– Por supuesto que lo es. Debería haberla dejado en paz desde el principio. Por mi egoísta deseo de conocerla, casi se ahogó. Por mi negligencia, puede quedar paralítica de nuevo, ¡posiblemente por el resto de su vida!
Randy miró duramente a su padre.
– Nadie obligó a Lindsay a cenar con nosotros en la villa y nadie la obligó a venir hoy al desfile. Los accidentes ocurren y no se puede culpar a nadie.
Luego se produjo entre ellos un largo silencio.
– Tienes razón -dijo por fin Andrew-. Pero es imposible ser objetivo en un momento como este. Estoy enamorado de ella, Randy. Después de tu madre, no creía que fuera a volver a pasar y, ciertamente, no tan rápidamente, pero así ha sido.
– Lo sé, porque lo he visto, y me alegro. Si quieres mi opinión, ella también está enamorada de ti. Troy está de acuerdo. Dice que los dos estáis actuando exactamente como tío Zack y tía Alex. Tampoco ellos se daban cuenta nunca de la presencia de los demás cuando estaban juntos.
– Quiero que seas el primero en saber que hoy le he pedido a Lindsay que se case conmigo.
Randy sonrió brillantemente, borrando todos los miedos que Andrew pudiera haber tenido sobre la aceptación de aquello por parte de su hijo.
– ¿Por qué has tardado tanto?
La pregunta de Randy rompió algo de la tensión existente y Andrew se rió.
– Tienes que conocer el resto. No me ha dado una respuesta, y algo me dice que se va a negar, sobre todo después de este accidente.
– ¡Eso no tiene sentido! No cuando ella te ama.
– Yo tampoco lo comprendo. Pero pretendo conseguir la verdad, sin importar el tiempo que tarde.
– ¿Jefe?
Andrew miró a uno de sus guardaespaldas, que se había asomado por la puerta.
– ¿Ya está de vuelta?
– Sí. El médico dice que ya la puede ver.
– Buena suerte, papá. Estaremos esperando.
Andrew salió al corredor y se dirigió a la consulta donde habían dejado a Lindsay al principio, pero esta vez ella estaba consciente.
– Andrew…
Él se acercó inmediatamente a la camilla.
– ¿Te sigue doliendo?
– No. Me han dado algo -dijo ella llorando de repente-. Perdóname por haber organizado este espectáculo. Lo único que hago es herirte y avergonzarte. Ahora te he apartado de tu familia y he arruinado tu día de fiesta.
– No hay nada que perdonar. Te amo, Lindsay. Lo que quiero es que te pongas bien.
Ella apartó la mirada.
– Has estado maravilloso conmigo. No he querido estropear la excursión. Pobre yegua, mis gritos debieron asustarla.
Andrew respiró profundamente y dijo:
– ¿Por qué no me contaste lo de tu espalda?
Ella lo miró fijamente de nuevo.
– ¿Cómo has sabido eso? Ah, sí, tu investigador privado. Debe ser bueno.
– No, me lo han dicho tus padres.
Lindsay se puso pálida y él supo inmediatamente que algo iba mal.
– ¿Has hablado con ellos?
– Naturalmente. Los llamé tan pronto como te metieron en urgencias.
– ¿Por qué? -dijo ella pareciendo aterrorizada.
– Porque son tu familia. Tenían que saber que su hija estaba en el hospital. Les prometí que los llamaría de nuevo tan pronto como supiera cómo estabas.
Ella gimió entonces.
– No deberías haberlo hecho. ¡No tenías derecho! Tengo veintisiete años y no necesito que ni tú ni nadie se preocupe por mí, se entrometa en mi vida y tome decisiones por mí. ¡Ya no soy una niña!
Andrew se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Pero no estaba dispuesto a dejar aquello, porque tenía la idea de que se estaba acercando cada vez más a la verdad sobre los inexplicables miedos de ella.
– ¿Es eso lo que crees que he estado haciendo? ¿Tratar de controlarte?
– Lo hiciste cuando me pusiste guardaespaldas y me cambiaste de habitación. Lo haces con Randy…
Intrigado, él le dijo:
– ¿Sí? ¿Qué pasa con mi hijo?
– No… no debería haber dicho nada. No es cosa mía -dijo ella apartando el rostro una vez más.
