– Ha sido una decisión de último momento.
– Bueno, nos has alegrado el día. Te voy a presentar a Troy. Todavía no sé qué clase de parientes somos, pero es el hermano de mi tía Alex. Se hizo mi tía cuando se casó con mi tío Zack.
– Hola, Troy.
– Hola -respondió Troy con una sonrisa tan amplia como la de Randy-.Llevo tiempo esperando conocer por fin a la famosa sirena. ¿Cuándo te vamos a ver en televisión?
– Los anuncios empiezan a emitirse en agosto.
Entonces Andrew dijo:
– Estamos parando el desfile. Acomodaros todos, a ver si puedo manejar esta cosa.
– Lo siento -murmuró ella.
Andrew le pasó entonces un brazo por la espalda, bajo el cabello, de forma que pudiera tenerla abrazada sin que nadie se diera cuenta.
– Yo no.
Andrew pensó que no podía recordar la última vez que había sido así de feliz.
Durante el camino la prensa no paró de hacerles fotos, pero gracias a la habilidad de Andrew sorteando las preguntas y la de sus guardaespaldas, no insistieron demasiado.
Poco después, Randy le preguntó:
– ¿Cuánto tiempo puedes quedarte, Lindsay?
Ella notó sobre sí la mirada de Andrew, esperando su respuesta.
– He venido en coche, así que tendré que marcharme a eso de las seis de la tarde. Mis clases de natación empiezan mañana a las ocho y media.
– Entonces tienes tiempo de venir al rancho con nosotros después del desfile. Vamos a montar a caballo y a hacer una barbacoa con Tío Zack y su amigo Miguel.
Troy dijo:
– Tal vez tengas tiempo de nadar con nosotros y enseñarme algunos ejercicios que pueda hacer con mi pierna. Nadie me va a dar el título para bucear hasta que no la tenga más fuerte. Andrew me ha enseñado unas imágenes de esa niña pequeña a la que estás entrenando y pensé que…
– Estaré encantada de echarte una mano.
– Chicos, tranquilos. Dejadla respirar.
– Tal vez tú debieras hacer caso de tu mismo consejo -bromeó Randy haciendo que Lindsay se ruborizara.
Pero Andrew no la soltó. El punto donde la mano de él entraba en contacto con su cadera estaba como ardiendo. Nadie, menos los chicos, podía ver lo que estaba haciendo y se estaba aprovechando a gusto de ello. Pero a ella no le importaba. En lo único que podía pensar era en estar a solas con él.
Entonces miró a Randy y le dijo:
– Será mejor que sepáis que nunca he montado a caballo.
– ¡No fastidies! -exclamaron al unísono los dos chicos.
– Me temo que estoy más a gusto entre los peces que con los animales terrestres, así que no os riáis de mí si me caigo de la silla a las primeras de cambio.
Estuvo a punto de contarles el daño en la columna vertebral que le había impedido practicar deporte durante toda su juventud, pero pensó que no era ni el momento ni el lugar.
– No lo harás. Confía en mí -intervino Troy-. Además, cualquiera que nade entre tiburones tiene que tener una buena coordinación.
Al oír la palabra tiburones, Lindsay sintió como Andrew la apretaba más e, inmediatamente, se arrepintió de haber empezado esa conversación. Se había olvidado de lo sensible que era él a ese tema. Evidentemente, no quería que su hijo siguiera con sus ideas de estudiar biología marina.
Cambió de conversación rápidamente y señaló un gran cuervo de goma que flotaba en el aire.
– ¿Qué es eso?
– La mascota de una de las emisoras de radio locales -murmuró Andrew.
Pero ella no lo escuchó, porque sus bocas estaban a muy poca distancia y no sabía si se iba a poder contener mucho más tiempo. Necesitaba que Andrew la besara más de lo que necesitaba respirar.
Durante el resto del desfile fueron los chicos los que llevaron el peso de la conversación, lo que no estaba nada mal, en opinión de Lindsay, ya que dudaba mucho de que ella fuera capaz de decir nada coherente.
Cuando llegaron al parque donde terminaba el desfile, su deseo por él se había transformado hasta en un dolor físico. Le dolían hasta las palmas de las manos y no se atrevió a mirarlo cuando la ayudó a bajar al suelo.
