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– Está el Graycliff, en West Hill Street, sobre todo si les gusta el pescado.

– ¿Qué te parece, Randy?

– Me parece bien -dijo su hijo sin su entusiasmo habitual.

– ¿Encontraste el angelote? -le preguntó Andrew tratando de animarlo.

Tenía que hablar con él de lo que le había pasado, pero era necesario que estuvieran completamente a solas. Y no antes de que encontrara una explicación racional para lo que había visto.

– No -respondió Pokey-. Hemos visto algunas cosas mejores, ¿no?

Luego se pusieron a hablar de la raya leopardo.

Cuando llegaron a la orilla, el escolta que Andrew había dejado en el muelle los estaba esperando con el coche blindado. Andrew le dio las gracias a Pokey y al piloto por el maravilloso día y les dijo que los llamaría por la mañana cuando supieran lo que iban a hacer.

¡Pero en ese momento sólo podía pensar en ver lo que había en el vídeo!

Nada más entrar en la mansión, Randy desapareció taciturno después de decirle a su padre que se iba a dar una ducha.

Aliviado por quedarse solo, Andrew se dirigió directamente a su habitación, donde tenía televisión con vídeo.

Se sentó delante y empezó a pasar la cinta.

Las tomas eran bastante buenas, pero prefirió verlas detalladamente más tarde, así que hizo avanzar la cinta hasta casi el final.

Vio a Randy con la raya y, según avanzaba la cinta, Andrew empezó a sudar a la vez que se le aceleraba el corazón. De repente, ¡allí estaba ella! Se puso en pie de un salto.

– ¡Sí! -gritó con tanta fuerza que los guardaespaldas abrieron de golpe la puerta como si se esperaran problemas-. Sólo estoy viendo el vídeo -dijo Andrew riéndose.

Tan pronto como volvieron a cerrar la puerta, Andrew se arrodilló delante de la pantalla y volvió a pasar la cinta. En un momento dado, apretó el botón de pausa y miró largamente.

Era exquisita, una encantadora deidad marina cuyo rubio cabello flotaba a su alrededor como una nube. Evidentemente, su presencia la había asustado. Tenía los hermosos ojos color amatista muy abiertos. Eran de un color tan exótico como los bancos de peces fluorescentes. Su boca con forma de corazón formaba una pequeña O, haciendo que una burbuja de aire se le escapara.

Bajó la mirada y recorrió con ella su voluptuoso cuerpo hasta llegar a las caderas. Si la hubiera llegado a tocar, sus dedos habrían acariciado una cálida piel, pero de pescado.

El pulso de Andrew era un caos. ¿Estaba perdiendo la cabeza? Nunca antes había respondido de esa forma ante una mujer. Ni siquiera cuando conoció a Wendy. ¿Qué le estaba pasando?

Después de respirar profundamente varias veces para tranquilizarse, soltó el botón de pausa y la escena continuó. Se veía ahora claramente la cola de sirena. Deseó poder pasar las manos por la pantalla y agarrar esas caderas antes de que desaparecieran en el azul. Y deseó…

– ¡Papá! ¡No te has duchado todavía!

La voz de Randy lo hizo volver a la realidad. Se puso en pie y trató de controlar los frenéticos latidos de su corazón. Volvió atrás la cinta para darse tiempo de recuperarse.

– No podía esperar a ver lo que había grabado hoy.

Randy se acercó.

– ¿Estás bien?

– Más que bien -murmuró Andrew y luego se volvió hacia su hijo.

Randy lo miró fijamente.

– ¿Papá? ¿Estás bien?

– Claro. ¿Por qué no lo iba a estar?

– No lo sé. Desde que saliste a la superficie pareces… distinto.

Andrew sonrió lentamente.

– Hijo, ¿tú crees en las sirenas?

Randy se echó a reír.

– ¿Sirenas?

– Ya sabes a lo que me refiero. Esos seres fantásticos mitad mujer, mitad pez que llevan a los marinos a su perdición.

– Sí. Son demasiado hermosas para ser reales.

Andrew se cruzó de brazos.

– ¿Quieres hacer una apuesta?

Randy pareció extrañado.

– Papá, lo que dices no tiene sentido.

– Entonces, tal vez esto te pueda aclarar las ideas. Quédate donde estás.

