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– ¿Así que ha sido por gratitud por lo que has aceptado mi invitación a cenar? ¿Por nada más? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

– Sí -dijo ella agarrándose a la posibilidad que él le daba-. Eso y la necesidad que sentía de compensar en algo el haberte creado una publicidad adversa.

Luego se produjo un silencio prolongado.

– Buena suerte con tu anuncio, señorita Marshall. Jake y Fernando tienen instrucciones para impedir que nadie se te acerque para molestarte mientras dure tu estancia en Nassau. Ya conozco la salida.

– De acuerdo, chicos. Eso es. Ya sé que hemos perdido un par de encuentros, pero el equipo de Culver City no es tan fuerte. Podemos ganarles en cualquier momento. Adelante y mostradles de lo que estáis hechos.

Mientras los demás salían del autobús y corrían hacia los vestuarios del Club de Natación de Culver City para cambiarse, la pequeña Cindy Lou se quedó atrás. Lindsay se dio cuenta encantada de que la pierna de la niña estaba mucho mejor desde que había empezado con la terapia de natación.

– Me alegro de que hayas vuelto y de que no te haya mordido ningún tiburón.-dijo la niña mientras la tomaba de la mano.

La mención de la palabra tiburón le trajo dolorosamente a la memoria la mágica velada que había tratado de mantener apartada de sus pensamientos.

– Te prometí que estaría aquí para esta competición. ¿Te crees que me iba a perder verte nadar? Ahora corre a prepararte o llegarás tarde.

– De acuerdo.

Lindsay le dio las gracias al conductor y salió del autobús, deseando de nuevo poder olvidarse de Andrew Cordell y el doloroso momento en el balcón del hotel cuando se habían despedido.

Desde entonces, inconscientemente, esperaba una llamada de Carson City, una llamada que no se había producido. ¿Por qué la iba a llamar si no había sido sincera con él? Era un hombre demasiado importante y ocupado como para andarse con juegos tontos.

Por supuesto, para ella aquello no era ningún juego, pero él no lo sabía. Deseó poder verlo otra vez para poder explicarse, pero el momento de las explicaciones ya había pasado.

Su equipo se sentó a un lado de la piscina y los de Culver City al otro. Tuvo una reunión con los árbitros y el entrenador del otro equipo, y la competición empezó con los nadadores de menos de ocho años.

La pequeña Cindy Lou hizo lo que pudo, pero llegó la tercera empezando por detrás. Tan pronto como salió de la piscina corrió hacia Lindsay con lágrimas en los ojos. Trató de apretar la cara contra el regazo de Lindsay, pero ella no se lo permitió.

– Cindy Lou, el mes pasado llegaste la última. Hoy has ganado a dos chicos del otro equipo que no tienen una pierna torcida. ¿Sabes lo orgullosa que estoy de ti porque hayas salido a competir con los demás? -dijo abrazándola fuertemente-. Todo el mundo te está animando. ¡Escucha!

Cindy Lou levantó la cabeza y oyó a los miembros de los dos equipos coreando:

– ¡Adelante, Cindy! ¡Adelante, Cindy!

Una súbita sonrisa transformó su rostro de duende y, en ese momento, una voz masculina dijo:

– Chicas, ¿podríais mirar hacia aquí, por favor?

Las dos se volvieron al mismo tiempo y Lindsay vio a un hombre alto y rubio en pantalones cortos a menos de dos metros. Él se quedó allí, observándolas a través del objetivo de una cámara de vídeo. Cuando Lindsay se dio cuenta de quien era, tragó saliva tan fuertemente que Cindy Lou le preguntó que qué le pasaba.

– No… nada.

Para entonces muchos de los padres lo habían reconocido y se produjo un murmullo entre la multitud cuando Andrew avanzó y se sentó a su lado.

La recorrió con la mirada, como si hubiera estado ansioso por verla.

– Andrew… -susurró ella agitadamente.

Cindy Lou, que había estado tan triste momentos antes, lo estaba mirando como fascinada.

– ¿Por qué nos has filmado?

La sonrisa de él fue tan dulce que a Lindsay se le cortó la respiración.

