Después, Andrew se apartó de nuevo y dijo:
– Un segundo más y no voy a poder dar ni un paso. Y mucho menos, subirme al caballo.
Ella se daba perfecta cuenta de lo que le estaba diciendo. Le costaba trabajo respirar y sentía las piernas como mermelada.
– Yo no… no sabía que pudiera ser así.
– Lo que compartimos es algo tan precioso que poca gente lo ha experimentado de verdad, Lindsay.
Lindsay supo que era cierto. Había tenido varios novios y en el instituto se había enamorado de Greg, pero nunca habían llegado a algo así. Nunca había querido meterse en la cama con él, ni mandar al infierno al mundo entero para satisfacer su ansia. Ahora se daba cuenta de que, si sus caricias la hubieran puesto así, habría desafiado a sus padres y se habría ido a pasar las vacaciones con él a la playa.
Se apartó y recogió el sombrero del suelo. Luego, sin atreverse a mirarlo, le dijo:
– Estoy lista. Lo que te pido es que no te rías de mí. Me resulta fácil tener gracia en el agua, pero montar a caballo va a ser otra cosa muy distinta.
– Ya no tienes la cola de sirena, así que no creo que vayas a tener muchos problemas. Salgamos a de aquí antes de que empecemos de nuevo.
Salieron del establo y se dirigieron al corral donde ya les estaban esperando sus caballos. Lindsay estuvo a punto de pedirle que volvieran dentro cuando vio a lo lejos a dos hombres montados. Sus guardaespaldas.
De repente, esa visión le amargó el día. Por un corto tiempo se había olvidado de ellos. Se había olvidado de todo porque se había visto envuelta por la tremenda atracción que existía entre ellos dos.
– Olvídate de que están ahí -le dijo él como leyéndole la mente.
Luego la ayudó a montar en su yegua y añadió:
– A no ser que nuestras vidas estuvieran amenazadas, nunca habrían entrado en el establo sin permiso.
Una vez que la hubo instalado sobre la silla, él montó su caballo y, después de colocarse bien el sombrero, le dijo:
– Antes de que se te dispare la imaginación, vamos a dejar una cosa clara. Eres demasiado importante para mí, así que no voy a saltar encima de ti a la primera ocasión que se me presente. Todavía me quedan algunos escrúpulos. Quiero hacerte mi esposa antes de tocarte de la forma en que me muero de ganas de hacerlo. Pero no te equivoques, cuando te transformes en mi esposa, haremos el amor en cualquier parte y momento que nos apetezca, y te prometo que el resto del mundo no nos importará nada.
Esas palabras la hicieron ruborizarse.
– Lo único que necesita tu montura es un leve taconazo en los ijares. Sujeta firmemente las riendas y así ella sabrá que eres tú la que mandas, pero dale riendas suficientes como para que pueda mover la cabeza.
Agradeciendo tener que concentrarse en otra cosa, además de la propuesta de matrimonio de Andrew, Lindsay hizo lo que le había dicho y soltó una exclamación de sorpresa cuando la yegua empezó a andar.
– Lo estás haciendo bien. Ahora hazle dar una vuelta al corral para acostumbrarte a ella. Tira de la rienda hacia el lado que quieras hacerla ir.
Cuando completaron una vuelta completa, Lindsay ya había perdido parte de su nerviosismo, Andrew la sonrió brillantemente de una forma que la hizo derretirse y su confianza aumentó. Por fin le dijo que estaba lista y se dirigieron juntos al camino.
Fascinada por lo que él empezó a contarle acerca de los indios que, una vez, anduvieron por allí, Lindsay no hizo caso del dolor en la parte baja de la espalda que había empezado a sentir cuando se montó en la yegua. Dio por hecho que aquello era algo natural porque nunca antes había montado a caballo, así que no le dijo nada a Andrew y siguió escuchándolo.
Pronto abandonaron los campos cultivados y entraron en plena naturaleza salvaje. A lo lejos se veían los bosques de pinos de las faldas de la majestuosa Sierra Nevada. Andrew siguió entonces la dirección de su mirada.