Andrew volvió a pasar la cinta. Randy hizo algunos sonidos de excitación cuando se vio a sí mismo y a Pokey detrás de la raya. Pero en el momento en que la sirena apareció en pantalla, se quedó como hipnotizado.

– ¡Cielos…!

Cuando desapareció, Andrew apretó el botón de parada y su mirada se encontró con la de su hijo en una comunicación silenciosa.

– No me creo lo que acabo de ver -susurró Randy-. Papá, es más que hermosa, es…

Luego pareció estar buscando la palabra adecuada mientras gesticulaba con las manos.

Andrew sonrió y asintió.

– Lo sé. Ahora tal vez comprendas lo que impidió que os siguiera a la superficie. Pensé que estaba alucinando.

– ¡Déjame verla otra vez!

Randy tomo el mando y, como su padre, apretó el botón de pausa cuando el rostro de la sirena apareció de nuevo en pantalla, entonces silbó.

– No me extraña que tardaras tanto. Si hubiera estado en tu lugar habría dejado hasta de respirar y ahora estaría muerto.

Andrew se colocó detrás de su hijo para mirar.

– Dudé en contaros la verdad hasta que pudiera ver esta cinta porque tenía miedo de que no me fuerais a creer. Y, para ser sincero, me preocupaba que me estuviera pasando algo malo.

Me gustaría seguir con el negocio de las ventas por correo. Con un póster de ella, Troy y yo nos haríamos millonarios. ¡Espera a que sepa esto!

Andrew se rió.

– Papá, ¿qué crees que es? ¿Y qué supones que estaría haciendo ahí abajo vestida así y sin equipo de buceo?

– No lo sé. Pero lo voy a descubrir.

Randy lo miró intrigado.

– ¿Sí?

– Sí. ¿Me culparías por hacerlo?

– Demonios, no. ¡Sólo me gustaría haberla visto yo antes!

– Bueno, pues no lo hiciste, así que mantén apartadas las manos.

– Esa es una interesante elección de palabras, papá. ¡Cielos, todavía hay algo de vida en el viejo!

Andrew volvió a reírse.

– ¿Recuerdas lo que nos dijo Bruce acerca de las recuperaciones?

Randy asintió.

– Claro. Lo que encontremos es nuestro. Pero yo no la describiría a ella exactamente como una recuperación, papá.

– Oh, no lo sé -dijo Andrew mientras apagaba el vídeo-. Yo la encontré bajo el agua, libre y contenta. Llevármela no constituye un daño al medio ambiente. Y bien puede valer una fortuna. ¿Quién lo sabe? De hecho, yo no lo sabré hasta que no la examine de cerca.

– Papá… ¡Se te ha ido la cabeza con ella! No me lo creo. ¡Mi propio padre!

Andrew puso los brazos en jarras.

– ¿Cómo te imaginas que fuiste concebido tú?

– Si esta es tu forma de darme un curso de recuerdo sobre educación sexual, llegas por lo menos cinco años tarde. ¿Qué vas a hacer para encontrarla?

– Pokey sabe todo lo que pasa en estas aguas. Lo llamaré después de que volvamos de cenar. Espero que entonces esté en su casa o tendré que esperar a mañana.

– Eso significa que te vas a pasar despierto toda la noche dando vueltas en la cama y que no podrás bucear bien mañana. ¿Por qué no nos quedamos en casa y así podrás hablar con él? Voy a pedir una pizza y alquilaré una película de vídeo. Realmente estoy bastante cansado. No me importaría nada relajarme aquí.

– Sé que estás mintiendo como un bellaco para complacer a tu viejo. Pero dadas las circunstancias, voy a aceptar tu oferta.

Randy se rió y agitó la cabeza.

– Ahora sé por qué me volví loco con la foto de tía Alex la primera vez que la vi. Ya sabes lo que se dice: De tal palo, tal astilla.

– Sí, parece que es cosa de familia.

– Sí, y tío Zack es el peor. ¿Sabes que guardó todos esos pósters de tía Alex en su habitación después de quitármelos a mí? No los destruyó como habíamos pensado.

– Estás de broma. ¿Lo sabes con seguridad?

– Su ama de llaves me lo dijo. Yolanda los vio cuando estaba limpiando su habitación. Fue entonces cuando se imaginó que iban a casarse pronto. ¿No sería curioso que tú terminaras casándote con tu chica misteriosa? Ya veo los titulares: El Gobernador hace Primera Dama a una sirena.