Lo siguiente que supo fue que él la condujo amablemente hasta la limusina que estaba aparcada a algunos metros.
Pero una vez que los cuatro estuvieron dentro, Andrew le quitó la mano de la espalda y no trató de aproximarse a ella. Lindsay pensó que sabía la razón. Si sus emociones eran tan crudas como las de ella, era necesario poner una cierta distancia entre ellos delante de los chicos, por lo menos durante el viaje hasta el rancho.
– ¿Dónde tienes aparcado tu coche? -le preguntó él.
– Cerca del centro.
– ¿Tienes que recoger algo?
– No.
Entonces él se dirigió a Randy y Troy.
– ¿Y vosotros? ¿Tenéis que volver a la mansión por algo?
Los dos agitaron las cabezas y Randy dijo:
– Si Lindsay va a ver el rancho, no deberíamos perder más tiempo aquí.
– Podemos ir al hospital esta noche, después de que se marche -añadió Troy.
– ¿Hospital? -le preguntó ella a Andrew, pero él ya le estaba dando instrucciones al conductor.
– Mi hermana tuvo un hijo ayer por la mañana -le dijo Troy.
– Debe ser muy excitante para ti.
– Sí. Es divertido pensar que ya soy tío.
Luego se pusieron a hablar de la relación de parentesco de Randy con el recién nacido y, hasta que llegaron a un pequeño aeropuerto, estuvieron hablando animadamente de ello. Eso la ayudó a resistir la tentación de arrojarse a los brazos de Andrew.
Lindsay estaba tan contenta de estar cerca del hombre que estaba sentado en el asiento del copiloto de la avioneta que casi no se dio cuenta del tiempo que pasaron volando hasta el rancho de los Quinn.
Capítulo 8
Parece que Pete y los chicos ya han ido hacia el norte para unirse a la barbacoa -dijo Troy cuando los cuatro salieron de la furgoneta que los había llevado al rancho desde el aeropuerto y entraron en los establos-. Te daré a Cotton Candy, Lindsay. Zack dice que es la yegua más amable del rancho y será perfecta para tu primera monta.
– Gracias, Troy.
– Dado que Lindsay va a tardar un poco de tiempo en acostumbrarse a estar encima de un caballo, ¿por qué no vais vosotros por delante? Yo la presentaré a Cotton Candy y os alcanzaremos -dijo Andrew.
Ella se dio cuenta de la comunicación silenciosa que se produjo entre Randy y su padre.
– Muy bien, papá. Nos veremos más tarde. Vamos, Troy.
Después de que fueran a por sus caballos, Andrew se volvió hacia Lindsay con el rostro parcialmente cubierto por el ala del sombrero.
– Espera aquí un momento mientras saco la silla del almacén.
– De acuerdo -murmuró ella, cada vez más impaciente por estar a solas con él.
Una vez sola, Lindsay recordó lo que había podido averiguar de la familia Cordell en California. Sabía que habían hecho dinero como ganaderos y que Andrew en particular se había hecho con una fortuna a base de inversiones que le habían permitido hacer carrera política sin tener que recurrir a las habituales donaciones de grupos de presión.
También sabía que podía haber dilapidado su fortuna como hacían muchas estrellas de cine y que, sin embargo, había sido un estudiante excelente e, incluso, había terminado sus estudios en Yale. Poco antes de terminarlos, se había casado con Wendie Quinn y habían tenido un hijo. Nada de eso le había impedido terminar la carrera. Después había sido abogado en un bufete prestigioso para hacerse más adelante fiscal del distrito.
Todo aquello provocaba su más profunda admiración, ya que ahora estaba en su segundo mandato como gobernador del estado y no le sorprendería nada que terminara en Washington.
Al parecer, Andrew era un hombre de lo más trabajador y dedicado, sinceramente comprometido con la dirección del estado y sería recordado mucho tiempo por sus conciudadanos.
También era un padre amante al que Randy adoraba. Vio lo cerca que estaban el uno del otro cuando estuvieron en las Bahamas. Randy se estaba haciendo un joven atractivo y responsable, y él, Troy y el pequeño Sean recibirían una herencia a todos los niveles de la que podrían sentirse orgullosos y que, seguramente, se merecerían.