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– Parece interesante. Ahora sólo recuerda nuestra regla de los cinco minutos para despedirse.

– No sufras. Tengo que estar en el trabajo mañana a las ocho -dijo Randy sonriendo-. Tú compórtate también.

Eso hizo que Andrew sonriera, olvidándose por un momento de la nube negra que se le había echado encima.

Después de ducharse y cambiarse, Andrew bajó a la cocina. Se hizo un sándwich y se lo llevó a su despacho, desde donde llamó a Clint. Las emergencias sucedían los días de fiesta tanto como entre semana y Andrew quería terminar algunos asuntos pendientes antes de ir a ver cómo estaba Lindsay. Por suerte, había sido un día tranquilo y era libre para concentrarse en ella.

Poco después, Maud le dijo que ya se había acostado y él le dio las gracias y se despidió.

Había dejado la puerta del dormitorio de ella entreabierta y Andrew entró con el sigilo de un gato y se acercó al borde de la cama. Ella estaba tumbada dándole la espalda y con las sábanas por la cintura. Debía estar dormida. Después de lo que había pasado, era lo más natural. Pero una parte incivilizada de Andrew deseó despertarla. Pero se contuvo y se volvió, dispuesto a marcharse.

– ¿Andrew?

El corazón le dio un salto y se volvió inmediatamente.

– ¿Eres tú? -preguntó ella tumbándose de espaldas.

Andrew se acercó más.

– No quería despertarte. Sólo he venido para asegurarme de que estabas bien y para despedirme.

– Te estaba esperando -dijo ella como adormilada-. Tenemos que hablar.

– Esta noche no, Lindsay. Deja que actúen las medicinas. Mañana tenemos todo el día.

– No. No lo comprendes. No puedo quedarme.

– No vas a ir a ninguna parte hasta que no te hayas librado por completo del dolor.

– El dolor no importa. Yo…

Pero no terminó el resto de la frase porque una fuerza más poderosa que cualquier que hubiera sentido en toda su vida hizo que Andrew se arrodillara. La hizo volverse de lado y dijo:

– ¿Es aquí donde te duele?

Mientras tanto le masajeaba por debajo de la cintura.

Ella gimió de placer.

– Oh… me gusta.

– Se supone que tiene que ser así.

Incapaz de detenerse, le apartó la dorada cabellera y empezó a frotarle la espalda. Cada vez se acercaba más a ella, hasta que le rozó el cuello con los labios.

De alguna manera, sin saber cómo había sucedido, las manos de él se pusieron sobre la piel de ella, donde el pijama se había separado. Un pequeño gemido se escapó de la garganta de ella y eso excitó más aún a Andrew. Entonces su boca encontró la esquina de la de ella.

– Lindsay…

Al momento siguiente ella se volvió y elevó la boca hasta la de él.

Su pasión en el establo sólo había sido un preludio de la increíble respuesta que mostró en ese momento. Se besaron lenta, sensualmente, hasta que Andrew se ahogó en emociones. En sensaciones.

No quiso pensar que las pastillas podían haber disminuido el poder de raciocinio de ella, permitiendo que la necesidad física se impusiera a la decisión consciente. Antes de que la hubieran medicado le había dicho que no había ninguna esperanza de tener un futuro juntos. Pero ahora le daba la bienvenida con una pasión desinhibida, consumida por el fuego que habían creado.

Lindsay parecía insensible a cualquier clase de dolor y susurraba su nombre una y otra vez. Andrew llevaba mucho tiempo soñando con ese momento, desde que la vio por primera vez. Pero hacer el amor con ella cuando no estaba en plena posesión de sus facultades y con tantas cosas sin resolver entre ellos iba contra su código ético particular.

Se apartó de ella y se puso en pie. Cuando la oyó gemir algo en protesta, estuvo a punto de dejar a un lado sus estúpidos principios y meterse en la cama con ella.

Agarrándose al último vestigio de autocontrol que le quedaba, retrocedió un paso. De camino hacia la puerta se detuvo para ver si ella decía su nombre. Si decía una sola palabra se quedaría con ella allí. Pero sólo oyó el silencio.

