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Cuando terminaron por fin, se levantó y le dijo:

– Te veré en Bel Air dentro de unos veinte minutos.

– Date prisa.

Algo en su tono de voz la hizo apresurarse por entre la multitud. Estaba claro que, antes de que terminara el día, todo el mundo, tanto en Bel Air como en Culver City, sabría que el Gobernador Cordell había ido a verla. Y eso desataría los inevitables cotilleos.

La siguiente media hora pasó a toda velocidad. En el autobús, los chicos, excitados por su victoria, no tardaron en ver las dos limusinas negras que los seguían y empezaron a gritar y dar saltos.

Pronto todos estuvieron asomados a las ventanillas traseras y la visita de Andrew fue el único tema de conversación. Cuando Cindy Lou dijo que era el hombre de los periódicos, empezaron a acosarla a preguntas.

Por fin llegaron al club y los chicos salieron en tromba del autobús. Cuando todos se hubieron ido, ella se dirigió al cuarto de baño para echarse una mirada al espejo.

Llevaba el cabello recogido con su habitual trenza y decidió que no estaba demasiado mal. Se pintó un poco los labios, arregló la camiseta y salió de allí.

Una vez fuera del club, Andrew la estaba esperando cerca de la limusina, charlando con uno de sus hombres, pero cuando la vio a ella cortó la conversación. Le abrió inmediatamente la puerta trasera y la ayudó a entrar.

– Por fin -murmuró antes de entrar él también y cerrar luego la puerta.

De camino al aeropuerto él le dio algunas instrucciones a los hombres que iban delante y se puso cómodo. El impulso que ella sintió entonces de tocarlo fue tan tremendo que tuvo que apartar la mirada y agarrarse a la puerta.

Cuando ya no pudo soportar el suspense por más tiempo, le preguntó:

– ¿Por qué no me has llamado antes?

– Porque quería ver tu primera reacción por mí mismo.

Lindsay se miró las manos. Durante esos primeros segundos en la piscina, su alegría por verlo de nuevo había sido evidente para todos los que la rodeaban. Sin duda, él conocía ahora sus sentimientos.

– No quise irme de Nassau -dijo él-. Y también sé ahora que tú tampoco querías que lo hiciera.

Ella se mordió el labio inferior mientras pensaba qué decir.

– No, no quería -confesó-. Pero tu vida está dictada por las exigencias de tu trabajo. Y has elegido ese trabajo en particular por propia voluntad. Porque te gusta, ¿no es así?

Por fin lo miró y se quedó sorprendida por la dureza de su expresión.

– ¿Es mi trabajo lo que no te gusta de mí, Lindsay?

Ella bajó de nuevo la mirada y dijo:

– Aplaudo lo que haces. Es la falta de intimidad y anonimato lo que encuentro desagradable. Y los controles y restricciones que tienes impuestos tú y tu familia. Me pongo nerviosa sólo con pensarlo.

El pensó en esas palabras por unos momentos.

– Sólo has visto lo que es mi vida en público.

– ¿Es distinta en la mansión del gobernador?

– ¿Te gustaría averiguarlo?

Ella lo miró, sorprendida.

– ¿Qué quieres decir?

– Te estoy invitando a venir a Carson City como mi huésped durante unas cuantas semanas en julio.

Esa invitación era lo último que ella se había esperado.

– Por si te preocupa el que sea propio o no, el Gobernador Stevens y su esposa e hijas estarán también. He procurado no tener nada que hacer en esa temporada para poder estar tranquilo con Randy y tener unas vacaciones en casa, para variar. Iremos a montar a caballo al Circle Q, el rancho de mi cuñado, y acamparemos en Hidden Lake, mi lugar favorito. Te encantará.

¡De eso no tenía ni la menor duda! De repente todo se estaba moviendo demasiado deprisa.

– Es muy generoso por tu parte, pero yo… No creo que sea una buena idea.

– No te soy indiferente -murmuró él-. Lo he descubierto en la piscina. También sé que no hay otro hombre en tu vida. Así que he de sacar la conclusión de que el que sea gobernador te asusta de alguna manera. Pero no te olvides de que soy un hombre, Lindsay, y de que tengo una vida privada, aparte de la pública.

