– ¿Quieres apostarte algo? Escúchame, Lindsay Marshall. Eres como una luz brillando sobre una colina. Atraes a los hombres quieras o no. Y, una vez que esos anuncios aparezcan en la televisión, dirán que eres la Esther Williams de los noventa y los contratos te lloverán. Los hombres caerán rendidos a tus pies y nunca más te volveré a ver.
Lindsay se rió.
– Tú sabes mejor que nadie que la vida de una artista de cine no me atrae en absoluto. Voy a hacer esto por dinero y así poder seguir estudiando, por nada más. Ahora no tengo tiempo para los hombres.
– Famoso epitafio -dijo Beth mientras se marchaba y tomaba luego la curva de la terminal a una velocidad que sólo los conductores de Los Ángeles podían hacer sin sufrir un accidente.
Lindsay estuvo agitando la mano hasta que el coche de su amiga se perdió de vista.
Una vez que el avión hubo despegado sacó del bolso una novela de misterio y se dispuso a disfrutar de ella. Pero el problema no resuelto con sus padres le impidió concentrarse y dejó a un lado el libro y se dedicó a mirar por la ventanilla.
Sus padres la habían estado llamando todos los días durante la semana anterior, suplicándola que no aceptara el trabajo. Sólo el día anterior por la noche su padre la había llamado para decirle que su madre estaba en la cama con una fuerte migraña, que era su forma de ejercer presión sobre ella.
Pero ninguno de sus trucos había logrado que no se fuera de la casa familiar hacía dos años y ahora se negaba a que la manipularan. Por mucho que los amara y supiera que ellos la amaban a ella, no iba a permitirlo. Deseó por enésima vez que hubieran tenido más hijos con los que compartir su atención.
El hecho de que ella era hija única los hacía más protectores que la mayoría de los padres. Pero Lindsay sabía que un muy comprensible miedo por su seguridad descansaba en la raíz de su problema. Una vez, hacía ya varios meses, les había sugerido que hablaran con un profesional acerca de sus preocupaciones, pero eso sólo había logrado enfadarlos, así que no lo volvió a mencionar más.
Hasta que tuvo once años, la vida había sido de lo más normal en el hogar de los Marshall. Luego ella salió por primera vez de acampada con un grupo de niñas y su autobús chocó con un camión en una carretera de montaña y algunas niñas terminaron en el hospital.
Ella resultó con daños en la columna vertebral y necesitó algunas operaciones y años de terapia antes de poder caminar de nuevo. Durante un largo tiempo había tenido que recibir clases particulares en casa. Si no hubiera sido por la compañía de Beth y su madre, Lindsay se habría muerto de aburrimiento y soledad.
Sus padres eran los dos unos famosos guionistas y trabajaban en casa y siempre estaban a mano para proporcionarle ánimo, lo que a menudo era una forma de sobreprotección.
Cuando el doctor dijo que debía nadar para completar la terapia, sus padres construyeron una piscina y contrataron a un entrenador y un fisioterapeuta. Sus buenas intenciones y su amor no podían ser discutidos, pero su sobreprotección tuvo su origen en ese accidente.
Cuando estuvo lista para ir al instituto ya podía caminar normalmente de nuevo y le quedaban sólo unas pocas cicatrices en la espalda que le recordaran esa horrible experiencia. Pero sus padres siguieron tratándola como si fuera una inválida de once años. No querían perderla de vista e insistieron en que fuera a un instituto cerca de su casa.
Como ella les estaba agradecida por sus atenciones y era muy consciente de que habían dado años de sus vidas para que ella recuperara el uso de sus piernas, Lindsay cumplió sus deseos. Sabiendo lo mucho que se preocupaban cuando salía con sus amigos, solía invitarlos a su casa para que estuvieran contentos.
Pero cuando Greg Porter apareció en escena, ella vio la situación como realmente era. La había invitado a pasar unas vacaciones con él y su familia en su casa de la playa en La Joya. Sus padres se mostraron muy insistentes al negarse a que fuera, diciéndole que, a no ser que estuvieran comprometidos, aquello estaba fuera de discusión. Ni siquiera los padres de Greg lograron convencerlos.
