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– Llama a Randy ahora mismo. Píllalo desprevenido mientras Andrew no esté cerca.

Animada por la aprobación de Beth, Lindsay llamó a información de Carson City para preguntarles el número de la tienda donde trabajaba Randy. Luego llamó allí.

– Inmersiones y Demás -dijo una voz femenina.

– ¿Puedo hablar con Randy Cordell, por favor?

– Un momento. Creo que está en la piscina.

Poco después, Randy contestó.

– Randy Cordell.

A Lindsay se le secó la boca.

– ¿Randy?

– Demonios -le oyó murmurar-. ¿Lindsay?

– Sí. Por favor, no cuelgues.

– ¿Por qué iba a hacer eso?

Ella parpadeó.

– Creía que me despreciarías tanto como tu padre.

– ¿De qué demonios me estás hablando?

– Fui cruel con tu padre. Le hice mucho daño sin querer.

– Sí, ya lo sé.

Ese tranquilo comentario confirmó sus peores miedos.

– ¿Cómo está?

– Más ocupado que nunca.

Eso sospechaba.

– ¿Estuvieron allí el Gobernador Stevens y su familia?

– Sí. Troy y yo nos lo pasamos muy bien con sus hijas. Papá y él se pasaron todo el tiempo montando a caballo y hablando.

Lindsay cerró los ojos fuertemente.

– ¿Fuisteis a ese viaje a las Islas Caimán como habíais planeado?

– No. Papá me dijo que ya estaba cansado de aventuras submarinas, así que fuimos de acampada al Hidden Lake con tío Zack y Troy. En realidad, volvimos ayer mismo.

– Randy, ¿ha hablado alguna vez de mí?

– No. Ni siquiera puede ver los anuncios en los que sales tú. Hace unas semanas, en el rancho, estábamos todos viendo la televisión, y él se levantó y salió de la casa en cuanto apareciste en pantalla.

El corazón le latió tan fuertemente a Lindsay que le dolió.

– Randy, ¿sabes que tu padre me pidió que me casara con él?

– Sí. ¿Por qué lo rechazaste, Lindsay? -le preguntó él, dolido.

– Porque… porque tenía algunas cosas que arreglar antes.

– Yo podría haber jurado que lo amabas.

– Y así era. Lo amo. Más que a nada en el mundo.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

Los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez.

– No hay ninguno. Ya no.

Después de una leve pausa, Randy le preguntó:

– ¿Qué dices?

La excitación de su voz era casi palpable. La diferencia entre el tono de su voz antes y ahora, era como la noche y el día.

– Quiero casarme con él tan pronto como sea posible, si es que sigue queriéndolo. Me gustaría que fuéramos una familia.

– ¡Demonios! No estas de broma, ¿verdad?

Esos gritos de felicidad eran como una vieja música conocida.

– No, no lo estoy. Eso, ¿es bueno o malo? -bromeó.

– ¡Es fantástico!

– Salvo por una cosa. Tu padre me dijo que volviera a mi casa, que no teníamos nada más que decirnos. Tú lo oíste y sabes que lo dijo de verdad.

– Eso es porque se había enamorado de ti nada más verte cuando buceábamos en las 20.000 Leguas. No lo pudo soportar cuando lo rechazaste.

– Necesito otra oportunidad para pedirle perdón y convencerlo de que podemos vivir juntos. Permanentemente. ¿Me ayudarás?

– ¿Tú qué crees?

– Creo que te quiero mucho, Randy Cordell.

– Sí. El sentimiento es mutuo.

Capítulo 11

Cuando vio a Randy mirar por la puerta de su despacho en el edificio del Gobierno, Andrew le hizo un gesto para que entrara y siguió hablando por teléfono.

– No me importa lo que diga, Clint. Quiero ese informe sobre mi mesa a primera hora de la mañana o voy a pedir una auditoria pública. ¡Puedes estar seguro de eso!

– Menos mal que tía Alex nos ha invitado a cenar. Parece que tienes hambre -bromeó Randy después de que su padre colgara-. Apuesto a que tampoco has almorzado hoy.

– No he tenido tiempo.

