– ¿Papá?
Andrew se encogió cuando oyó la voz de su hijo en el pasillo. Había esperado poder evitar las preguntas de Randy hasta que se hubiera sobrepuesto al rechazo de Lindsay y a lo que era más doloroso, a lo que ella no le había dicho.
El discurso que había dado en el banquete y casi toda la velada era un espacio en blanco en su mente. Incluso apenas recordaba haber comido.
– Pasa -dijo mientras se quitaba la chaqueta del esmoquin.
Randy entró a toda prisa en el dormitorio, pero la sonrisa de su rostro se esfumó cuando Andrew le preguntó cómo le había ido el trabajo.
– Algo ha ido mal, ¿no?
Las miradas de los dos se encontraron.
– Podemos decir que sí.
– ¿Qué ha pasado? ¿Es qué no la has podido encontrar o algo así?
– Algo así.
– ¿No se alegró de verte?
Andrew, recordaba perfectamente la forma en que le brillaron los ojos a Lindsay cuando giró la cabeza y lo descubrió allí.
– Sintió lo mismo que yo.
– ¿Pero?
– Tiene miedo.
– Creía que ya lo había superado -dijo Randy mientras lo ayudaba a desvestirse.
– No quiero decir que tenga miedo de mí. Por alguna razón, tiene aversión a una vida tan destacada públicamente como la mía.
– Supongo que te referirás a los guardaespaldas y todo lo demás.
Andrew se quitó la camisa.
– Eso es parte del asunto. Bueno, ya no importa, Randy, porque no la voy a volver a ver.
– ¿Quieres decir que ni siquiera se va a pensar venir aquí a pasar las vacaciones? ¿Le contaste nuestros planes?
– Ya sé que tú no puedes comprender el que alguien renuncie a la oportunidad de acampar en Hidden Lake -bromeó Andrew mientras colgaba el esmoquin en el armario-, pero parece ser que nuestra sirena prefiere nadar en sus propias aguas.
Randy miró compasivamente a su padre.
– Lo siento, papá. Esperaba que…
– Y yo -respondió Andrew, sorprendido por el dolor que estaba sintiendo-. Pero la chica no está interesada y lo ha dejado muy claro en varias ocasiones. Era parte de nuestras vacaciones soñadas. Ahora ya ha pasado… Escucha, estoy agotado. ¿Y tú?
– Sí. Estoy más que listo para meterme en la cama.
– No tan deprisa -dijo Andrew abrazando a su hijo-. Siempre me siento mejor después de hablar contigo.
– Y yo igual. Si te sirve de consuelo, recuerda que hay otros peces en el mar. Por lo menos eso es lo que me dijiste tú a mí cuando Allison me dejó tirado.
– Es un pobre consuelo, ahora me doy cuenta -respondió Andrew deseando creer en el viejo refrán-. Buenas noches, Randy.
– Te veré por la mañana, papá.
Sabiendo que iba a ser una larga noche, Andrew tomó su portafolio con los datos en los que estaba trabajando. Estaba tratando de reducir el déficit de los presupuestos del estado, su prioridad principal; esa noche atacó las cifras con más vehemencia de la habitual. Pero la concentración le duró menos de un par de minutos, y finalmente se rindió y tiró los papeles al suelo, disgustado.
Después de la muerte de Wendy, se había metido de lleno en el trabajo para olvidarse del dolor. Pero, al parecer, esa cura no le servía ahora. Tal vez porque Lindsay Marshall estaba mucho más viva. Lo único que tenía que hacer era levantar el teléfono para oír su voz.
La tentación le atacó tan fuertemente que se levantó y se metió en la ducha.
Capítulo 7
Tan pronto como Lindsay vio a Nate acercarse, se levantó de la silla donde había estado haciendo de socorrista durante las últimas dos horas, aliviada de que la relevaran. La falta de sueño, combinada con el calor opresivo, le habían proporcionado un dolor de cabeza que estaba empeorando a cada momento. Si no se iba a su casa y se metía en la cama se iba a poner mucho peor.
– Hay alguien esperándote en la oficina -dijo Nate sacando músculo.
