Más que nunca se maravilló de la suerte que había tenido por conocer a un hombre como Andrew y también por la temeridad de que había hecho gala al presentarse de aquella manera en el desfile sin avisar.
Gracias a Beth, que había llamado a la mansión del gobernador, Lindsay había descubierto que Andrew iba a participar en ese desfile. Una vez supo dónde encontrarlo, no había necesitado de más incentivos para irse a Nevada. Pero ahora que estaba allí, estaba de lo más nerviosa.
Entonces Troy y Randy salieron del establo con sus caballos, montaron y, después de despedirse, salieron al galope.
De repente, una mano apareció por encima de su hombro y cerró la puerta. Lindsay se dio la vuelta, sorprendida, y se encontró cara a cara con Andrew, qué se había, quitado el sombrero.
Él apoyó la otra mano al otro lado de su cabeza y la dejó atrapada.
El calor producido por sus cuerpos fue demasiado para ella. Se apoyó contra la puerta cerrada para no caerse al suelo, pero no debía haberse preocupado, Andrew la siguió con su poderoso cuerpo hasta que estuvieron virtualmente pegados el uno al otro.
– ¡Andrew!
– ¿Tienes idea de lo que me ha costado evitar abrazarte delante de los chicos?
¡Así que era por eso por lo que había evitado entrar en contacto con ella! ¡Porque no confiaba en poder contenerse!
– Espero que sea por esto por lo que has venido a Carson City, porque si no es así, ya es demasiado tarde -añadió él.
Luego bajó la cabeza y cubrió su boca con la de él con un ansia insoportable. Profundizó el beso e hizo explotar en ella un torbellino de sensaciones. Despertó un ardiente deseo dentro de ella que eliminó todas las inhibiciones que le pudieran quedar. Se sintió como si se estuviera ahogando y, de repente, saliera a la superficie y pudiera respirar.
Le pasó los brazos por la cintura, apretándose más todavía contra él. Llevaba tanto tiempo deseando eso… Realmente, desde que estuvieron juntos en esa habitación de detrás de la recepción en el hotel de Nassau.
– Eres preciosa, Lindsay. No me puedo creer que, por fin, estés en mis brazos.
De alguna manera, sus posiciones habían cambiado. Esta vez él estaba de espaldas a la puerta. Intercambiaron un beso detrás de otro y, para ella, cada uno de ellos fue natural, inevitable. Se olvidó de que, alguna vez, había tenido miedo de él.
Se apretó contra él de una manera que nunca antes había deseado estando en brazos de otros hombres.
– Te quiero -murmuró él.
– Y yo a ti.
Oyó un gemido que se le escapó a él. Luego Andrew se apartó y la miró fijamente a los ojos.
– Si te beso una vez más, no voy a poder detenerme y terminaremos tirados sobre el heno, que es el último lugar que tengo en mente para que estemos.
Lindsay movió la cabeza para aclarársela. El deseo que él había despertado la impedía decir nada. Eso fue todo lo que pudo hacer para recuperar el control de sí misma.
– Me haces sentirme un adolescente enamorado en su primera relación apasionada. Tengo treinta y siete años y dejé el colegio hace ya mucho tiempo. Tengo un hijo ya mayor al que quiero y responsabilidades que no puedo evitar. Pero ahora mismo, no puedo pensar en otra cosa que no sea perderme en ti. ¿Comprendes lo que te estoy diciendo? ¿Lo que estoy sintiendo?
– ¡Sí! -dijo ella por fin.
– ¿Te das cuenta de me va a ser imposible comportarme estando tú cerca de ahora en adelante? Ya se nos ha pasado de sobra la hora de la barbacoa y no me puede importar menos, porque no te quiero compartir con nadie más.
Lindsay gimió porque sabía exactamente lo que quería decir. Desde que se conocieron en las Bahamas, Andrew había sido en lo único que había podido pensar y nada más parecía tener importancia.
– Tal vez no debiera haber venido. Lo único que hago es irrumpir en tu vida.
