– ¿Cuántos de mis votantes aquí presentes quieren ver a una ex-sirena como primera dama del estado de Nevada?
La multitud aulló y, cuando, por fin, se quedaron callados de nuevo, la periodista dijo:
– Creo que se puede decir que ha salido que sí. Gobernador…
Pero Andrew ya había hablado todo lo que pretendía. Mientras la periodista se dirigía a la cámara, Andrew se acercó a Lindsay, que tenía el rostro radiante de alegría.
Luego se inclinó y susurró:
– Pásame los brazos por el cuello, querida.
Lindsay lo hizo y él añadió:
– Ya lo has hecho, mi sirena escurridiza. Estás atrapada en tierra firme y ya no hay vuelta de hoja.
Ella lo abrazó más fuertemente como respuesta.
– Entonces, llévame a algún sitio donde podamos estar a solas y pueda quitarme la cola. Te amo, Andrew Cordell, y tengo que mostrarte lo que siento antes de que me ponga a arder.
Andrew comprendió exactamente cómo se sentía. Sus propias emociones no podían ser expresadas en palabras y necesitaban una expresión física.
La tomó en brazos y se dirigió a su despacho, mientras sus guardaespaldas lo protegían de los curiosos.
Pero incluso delante de la puerta del despacho y, haciendo caso omiso del resto del mundo, Lindsay acercó los labios a los de él y lo besó de tal manera que se le alteraron los latidos del corazón. Ansiosos el uno por el otro, se besaron con una pasión cada vez más fuerte, abandonando todas las inhibiciones. Entonces llamaron a la puerta, aunque no hicieron el menor caso.
– ¿Papá? Me fastidia interrumpir, pero ya han pasado tus cinco minutos. Recuerda nuestra regla.
– Es una regla terrible -murmuró Lindsay sin soltarlo-. ¿Quién la puso?
Andrew gimió.
– Yo. Pero se suponía que era sólo para Randy.
– ¿Papá?
– Lárgate, hijo.
– No puedo hacerlo. Es por tu propio bien. Además, tía Alex y tío Zack, además de todos los demás, incluidos unos fotógrafos de un par de periódicos, están esperando afuera para ver a Lindsay. Podría ser un poco vergonzoso si no apareces pronto. Te doy un minuto más. Y, mientras cuento, ten en mente que nos debes a Troy y a mí un viaje a las Islas Caimán. Estábamos pensando que sería un buen sitio para vuestra luna de miel.
Beth había ayudado a Lindsay a quitarse el traje de novia y ponerse uno apropiado para viajar hacía una media hora y Andrew no había aparecido todavía. Cuando su ansiedad estaba llegando al máximo, Beth se ofreció para ir a buscarlo.
Lindsay oyó por fin la profunda voz de su esposo en el pasillo y corrió hacia la puerta y la abrió.
– ¡Por fin! -exclamó-. Estaba temiendo que algo fuera mal.
Excepto su padre, ningún otro hombre había entrado hasta entonces en la habitación que su madre había decorado hacía años para los gustos de una niña pequeña. Andrew parecía algo incongruente en esa decoración.
Le abarcó el rostro entre las manos y la miró a los ojos.
– ¿Qué puede ir mal en nuestra noche de bodas?
– Yo… no lo sé. Vi que papá te llevaba aparte después de que termináramos de saludar a todos los invitados y llevo preocupada desde entonces. Zack se ha llevado al aeropuerto a Troy y Randy hace al menos veinte minutos. ¿No vamos a llegar tarde a nuestro vuelo?
El bajó la cabeza y la besó.
– No te preocupes, querida. Todavía tenemos tiempo y esto era importante. Tus padres y yo hemos tenido una conversación muy reveladora.
Eso la llenó de ansiedad.
– ¿Qué quieres decir?
– Helen y Ned querían decirme lo agradecidos que estaban por haberte convencido de que la boda se celebrara en su casa.
– Pero…
– Escucha. Han pensando que he sido yo el que te he obligado a tenerlos en cuenta para esto. Han admitido que vuestra relación no ha sido muy buena desde hace mucho tiempo. En realidad, cuando los llamamos hace un mes para decirles que nos casábamos, se imaginaron que te habían perdido por completo. Dieron por hecho que era por su culpa.
– ¿Sí? -preguntó ella, incrédulamente.
Andrew asintió y la besó en las manos.
– Cuando les dije que yo no he tenido nada que ver con la decisión de dejar que fueran ellos los que organizaran toda la boda, que había sido idea tuya y que lo hacías porque los amabas, eso les causó un verdadero efecto. Tu madre se derrumbó y tu padre se quedó… anonadado.
– ¿Papá? No me imagino a mi padre perdiendo la oportunidad de decir la última palabra.
– Está claro que te quieren y que están empezando a darse cuenta de que, si nos quieren ver a menudo y conocer a los hijos que pensamos tener, van a tener que dejarte vivir tu propia vida. Van a tener que dejar de mandarte ultimátum o te perderán de verdad. Lindsay, eso es todo un paso en la buena dirección para ellos.
– Estoy de acuerdo. Oh, Andrew… -dijo ella echándole los brazos al cuello-. Ha sido tu falta de egoísmo y tu conocimiento de la gente lo que ha producido ese cambio en ellos. ¿Cómo he podido tener la suerte de casarme con un hombre como tú?
– Yo estaba pensando eso mismo de mi nueva esposa. Aunque esperaba que comprendieras que Randy sólo estaba bromeando, él quería venir de verdad con nosotros en nuestra luna de miel. Desde que la salud de Wendie empezó a empeorar, él había perdido la confianza en la vida y en el futuro. Se llegó a sentir francamente mal. Cuando le preguntaste si le gustaría venir con nosotros a las Caimán y que se trajera a Troy, le arreglaste de nuevo la vida y creaste un sentimiento de familia. Le hiciste ver que tiene una, Lindsay. Y, cuando lo hiciste, te juro que me volví a enamorar una vez más de ti.
Entonces él sonrió y añadió:
– Pero no pienses unirte a ellos cuando buceen. Este tiempo es para nosotros. Y, por mucho que te guste nadar y bucear, tengo algo más en mente que nos va a mantener completamente ocupados. Tal vez de vez en cuando emerjamos para cenar.
Lindsay besó entonces al hombre que amaba con una pasión completamente desinhibida.
– Tal vez ni siquiera entonces, Andrew Cordell -dijo antes de besarlo otra vez-. Tal vez ni siquiera entonces.
REBECCA WINTERS