– Sí.
Randy le sonrió de una forma que siempre le recordaba a Wendy y sintió el ya habitual destello de dolor, aunque su esposa llevaba ya tres años muerta.
– ¿Has empezado ya a hacer las maletas? -añadió Randy.
Andrew miró suplicantemente a su hijo.
– Creía qué ibas a venir a ayudarme. Me temo que…
– Te temes que la reunión que has tenido con tus jefes de departamento se ha prolongado más de lo que esperabas. Tenías muchas cosas que dejar listas porque nos vamos dos semanas -dijo Randy, bromeando.
Andrew sonrió a su hijo, que sólo era dos o tres centímetros más bajo que él, que medía casi un metro noventa, dándose cuenta como nunca antes de lo mucho que lo quería. También estaba orgulloso de él, por aceptar un trabajo después del colegio en la tienda de equipos de submarinismo e ir a clases de buceo por las noches, clases que se pagaba con sus propias ganancias. Randy había logrado el título que le permitía bucear en mar abierto y le gustaba mucho, por lo que había convencido a Andrew de que se sacara el título también.
Andrew se había apuntado a ese curso de seis semanas para estar más con su hijo, nunca se le había ocurrido que se haría un adicto a ese deporte. Lo que más le gustaba de él era la sensación de ingravidez, pero lo más importante era que bucear le resultaba tremendamente relajante y creaba camaradería, lo que había ayudado a que su hijo y él estuvieran más cerca todavía.
Ahora que estaban en el mes de junio y Randy se había graduado en el instituto, Andrew estaba tan excitado como su hijo por la que iba a ser su primera aventura real bajo el agua; era su regalo de posgraduación para Randy y una forma perfecta para olvidarse de los líos de su oficina política.
– Casi no puedo esperar a estar allí -dijo y lo hizo muy en serio.
– Sí, yo también. Está bien eso de que salgamos del país. Si no fuera así, tu trabajo se interpondría, aunque trataras de evitarlo. Es cierto lo que todo el mundo dice de ti, ya sabes.
Randy se quitó el traje de buceo, se puso una camiseta y pantalones cortos y siguió a su padre hasta su habitación, en la planta alta de la mansión del Gobernador en Carson City.
– Trabajas demasiado. Ya era hora de que tuvieras unas vacaciones de verdad, unas que no estuvieran mezcladas con el trabajo.
– No podría estar más de acuerdo contigo -murmuró Andrew.
Sabía que los comentarios de Randy eran bienintencionados, pero la verdad dolía. Le recordaba el poco tiempo que había tenido para su hijo desde que lo eligieron Gobernador de Nevada. Y la muerte de Wendy nada más salir elegido empeoró las cosas. Su propio dolor había sido demasiado profundo como para ayudar a Randy a superar la pérdida de su madre y, mucho menos, para ayudarlo con los cambios a los que se había visto abocado como adolescente que, de repente, se ve expuesto a la vista de todo el mundo como hijo del Gobernador.
Como resultado, Randy se había metido en problemas serios, cosa que los periódicos habían recogido implacablemente. Pero hizo falta que se escapara con Troy Duncan, el hermano de dieciocho años de Alex, para que Andrew se diera cuenta de sus fallos como padre. Alex había conocido a Troy el verano anterior y se habían metido en un negocio ilegal de ventas por correo. Lo que vendían eran fotos de la hermana de Troy, Alex. Fotos de las que ella no tenía ni idea.
El siempre leal Zack había encubierto a los chicos y había evitado que su tontería llegara a los titulares de los periódicos mientras Andrew estaba fuera del país. Pero, finalmente, se había visto forzado a afrontar la dolorosa verdad.
Desafortunadamente, había sido responsable en parte de la infelicidad de su hijo desde la muerte de Wendy. El refrán favorito de su suegro, que decía que ningún éxito compensa los fallos en el hogar, le resonó claramente en los oídos. Naturalmente, él había querido alcanzar el éxito, pero más que eso, había querido cumplir todas sus promesas de la campaña. Y había escondido su dolor trabajando duramente.