En vez de desafiar a sus padres, algo que nunca antes había hecho, Lindsay tuvo que rechazar la invitación de Greg. Él encontró a otra y así empezó una forma de comportamiento paterno que continuó hasta que ella se graduó en biología. Y coleccionó toda una serie de abortadas relaciones sentimentales.
Mirando hacia atrás, se daba perfecta cuenta de que habían sido saboteadas por sus padres.
Cuando ellos se negaron categóricamente a dejarla que fuera a la escuela de posgraduados a que estudiara biología marina, Lindsay se lo contó a su mejor amiga, Beth. Estaba en tratamiento para ayudarla a superar el cuarto matrimonio de su madre, una famosa actriz y mujer insegura a la que Lindsay quería mucho. La respuesta de Beth fue decirle que sus padres eran «disfuncionales» y que necesitaban ayuda psiquiátrica.
Al principio ella no quiso oírlo e, incluso, se enfadó con Beth. Pero con el tiempo se dio cuenta de que su amiga tenía razón. Fue entonces cuando empezó a trabajar a tiempo parcial como profesora de natación para niños para pagarse unas sesiones con un buen psiquiatra.
Cuatro meses de terapia transformaron su mundo y, aunque no pudo hacer nada con respecto a los miedos de sus padres, sí pudo ayudarse a sí misma. Utilizando la estrategia diseñada por el psiquiatra, Lindsay fue por fin capaz de romper. Se encontró a sí misma en un apartamento de Santa Mónica, cerca de la playa, donde podía nadar a diario y recibir clases de buceo para sacarse el título.
Vivir en Santa Mónica le había dado espacio, aunque seguía estando suficientemente cerca de Bel Air para que sus padres tuvieran la impresión de que no los había abandonado.
Ellos la dejaron sin dinero inmediatamente, esperando que, cuando se quedara sin nada, volvería a casa. Pero estar a sus expensas fue una experiencia liberadora para Lindsay. Dejó a un lado temporalmente sus planes de seguir estudiando y empezó a trabajar a tiempo completo en el club como monitora de natación y socorrista para mantenerse. Cuando creció su reputación como entrenadora de niños con discapacidades, pudo dar más clases, lo que le permitió aumentar sus ingresos. Vivía decentemente y se permitía ahorrar una cierta cantidad todos los meses.
Lo mejor de todo era que estaba libre para cometer sus propios errores y tomar sus propias decisiones. Cuando sus padres se dieron cuenta de que sus tácticas no estaban funcionando, se volvieron más manipuladores, jugando con su posible sentimiento de culpa. La llamada de su padre la noche anterior había sido de lo más típico. Pero Lindsay llevaba viviendo sola el tiempo suficiente y estaba demasiado excitada por la perspectiva de viajar al Caribe como para dejarse convencer por sus argumentos.
Lo único que podía hacer era seguir amándolos y seguir en contacto con ellos todo lo que le fuera posible. Tal vez, con el tiempo, superaran sus miedos obsesivos.
Salvo para sus padres, toda la gente que ella conocía y, sobre todo Beth, pensaba que trabajar como bióloga marina era una gran idea. Beth le había predicho que, al final, terminaría casándose con un biólogo marino como ella misma y viviendo una vida de reclusión en algún lugar remoto del mundo.
Pero un marido era lo último que Lindsay tenía en la cabeza. No tenía ninguna intención de colocarse a sí misma en una posición en la que podía ser controlada o manipulada, sobre todo cuando seguía peleando con ese problema con sus padres. Su libertad lo significaba todo.
Capítulo 2
Hey, papá, ¿qué te parece si buceamos un poco más en las 20.000 Leguas antes de volver a la casa a cenar? Quiero ver si puedo hacer unas fotos de ese angelote que vimos hace un par de días.
Esa sería la tercera inmersión del día. Ya habían visitado el Cessna Wreck y los Bon Wrecks, donde habían sido filmadas algunas películas de James Bond. Aun así, Randy nunca tenía bastante y, si había que decir la verdad, tampoco Andrew.