– Porque el mejor amigo de mi hijo, Troy, que se rompió una pierna jugando al fútbol americano, cree que no va a poder hacer deporte nunca más. Cuando le enseñe lo buena nadadora que eres se va a sentir como un tonto.

– Mi pierna vino así del cielo.

– Lo mismo que tu cara preciosa -dijo él con tanta sinceridad que la pequeña sonrió y a Lindsay se le hizo un nudo en la garganta-. ¿Cómo te llamas?

– Cindy Lou Markham. ¿Y tú?

– Andrew Cordell.

– ¿Por qué has venido a sentarte con mi entrenadora?

– Porque es amiga mía.

– No te he visto nunca antes.

– Eso es porque yo no vivo aquí.

– Entonces, ¿cómo puedes ser amigo de Lindsay?

– Porque nos conocimos en las Bahamas.

La niña abrió mucho los ojos.

– ¡Tú eres el hombre de los periódicos! ¡Le quitaste la cola para que no se muriera!

Andrew miró a Lindsay a los ojos.

– Eso es.

– ¿Te mordió algún tiburón?

– No -dijo él sonriendo-. Pero una sirena me robó algo. *

Ese comentario hizo que el corazón le diera un salto a Lindsay y se dio cuenta de que, seguramente, la niña ya estaba empezando a imaginarse qué.

– Cindy Lou, la siguiente manga está a punto de empezar. Date prisa y siéntate con tu grupo. ¿De acuerdo?

– De acuerdo. Te veré luego. Adiós, Andrew.

Luego se marchó con el resto de los miembros de su equipo.

– Siento haber llegado tarde y haberte molestado -murmuró él-. Haz como si no existiera hasta que termine la competición.

Eso sería imposible, y no sólo por el contacto físico que había entre ellos. Vio a los guardaespaldas que había alrededor del club y supo que habría más afuera.

– ¿Cuánto tiempo te vas a quedar? -le preguntó en un susurro.

– Tengo una cena para unas obras de caridad dentro de dos horas.

– ¿En Los Ángeles?

– No, en Carson City.

Ella cerró los ojos. ¿Cómo podía hacerle eso? ¿Es que él no sabía que, si no se podía quedar, hubiera sido mejor que no apareciera por allí?

– ¿Qué piensas hacer después de la competición, Lindsay?

– Nada importante -respondió ella demasiado rápidamente.

– Entonces vente al aeropuerto conmigo. Tenemos que hablar.

– Al parecer, Randy no ha venido contigo esta vez.

– Quiso venir, pero tenía que trabajar en la tienda de buceo. Desde nuestro regreso, no ha dejado de hablar de ti y le ha enseñado el vídeo a todos sus amigos. Realmente ya tienes un activo club de fans en Nevada.

Ella bajó la cabeza.

– Me alegra oír eso. Cuando vuelvas, por favor, dile lo mucho que me gustó conocerlo.

Luego, con un curioso tono de voz, le preguntó:

– ¿Cómo me has encontrado?

– Tengo mis fuentes. Bud Atkins, un investigador privado y buen amigo, te ha seguido la pista.

Eso hizo que a ella se le ocurrieran unos cuantos pensamientos más.

– ¿Significa eso que conoces la marca de dentífrico que uso?

– Las informaciones de esa clase prefiero descubrirlas por mí mismo.

Lindsay no había querido que su pregunta sonara provocativa. La había pillado completamente desprevenida, confundiéndola hasta el punto de que ya no sabía lo que decía.

– Tengo que ir en el autobús Hasta nuestro club con los chicos.

– Te seguiré.

Lindsay se quedó alucinada, incapaz de creerse que Andrew Cordell hubiera venido desde Nevada sólo para hablar con ella. El hombre más importante del estado de Nevada lo había dejado todo para ir a verla en esa competición de natación.

Y ella había pensado que no lo iba a volver a ver.

La competición pareció durar toda una eternidad y, a pesar de que estaba contenta porque su equipo consiguió la mayoría de los primeros puestos, aquello no terminaba nunca para ella. Cada minuto allí era uno perdido de estar con Andrew. Un tiempo que necesitaba para explicarle su comportamiento esa noche.