Se había vuelto un extraño para su hijo y había olvidado sus deberes como padre, su compromiso más importante. Pero, después de esa noche reveladora hacía ya once meses, cuando un arrepentido Randy se había presentado ante él sin que Zack le dijera nada y le contó todo, suplicándole su perdón, Andrew se había transformado en otro hombre.
Le había pedido a Randy que lo perdonara por haber desperdiciado tanto tiempo. Porque en su siempre abarrotada agenda no había habido nunca tiempo para su hijo. Habían llorado juntos y, desde ese momento, habían llegado al compromiso de poner su relación por encima de cualquier otra cosa. Y, desde ese día no habían permitido que nada se interpusiera entre ellos.
– ¿Hijo? ¿Te he contado lo que Jim nos ha preparado? -le preguntó mientras sacaba una de las bolsas.
– ¿Te refieres a además de dejarnos usar su casa?
– Me llamó hace un par de días desde su despacho en Sacramento y me dijo que un hidroavión nos estará esperando en Miami para llevarnos a la bahía de Nassau. Parece divertido, ¿no? ¿Qué te parece aterrizar en el agua?
– ¡Me parece increíble! El Gobernador Stevens y tú debéis ser buenos amigos.
– Nos caímos bien durante ese viaje del verano pasado. Mary y él tienen dos hijas de diecisiete y diecinueve años y los he invitado a que vengan aquí en julio.
Randy miró a su padre con interés.
– ¿Has conocido a sus hijas?
– No. Pero he visto fotos y las dos son muy guapas. Contaba con que Troy y tú les enseñarais los alrededores y Virginia City. ¿Crees que podríais hacerlo? -le preguntó tratando de permanecer inexpresivo.
– Sí -dijo Randy riéndose-. Papá, si no me necesitas, tengo algo importante que hacer.
– Buenas noches. No te olvides de poner el despertador.
– ¿Quién necesita un despertador? Estoy tan excitado que no voy a poder dormir. Oh, de paso, tío Zack ha llamado y ha dicho que él y su familia vendrán a las seis y media para llevarnos al aeropuerto.
– Muy bien. Ahora vete a descansar un poco.
– Lo intentaré, pero no te prometo nada. Buenas noches, papá.
Todavía sonriendo, Andrew hizo un par de llamadas telefónicas y luego terminó de hacer las maletas. Cuando por fin se metió en la cama y fue a apagar la luz se encontró cara a cara con la foto de Wendy que tenía sobre la mesilla y la miró sorprendido.
Por primera vez desde su muerte se había olvidado de meterla en la maleta. Una parte de él sintió un destello de culpabilidad por esa pequeña traición. Pero otra parte se dio cuenta de que, en algún momento, había dejado de lamentarse por su pérdida. Se preguntó cuándo había sucedido, cuando por fin la había dejado ir…
– Beth, no debería haberte dejado acompañarme al aeropuerto, sé lo mucho que te gusta dormir. Pero te agradezco que lo hayas hecho, me ha venido bien charlar. Papá y mamá se han puesto imposibles con este viaje.
Su mejor amiga detuvo el coche delante de la terminal y la miró.
– Se ponen siempre así hasta que empiezan a dar consejos. Mientras eso pasa, mi consejo es que te vayas a Nassau y disfrutes. Piensa en esas fabulosas noches tropicales y playas iluminadas por la luna con tipos guapos y bronceados esperando encontrarse a alguien como tú.
Lindsay arqueó las cejas.
– Ya veo bastantes de esos en el club. Voy a trabajar, ¿recuerdas?
Luego salieron del coche, Lindsay recogió su maleta del asiento trasero y se dieron un abrazo.
– Gracias por todo. No sé lo que habría hecho en mi vida hasta ahora sin ti.
– Eso es lo que te estoy diciendo siempre. Tres semanas es un largo tiempo. Llámame o me volveré loca pensando cómo estás.
– Te llamaré, pero seguramente tú estarás fuera con Doug. Tal vez debieras ser tú la que me llame porque seguramente estaré todas las noches en mi habitación después del trabajo, agotada.