– Ya casi estamos. Creo que mi sirena ya ha desarrollado sus piernas y está lista para galopar. ¿Quieres intentarlo?
Andrew parecía tan excitado como un escolar y, a pesar de que la espalda le dolía mucho más que antes, no quiso desanimarlo.
– ¿Qué tengo que hacer?
– Dale otro taconazo y sígueme. Mantén firmemente agarradas las riendas, pero sigue dejándola mover la cabeza. Si quieres parar, simplemente tira de ellas.
Lindsay asintió, esperando que él no se diera cuenta de la dificultad con la que se estaba sentando en la silla.
– ¡Vamos!
Luego salió disparado como si saliera de una vieja película del Oeste.
Ella apretó los dientes e hizo lo que le había dicho. Entonces fue cuando sintió un fuerte calambre en las caderas que le recorrió las piernas hacia abajo.
El grito que soltó asustó a la yegua, que salió como una bala. Cada vez que sus cascos tocaban el suelo, el dolor de Lindsay aumentaba.
Andrew ya había parado a su caballo y la estaba mirando. Cuando vio que la yegua estaba fuera de control, le dio un grito diciéndole que tirara de las riendas.
El dolor la había mareado y temió ponerse a vomitar. Las riendas se le escaparon y golpeaban el cuello de la yegua mientras ella se agarraba con toda su fuerza del pomo. Cada movimiento del animal le producía oleadas de dolor. Trató de mantenerse de pie sobre los estribos, pero no tenía nada de sensibilidad en las piernas.
Entonces recordó lo que había sido despertarse después del accidente del autobús sin sentir nada por debajo de la cintura.
Sólo entonces fue vagamente consciente de que Andrew se había acercado y sujetaba sus riendas hasta que la yegua se detuvo.
– ¡Lindsay! ¿Qué te pasa?
Luego saltó de la silla a la velocidad del rayo. Estaba pálido de miedo.
– ¡Andrew! -gritó aterrorizada antes de que él sujetara su rígido cuerpo entre los brazo-. Andrew… -logró repetir antes de desmayarse por completo.
Capítulo 9
– ¿Papá?
Cuando oyó la voz preocupada de Randy, Andrew levantó la cabeza.
– Tío Zack nos ha mandado venir enseguida a Troy y a mí. ¿Qué ha pasado? ¿Qué tiene Lindsay?
Andrew se puso en pie y abrazó a su hijo.
– Me alegro de que estés aquí. Va a pasar un poco de tiempo antes de que sepamos algo. Ahora está en rayos X.
Andrew volvió a sentarse y Randy se apoyó en la pared.
– Tío Zack sólo nos ha dicho que se desmayó y que tú las has traído al hospital en el helicóptero.
– Me temo que no se puede decir mucho más. Se hizo daño montando y las piernas se le han quedado sin sensibilidad.
Randy frunció el ceño.
– ¿Es algo serio, papá?
– Espero que no. No debería haberla convencido para que montara. Cuando nos dijo que esa iba a ser la primera vez que montaba, debería haberme dado cuenta de que había una razón.
– ¿Por qué? Conozco mucha gente más mayor que ella que nunca han montado a caballo.
– Después de hacer que la ingresaran, localicé a Bud, que me encontró el número de teléfono de sus padres en Bel Air. Los llamé para decirles que su hija estaba en el hospital y me han llamado de todo.
– ¡Estás de broma!
– Ya me gustaría. Parece ser que, cuando Lindsay tenía once años, tuvo un accidente de tráfico que casi le costó la vida y tuvo daños en la columna vertebral que la dejó con las piernas paralizadas.
– ¿Lindsay?
Andrew asintió.
– Ya lo sé. Después de ver como nada es difícil imaginársela así. Tuvo que pasar por el quirófano varias veces y tardó años antes de poder caminar de nuevo. Tuvo que recibir clases en su casa durante casi toda su adolescencia. Lo de nadar demostró ser la mejor terapia y es por eso por lo que nada tan bien hoy en día.
– Demonios, ¿crees que…?
– No lo digas.
Randy se le acercó y lo tomó por los hombros.
– No ha sido culpa tuya, papá. No importa lo que te hayan dicho sus padres.