Pasaron unos momentos más mientras esperaba alguna señal de que ella no quisiera que se marchara. Cuando esa señal no llegó, se obligó a sí mismo a abandonar la habitación.

El guardaespaldas del pasillo levantó la mirada cuando vio la torturada expresión de Andrew.

– ¿Está ella bien?

Andrew asintió.

– La medicación la ha ayudado a dormir. Voy a darme un baño en la piscina antes de acostarme. Si se despierta y me necesita, allí estaré.

– Muy bien, jefe.

Capítulo 10

A eso de las cuatro y media de la madrugada, Lindsay se despertó en medio de una pesadilla. Estaba empapada de sudor frío y la almohada llena de lágrimas. Se sentó en la cama y se apartó el mojado cabello del rostro.

Había soñado con Andrew. Habían tenido una pelea terrible y él le había dado un ultimátum, lo que terminó en que los dos seguirían sus vidas por separado, perdidos para siempre el uno del otro. Los detalles del sueño le resultaban borrosos, y la mayor parte del tiempo era la voz y la imagen de su padre lo que escuchaba y veía. Su subconsciente le estaba mandando un mensaje claro, que el matrimonio con Andrew no funcionaría nunca.

Tenía que apartarse de él antes de que el daño fuera demasiado grande. Habría tenido que marcharse la tarde anterior si hubiera podido.

Aunque todavía le dolía algo la espalda, no lo hacía tanto como para impedirle moverse, así que se podría marchar de allí sin problemas. Por lo que le había dicho el ama de llaves, Andrew había mandado a uno de sus hombres a por su coche. ¿Habrían traído las llaves?

Buscó dentro de su bolso temiendo que Andrew se las hubiera quedado. Cuando sus dedos entraron en contacto con ella se sintió avergonzada por ser tan paranoica.

Se imaginó que todo el mundo debía estar dormido y sabía que los guardaespaldas no le impedirían marcharse. El único problema estaba en convencerlos de que no le dijeran nada a Andrew hasta que se hubiera marchado.

Después de hacer la cama, se metió en el cuarto de baño para prepararse y tomarse un antiinflamatorio. Al cabo de diez minutos ya estaba lista.

Antes de abandonar la habitación le escribió una nota a Andrew mientras se enjugaba las lágrimas.

Le daba las gracias por su hospitalidad y se disculpaba por los problemas que había causado. Insistía en lo que le había dicho en la sala de urgencias, que un matrimonio entre ellos nunca funcionaría y que era mejor separarse ahora, antes de que sucediera algo de lo que ambos se pudieran arrepentir. No quería que Randy se sintiera herido y le pedía a Andrew que la despidiera de él.

Cuando terminó, dobló el papel y escribió el nombre de él. Compulsivamente, besó ese lugar y colocó la nota en la esquina del espejo, donde sería vista enseguida.

Tal vez fuera eso una huida cobarde, pero ella sabía que no podía verlo otra vez. No confiaba en sí misma, no después de la forma como la había besado la noche anterior. Cuando él la tocaba le resultaba imposible pensar. Lo único que había querido entonces fue hacer el amor con él, pasar el resto de la noche juntos. Estaría tentando al destino si permitía que esa situación durara más.

Al final del oscuro pasillo había un guardaespaldas leyendo a la luz de una lámpara solitaria. Se acercó más y tragó saliva cuando se dio cuenta de quien era.

– Así que mi instinto tenía razón -dijo él fríamente.

Cuando la miró por fin, apenas reconoció a Andrew. Ella se sintió como si la tierra hubiera cambiado de rumbo de repente. Sus rasgos se habían endurecido y su expresión era completamente fría.

Un ruido detrás suya la hizo volverse. Randy estaba allí vestido con su pijama.

– ¿Qué pasa?

– Me alegro de que te hayas despertado -contestó Andrew-. Nuestra sirena está a punto de marcharse.

Randy parpadeó incrédulo, haciendo que las emociones de Lindsay se alteraran más todavía.