Andrew se levantó y se puso la chaqueta, sabiendo muy bien que había perdido todo el interés por esas cosas desde que Lindsay había desaparecido de su vida.

– Hemos descubierto un fraude en la oficina de pensiones. Ahora que los periódicos lo han sabido, quiero ir diez pasos por delante de ellos.

– Parece algo serio. ¿Es por eso por lo que hay esa multitud delante de la entrada? He tenido problemas para entrar.

– Probablemente sean unos turistas haciéndose una foto de grupo -dijo Andrew mientras llenaba su maletín de documentos. Pensaba disparar su artillería a primera hora de la mañana.

– También hay un equipo de televisión.

Andrew miró sorprendido a Randy antes de llamar a su secretaria de prensa. Momentos más tarde, la chica entró en el despacho.

– ¿Qué está pasando ahí fuera, Judith? Randy ha visto a algunos periodistas y gente de la televisión.

– Por lo que dice Jake, hay alguien famoso de la televisión que piensa hacer unas declaraciones. Te han retado para que salgas a oírlas, pero creo que no deberías hacerlo. Es por eso por lo que he decidido no molestarte.

Andrew sonrió pícaramente.

– Me conoces mejor que eso, Judith. La prensa está esperando que oculte el escándalo de los fondos de pensiones. Creo que esto viene a eso.

– ¡Hala con ellos, papá! Nadie piensa más rápido que tú.

– Gracias por el voto de confianza, Randy.

Judith no parecía convencida.

– No sé, no me gusta.

– Dile a Jake que avise a los otros. Sea quien sea el que esté detrás de este escándalo, debe estar desesperado para organizar algo así. Bueno, estoy listo para el reto.

– ¿Por qué no dejamos que Cliff se encargue de esto?

– No. Sea quien sea el que haya venido, seamos hospitalarios y hagamos que se sienta cómodo -dijo Andrew sintiendo la adrenalina que precedía a un debate acalorado.

No había nada que le gustara más que clavar los dientes en el corazón de un conflicto. Eso le ayudaría a olvidarse por un momento de-que era un hombre con necesidades y deseos que sólo una mujer podía llenar.

– ¿Vamos ya, Randy?

– Sí. Tía Alex no se enfadará cuando descubra por qué llegamos tarde.

Andrew siguió a su hijo hasta la entrada principal. Le sorprendió la cantidad de gente que había allí, todo el jardín delantero y el camino de entrada estaban abarrotados. Alguien se había tomado mucho trabajo. Jake le hizo un gesto.

– Estamos listos cuando quiera, jefe.

– Abrid camino.

Los guardas lo hicieron y Andrew salió rodeado por sus hombres. Pero cuando vio a la voluptuosa sirena que estaba sentada en el último peldaño de arriba de las escaleras, se sintió como si se hubiera dado de bruces contra una pared invisible y agarró fuertemente el hombro de su hijo.

El ardiente sol se reflejaba en su cabello largo y rubio y en la cola de reflejos metálicos. Le estaba dando la espalda, así que no lo podía ver. Dudó que nadie de toda aquella multitud lo estuviera viendo tampoco, ya que debían de estar absortos con ella, lo mismo que él.

– Buenas tardes, señoras y caballeros de la audiencia -dijo una locutora a la cámara-. Esta noche les traemos una exclusiva especial desde la entrada de nuestra histórica Casa del Gobierno de Carson City. Recordarán que, el pasado mes de junio, nuestro gobernador, Andrew Cordell, apareció en los titulares cuando se fue a las Bahamas y se encontró a una hermosa sirena mientras buceaba con su hijo. Esta tarde, una fuente generalmente bien informada y que desea permanecer en el anonimato, nos informó que la misteriosa sirena, que se ha transformado en la sensación de todo el país al protagonizar los anuncios de una conocida marca de cosméticos, estaba aquí, delante de la Casa de Gobierno, protestando por haber sido maltratada.

Luego la locutora se agachó para acercarle el micrófono a la sirena.

– ¿Le importaría explicarle a nuestra audiencia lo que quiere decir? ¿De qué está protestando? Y ¿por qué?