Él se puso serio.
– Usted tenía razón antes. Mi presencia la asustó y rompí su concentración. Después de lo que me ha contado no la culparía si le hubiera pegado un tiro a cualquier intruso. Yo soy el culpable de todo el incidente. Pero aun así, me gustaría disculparme y que comprendiera que estaba actuando bajo el embrujo de una sirena en ese momento.
Ella se dio cuenta de que estaba lamentando de verdad haberla asustado. Y sus palabras, combinadas con su irresistible encanto, la hicieron bajar sus defensas y, por primera vez, sonrió de verdad.
– No me creo que esté diciendo esto, pero pienso que estoy encantada por el cumplido. Tal vez eso signifique que el anuncio será lo suficientemente convincente, después de todo. ¿Tiene idea de lo difícil que es imitar a un pez?
– Creo que sí. Cuando usted se marchó, yo corté los sedales para liberarle la cola. Luego me la llevé a casa para ver que se podía hacer para repararla. Cuando Randy y yo la examinamos, ninguno de los dos nos pudimos imaginar cómo logra meterse en ella y, mucho menos, cómo consigue hacer todos esos movimientos. Evidentemente, es usted una nadadora excepcional.
– Digamos que tengo mucha práctica -dijo ella encantada por el detalle de que él se hubiera molestado en rescatar la cola-. ¿Es Randy el jefe de buceo?
– Randy es mi hijo de dieciocho años, que se muere de ganas por conocerla en persona.
Todo lo que él la decía la intrigaba y una creciente curiosidad sobre ese hombre se impuso a su habitual cautela.
– ¿Está aquí de vacaciones con la familia entonces?
– Eso es. Es el primer viaje de placer que Randy y yo nos permitimos desde que mi esposa murió hace tres años.
Ahora que él lo mencionaba, ella recordó haber leído en alguna parte la noticia de la muerte de su esposa.
– Debió ser una temporada trágica para usted -dijo-. Me siento peor que nunca por haber llamado a la policía y haberle interrumpido las vacaciones.
Él levantó una ceja.
– Bueno, no le voy a decir que me gustara ver a los dos policías cuando se acercaron a mi mesa. Me sorprendieron a mí y a mis guardaespaldas, que los interceptaron y les exigieron que se explicaran. He de reconocer que me dejaron anonadado cuando me pidieron que los acompañara aquí porque querían hacerme algunas preguntas sobre una cierta sirena.
Lindsay trató de permanecer seria, pero se le escapó la risa.
– Y, lo que es peor, un periodista debe haber intervenido la llamada que hizo el encargado de seguridad a la policía, ya que vi un flash cuando los seguí llevando su vestido de sirena en brazos. No se veía casi nada, excepto la aleta caudal.
– ¡No lo dirá en serio!
– Me temo que sí. Los periódicos transformarán esto en un escándalo con el que tendré que enfrentarme -dijo él sonriendo de medio lado-. Por cierto, ya tiene el traje de sirena en su habitación.
Lo cierto era que ella sabía muy bien que la prensa podía perfectamente cebarse con un personaje público como un gobernador.
– Lo siento -murmuró.
– No lo haga. He sido yo el que ha creado todo este lío. Es usted la que me preocupa, más ahora que me ha dado la oportunidad de conocer sus miedos. Mientras estábamos esperando a que bajara con el señor Herrera, le di instrucciones a mi gente para que tomaran las medidas necesarias para evitar que su nombre sea publicado, pero no le puedo garantizar nada.
– Se lo agradezco -dijo Lindsay pensando en las posibles consecuencias de aquello. Si sus padres llegaran a enterarse…
– Para su protección contra más mortales curiosos que pudieran caer bajo su hechizo, va a salir siempre de esta habitación con dos guardias armados. Estarán cerca noche y día mientras dure su estancia en las islas y la escoltarán de vuelta hasta California.
– ¡Pero eso no es necesario!