– Estoy haciendo que lo sea. Dime lo que estoy haciendo con Randy. Por favor, Lindsay. Es importante para mí. Ayúdame a comprender lo que te pasa.
Las lágrimas se escaparon de sus párpados.
– Cuando Randy descubrió que yo voy a estudiar a los tiburones le encantó la idea y dijo que eso era lo que le gustaría hacer a él. Y tú cambiaste inmediatamente de conversación.
– Eso es cierto. Los tiburones son peligrosos y pensar en lo que le pueden hacer a cualquiera no me resulta particularmente agradable.
– Pero si Randy ha llegado a hacerse buceador, si pretende llegar a ser biólogo marino, no importa lo que tú pienses de ello, es su vida y su decisión.
Andrew parpadeó.
– Es verdad, y si quiere hacerse un experto en tiburones, yo no me meteré en su camino. Pero ahora mismo no tiene ni idea de lo que quiere ser en el futuro. Antes de que le diera por el buceo se metió en un negocio de venta por correo y se imaginó a sí mismo como si fuera un magnate de los negocios editoriales. Desde nuestro regreso de las Bahamas él y Troy han estado hablando de meterse juntos en el negocio de la ganadería. Cuando pase dos meses en la Universidad, probablemente decida cualquier otra cosa.
– Mis padres solían decir que yo no sabía lo que quería ni de lo que estaba hablando porque no podían soportar la verdad. Todas las veces que trataba de decirles lo que quería hacer cambiaban de conversación, como hiciste tú con Randy.
– Lindsay, no era por Randy por quien me estaba preocupando entonces. Era por ti. Cuando Pokey me dijo que tú ibas a bucear en The Buoy me estremecí. Ningún hombre enamorado de una mujer quiere verla en peligro. Y, con respecto al cambio de habitación y al que te pusiera unos guardas, lo hice para asegurar tu seguridad e intimidad. Sabía que la prensa había descubierto ya lo del incidente y no me atreví a dejarte a la merced de esa gente y de los que disfrutan molestando a los famosos.
Ella tardó bastante tiempo en contestar. Finalmente, dijo:
– Estás diciendo lo mismo que mis padres. Siempre hicieron lo que pensaban que era mejor para mí porque tenían miedo de que me fuera a pasar algo. Es un miedo irracional que empezó hace ya años, después de mi accidente. Salvo la que tengo con Beth, arruinaron todas las relaciones que tuve para asegurarse de que me quedaba en casa a salvo y protegida.
Andrew se sentía cada vez más frustrado.
– No me compares con tus padres, Lindsay. Por lo que parece, ellos necesitan ayuda profesional. Pero ahora no es el momento de hablar de ello. ¿Por qué no tratas de dormir? Deja que el sedante haga su trabajo.
– No quiero dormir -murmuró ella-. Sean cuales sean tus motivos, el resultado final es el mismo. En Nassau tú decidiste protegerme del peligro tomando decisiones que pensaste que eran las mejores para mí. No las discutiste conmigo y cuando me opuse, tú…
– Porque la situación lo exigía. ¿Me estás diciendo que tú no te preocuparías por mi seguridad si supieras que existía un peligro real?
– Estaría aterrorizada -confesó ella-. La posibilidad de… de un asesinato, siempre está presente y me aterroriza. Pero yo no te pediría que dejaras de ser gobernador por ello. No trataría de controlar donde vas o lo que haces. No pensaría ni tomaría decisiones por ti.
La adrenalina invadió las venas de Andrew.
– ¿Es eso lo que crees que he estado haciendo?
– Llamaste a mis padres sin preguntarme si quería que lo hicieras.
Él apretó los puños.
– Porque no sabía el daño que habías sufrido y di por hecho que querrías su apoyo en caso de que tuvieran que operarte.
A Lindsay le pesaban los párpados y no podía seguir mirándolo.
– Deberías haber hablado primero conmigo. Ellos son la última gente que yo hubiera querido que supieran esto. No porque no los quiera, sino por su manía…
– Lindsay. Te trajimos aquí inconsciente por el dolor y te metieron inmediatamente en rayos X. El médico que te examinó al principio no descartó la posibilidad de una operación. Dado que estabas a mi cuidado, me sentí en la obligación de informar a tus padres. Si tú fueras madre, lo comprenderías.