verlo una vez transcurriera aquella semana, no debía permitir que nada se interpusiera en aquella oportunidad.

– Sammy Jo, tráeme una ronda más antes de que Hardy me lleve a casa.

Sam suspiró. Jamás debería haberle dicho a Zee que podía llamarla por aquel ridículo nombre.

– ¿Sammy Jo?

– Samantha Josephine -explicó Zee-. Si se quiere conocer a una mujer, hay que hacerle las preguntas precisas.

– Sammy Jo -repitió Mac, apoyado en el palo de una fregona, observándola, y Sam tuvo la sensación de que estaba recordando mucho más de lo que había en aquel momento ante sus ojos-. Sammy Jo -repitió en un tono mucho más seductor-. Eso sí que me gusta.

Y en sus labios, a ella también le gustaba.

– Lo siento, Zee, pero por hoy ya no puedo más.

No podía con un vaso más, aunque fuera de agua, sin que le explotase la vejiga. Aunque Zee le caía bien y disfrutaba con su compañía, ya bastaba por una noche.

Con una sonrisa miró a Zee y le sobrevino un hipido.

Mac se echó a reír y Zee sonrió.

– Ya te dije que no podría aguantar mi ritmo. Buenas noches a todos. Mañana nos vemos.