– Pero nunca estás sin tus guardaespaldas.

Andrew suspiró profundamente.

– Esto es una ironía. La mayoría de las mujeres que conozco parecen considerar eso como algo definitivamente atractivo. Pero bueno, se me olvidaba que eres una sirena.

Ella se agitó incómoda en su asiento. Probablemente fuera algo anormal lo poco que le gustaba semejante protección o el verse seguida y vigilada siempre. La mención de otras mujeres la afectó más todavía.

– Yo sabía lo de la enfermedad de Wendy cuando me casé con ella, así que juré que, si salía elegido gobernador, ella nunca sufriría por ello. Por lo que sé, tuvo toda la intimidad que quiso y nunca tuvo motivos para quejarse de eso. De hecho, se sentía lo suficientemente cómoda como para trabajar en algunas causas que eran importantes para ambos. Desafortunadamente, su enfermedad la venció antes de que las viera salir adelante.

– Andrew… Me conmueve que me confíes algo tan doloroso y personal, pero no lo comprendes.

– Entonces, ayúdame a hacerlo.

Ella respiró profundamente y le dijo:

– Tenías razón en Nassau cuando dijiste que yo sentía la atracción entre nosotros. Admito que estoy contenta de verte. Pero por mucho que me gustaría aceptar tu invitación, no puedo hacerlo. No cuando mi carrera como bióloga marina me va a apartar de tu cercanía y no cuando una relación seria entre nosotros no es posible.

Lindsay respiró profundamente otra vez antes de continuar.

– Ir a tu casa sólo complicaría las cosas y me niego a hacerle daño a Randy. Es mejor no empezar lo que no podemos terminar.

Esa era la verdad. No toda la verdad, pero no quería hablar del resto.

Una tensión insoportable llenó la limusina.

– No creo que nuestros trabajos tengan nada que ver con tu miedo a tener una relación conmigo. Pero dado que no puedes o no quieres decirme lo que te guardas, parece que no hay nada más que decir. Hemos llegado al aeropuerto. Cuando haya salido del coche nunca más tendrás que temer que te vuelva a molestar.

– Ahora te has enfadado conmigo.

– Eso no sirve ni para empezar.

Lindsay se estremeció. Todo parecía tan falto de esperanza. Se estaba… se había enamorado de él, pero no podía soportar esa clase de vida. Y no podía rendir su duramente ganada independencia ni sus sueños de futuro. La única solución sería tener un breve ligue con él, algo que no quería ni pensar, ni con él ni con cualquier otro hombre. Para ella el amor significaba permanencia y un compromiso completo. Además, Andrew Cordell no era de la clase de hombre que una mujer pudiera olvidar. Una vez se metía debajo de la piel, se quedaba allí para siempre. Cielo Santo, ya lo había hecho con ella, ¿para qué mentirse a sí misma?

Estaba tan enfrascada en sus pensamientos que no se dio cuenta de que la limusina se había detenido delante de la terminal del aeropuerto. Andrew estaba fuera del coche y dispuesto a marcharse. Se inclinó hacia ella con un rostro completamente inexpresivo.

– La naturaleza humana es algo extraño. Yo hubiera jurado que algo extraordinario sucedió cuando conocí a cierta sirena. Pero parece que mi sirena era pura fantasía, después de todo.

– ¡Espera! Andrew… -gritó.

Pero la puerta ya se había cerrado y él había desaparecido entre la multitud, rodeado por sus guardaespaldas.

El conductor debió oírla porque se volvió y abrió el cristal de separación.

– ¿Quiere que lo llame, señorita Marshall?

Avergonzada porque alguien hubiera sido testigo de su estallido emocional, dijo:

– No, no era importante, gracias.

El hombre pareció como si no la creyese, pero asintió y arrancó el coche, apartándola más y más del hombre del que se había enamorado. El hombre que podía romper sus defensas más deprisa de lo que ella las podía construir. Lindsay apoyó la cara en las manos. ¿Qué había hecho?