Aunque sabía que no podía ser Andrew, el corazón se le aceleró y casi corrió hacia la oficina. Cada vez que pensaba en la forma en que lo había dejado ir el día anterior, sin decirle la verdad, el dolor se intensificaba.
Nate dijo entonces en voz suficientemente alta como para que todo el mundo lo oyera:
– ¡No es tu amigo el gobernador!
Cuando vio a Beth, Lindsay la abrazó.
– ¡No sabes lo contenta que estoy de verte!
– A mamá le llegó la noticia de que Andrew Cordell estuvo ayer en la competición. Luego la llamaron tus padres, absolutamente frenéticos porque no se fían de él y no podían ponerse en contacto contigo. Querían saber qué estaba pasando y mamá les dijo que me llamaría para averiguar lo que pudiera y se lo contaría.
– Siento que te hayan metido en esto, Beth, pero no puedo enfrentarme a ellos hasta que no me haya aclarado yo misma.
– Eso es lo que me imaginé. Dado que no has contestado a ninguna de mis llamadas, le dije a mi jefe que tenía una emergencia y he salido antes del trabajo esperando encontrarte. Nunca pensé que te pudiera decir esto, pero tienes un aspecto horrible. ¿Qué te pasa? Pensé que te morías de ganas de saber algo de ese hombre.
– Oh, Beth…
Pero no pudo continuar porque se le saltaron las lágrimas.
– ¿Puedes acompañarme a casa?
– Es por eso por lo que estoy aquí. Vamos, te seguiré con el coche.
Cuando llegaron al apartamento de Lindsay en Santa Mónica, y, después de tomarse un par de aspirinas, se desfogó con su amiga.
– ¿Te das cuenta de que ni siquiera puede ir al cuarto de baño sin que lo siga un guardaespaldas?
– ¿Y qué tiene eso que ver con lo que sientes por ese hombre? ¿O es que ya te ha hecho alguna proposición y no me lo estás diciendo? -le preguntó Beth.
Lindsay evitó su mirada.
– Ni siquiera me ha besado.
– Pero te gustaría que lo hiciera. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que te vuelvas de piedra si te toca?
Lindsay sonrió detrás de las lágrimas.
– Tengo miedo de querer que nunca deje de hacerlo. Eso lo digo con toda sinceridad.
– Es un principio. Sobre todo cuando nunca antes te he visto actuar de esta forma por un hombre. No te olvides de que nos conocemos desde hace mucho.
La sonrisa de Lindsay se esfumó.
– No he olvidado nada, sobre todo ese período de tiempo en que tu madre y tú tuvisteis que vivir rodeadas de guardaespaldas noche y día.
– Lindsay… Estás tratando de relacionar dos situaciones que son completamente diferentes. Mamá estaba siendo acosada por un lunático. Teníamos miedo y necesitábamos ayuda. Pero Andrew Cordell no tiene miedo. De otra forma no habría elegido ser político. Tener guardaespaldas para él es una medida preventiva. Incluso pueden venir bien para hacerle a una la vida más fácil. ¿Te enfadaste con Jake y Fernando?
– No. Por supuesto que no. Pero sabía que su presencia era algo temporal. Si pensara que tuviera que pasarme la vida de esa manera, no lo podría soportar. Cada movimiento que hagas tiene que ser planeado. No se puede hacer nada espontáneamente.
– ¿Te refieres a bucear al amanecer en busca de tiburones si te apetece?
Lindsay miró a su amiga.
– ¿Qué tienen que ver los tiburones con todo esto?
– No lo sé. Dímelo tú. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que elegir un trabajo de riesgo puede ser un signo de rebelión contra lo que tus padres te hicieron? ¿No estarás castigando inconscientemente a Andrew por los errores de tus padres?
– Pareces una psiquiatra.
Beth se puso en pie entonces.
– No se necesita una titulación médica para imaginarse lo que te pasa por la cabeza, Lindsay. Si yo estuviera en tu lugar, me echaría un buen vistazo a mí misma. Los miedos de tus padres espantaron a todos tus novios. Pero ahora eres una adulta, responsable de tu propia vida. Sería algo trágico si te permitieras a ti misma ser manipulada por las acciones de tus padres y perdieras a Andrew sin luchar siquiera.