– Me temo que sí. Una vez que el incidente sea del conocimiento público, y lo será en cuestión de pocas horas, todos los locos de los alrededores querrán echarle un vistazo, o algo peor. Cuando eso suceda, le alegrará estar protegida.
Ella lo creyó y se sintió una tonta.
– ¿Significa eso que lo voy a privar a usted de sus guardaespaldas?
– No, yo siempre viajo con personal de seguridad de sobra. Pero los que se queden con usted los pagaré yo, no los contribuyentes, si se lo está preguntando.
Realmente él tenía la enervante habilidad de leerle los pensamientos y ella se ruborizó. También sabía cosas de ella que no le había dicho.
– ¿Cómo ha sabido que yo vivo en California?
– Esperaba que no me lo preguntara. Puedo tener muchos defectos, pero mentir no es uno de ellos. Admito que le he pagado a alguien un poco más de dinero para que me hiciera un trabajo encubierto. Mi jefe de buceo, Pokey, ha sido una buena fuente de información, dado que es buen amigo del tuyo, Don. Antes de que te enfades con él, te diré que no tenía ni idea de que Pokey le estaba preguntando por mí. Dejó que Don se imaginara que era él quien estaba interesado. Ya sé que no soy muy escrupuloso, y mis oponentes políticos no dejan que, ni yo ni los votantes, lo olvidemos cuando estamos en campaña.
Era arrogante, entrometido y con demasiada confianza en sí mismo, pero todo eso sólo se añadía a su atractivo. Lindsay estaba tan impresionada por su inteligencia y carismática personalidad que se había olvidado de todo lo demás, incluyendo lo hambrienta que estaba. Miró su reloj y vio que eran más de las nueve. ¡Llevaban hablando más de una hora!
– Se me ha hecho tarde. Tengo que marcharme.
Él asintió.
– Yo debería haberme llevado a cenar a Randy hace un par de horas, por lo menos. Déme cinco minutos para marcharme del hotel antes y luego haga lo que quiera. Con un poco de suerte, mi marcha desviará la atención de usted.
– Gracias -murmuró ella, extrañamente afectada por su consideración, aunque un poco desinflada por la posibilidad de no volverlo a ver.
Lo que no tenía sentido en absoluto.
– Una cosa más, señorita Marshall -dijo él apoyándose negligentemente en la puerta-. Si quiere la cinta de vídeo, haré que se la lleven a su habitación.
Ella se apartó un mechón de cabello de la mejilla. Ese hombre había hecho todo lo humanamente posible para reducir sus miedos y, lo admiraba por haberse tomado tantas molestias.
– Eso no será necesario. Confío en que será discreto. Además, la mayoría de los vídeos terminan en un armario y nunca más vuelven a ver la luz del día.
– No cuente con ello -le dijo él con los párpados entornados.
Luego abrió la puerta y se marchó.
Lindsay se quedó allí como atontada, consciente de que algo vital había salido de aquella habitación, y tal vez de su vida.
Después de los cinco minutos acordados, salió ella también y se encontró con el jefe de seguridad del hotel y dos hombres robustos de unos treinta y tantos años.
– ¿Ha ido todo bien?
– Sí, gracias, señor Herrera. Le agradezco que me haya ayudado con mi problema, aunque haya resultado un incidente inofensivo.
– Me alegro de que haya terminado bien y que pueda disfrutar del resto de su estancia aquí. Deje que le presente al señor Garvey y al señor Arce; son los hombres que el Gobernador Cordell ha designado para que la protejan.
– Valdrá con que nos llame Jake y Fernando -dijo uno de ellos.
Los dos iban vestidos como los típicos turistas, le dieron las manos cordialmente, pero ella todavía seguía teniendo la impresión de que todo aquello era irreal.
– El gobernador nos ha dicho que no le ha gustado mucho la idea de tener protección -dijo Fernando-, pero si algo sale en los periódicos puede significar un riesgo para usted. Agradecerá tenerla porque nunca se sabe cómo va a reaccionar el público, sobre todo los admiradores locales.