Intentando pensar racionalmente, Lindsay se apartó de sus brazos y se volvió para recoger su sombrero del suelo, pero Andrew la volvió a abrazar, esta vez por detrás. Sus manos empezaron a acariciarle el vientre cada vez con más ansiedad.
– De acuerdo, has irrumpido en mi vida, desde el primer momento en que te vi nadando con el vestido de sirena. ¿Cómo me las voy a poder arreglar para pasar las próximas horas, cómo voy a poder hablar inteligiblemente con mi familia y mis amigos, cuando mi cuerpo está pidiendo a gritos que haga el amor contigo? Y no me estoy refiriendo a darnos besos y acariciarnos. Te estoy hablando de hacer el amor en la intimidad de mi dormitorio, sin preocuparnos por el tiempo o las responsabilidades.
– Yo me he estado preguntando lo mismo. Pero nunca podría tener un ligue rápido contigo, Andrew, no importa lo mucho que quiera estar a tu lado.
Él la hizo mirarlo.
– Si esa hubiera sido mi intención, te habría llevado a un motel cuando te fui a visitar a California. Sé que, tal vez, te habría podido convencer.
– Sí, probablemente lo habrías podido hacer -dijo ella nerviosamente-. Parece que yo tampoco tengo ningún control sobre mis emociones cuando estoy cerca de ti. Durante el desfile…
Lindsay se calló, pensando que era mejor que no dijera nada.
– Sólo hay una solución que parece que nos pueda servir. Y es no volver a vernos nunca más.
La horrorizada reacción de ella debió indicarle a él lo que quería saber, ya que la abrazó inmediatamente.
– ¿No te das cuenta de que he dicho eso sólo porque tenía que saber lo que sentías de verdad antes de pedirte que te cases conmigo?
Lindsay tragó saliva y lo miró, preguntándose si sólo se había imaginado lo que le había dicho.
– ¿Por qué te sorprendes tanto? ¿Te crees que fui a California sólo porque no tenía nada mejor que hacer?
Alucinada, ella susurró:
– Apenas nos conocemos.
– Te equivocas. Conocemos lo más importante. Nos amamos. Tú me amas, si no, no habrías venido a verme hoy. Y yo te amo, mi evasiva sirena. Me has encantado y quiero hacerte mi esposa tan pronto como sea posible. Tenemos años y años para descubrir todo lo demás. Mientras tanto, quiero meterme en la cama contigo todas las noches. Quiero tener más hijos. Quiero vivir, Lindsay. Vivir de verdad. Pero sólo contigo.
– Andrew…
– Ya es suficientemente malo pensar que algún tritón desconocido pueda llamarte la atención y llevarte a su guarida submarina -susurró él-. Y me aterroriza que algún brujo marino pueda venir a buscarte. Pero temo más todavía que un tiburón cualquiera pueda decidir que tú eres su cena y así te perdería para siempre. Me niego a dejar que eso suceda.
Lindsay seguía sin creerse que él le hubiera propuesto matrimonio de verdad.
– Pero tú eres el gobernador y necesitas una mujer…
– Shhh.
La hizo callar con un beso que duró hasta que los dos se quedaron sin respiración. Cuando se apartaron, le dijo:
– Ahora vamos a ir a donde la barbacoa. Después de un rato volveremos a Carson City. Quiero que pases la noche en la mansión con Randy y conmigo. Eso te dará la oportunidad de ver cómo vivimos.
– Pero…
– A primera hora de la mañana te meteré en un avión. Uno de mis hombres llevará de vuelta tu coche y te lo dejará en el aeropuerto de Los Ángeles a tiempo para que llegues a tu trabajo en el club a las ocho y media.
Ella lo miró, como atontada.
– No me digas que no, Lindsay. Nos debes a los dos el que aprendas todo lo que puedas de mí mientras estás aquí.
Tenía razón. Era por eso por lo que había ido allí.
Asintió lentamente. En ese momento no quería nada más que seguir como estaba.
– Gracias a Dios.
Luego él la besó una vez más.