– Sal de aquí ahora mismo, y no vuelvas sin una gran pizza para mí. Con todo menos anchoas.
Silbando desentonado, Andrew buscó el teléfono de Pokey entre sus papeles. Lo llamó a la tienda de cosas de bucear y allí le dijeron que seguía en el barco, pero que esperaban que volviera pronto. Le dejó un mensaje diciéndole que lo llamara urgentemente.
No tenía ni idea de cuanto iba a tener que esperar, así que se dejó la puerta del cuarto de baño abierta mientras se daba una ducha rápida. Justo cuando salió, todavía húmedo, el teléfono empezó a sonar, se envolvió las caderas con una toalla y fue a contestar. Del otro lado le llegó la voz de Pokey.
– Brian me ha dicho que lo llame, Gobernador. Tiene alguna pregunta acerca de las inmersiones de mañana?
– No. Tengo algo más en mente y necesito de su ayuda.
Sin desperdiciar palabras le contó lo de la sirena y le preguntó si él sabía algo.
– Por aquí pasan muchos equipos de cine para hacer películas y anuncios. Sé que 20.000 Leguas va a ser el escenario de un grupo que va a llegar el lunes. Filmarán escenas submarinas durante una semana, parece que para unos anuncios de televisión. Luego pasarán otra semana en Thunderball Reef. Lo avisaron con antelación en la tienda para que mantuviéramos tan apartados como fuera posible a los buceadores. Tal vez la chica que vio estuviera ensayando su papel. Seguramente se imagino que, a una hora tan tardía, no habría nadie más por allí. Ahora que lo pienso, había otro barco marchándose de allí cuando emergí con Randy.
– ¿Podía ser uno de los suyos?
– No. Pero puedo ver de quien es. Podré darle algo de información dentro de una o dos horas.
– Si me pudiera dar el nombre y la dirección de esa chica recibirá una gratificación extra con sus honorarios.
– Haré lo que pueda. ¿Se va a quedar algún tiempo más en casa?
– Vamos a cenar aquí después de todo. Llame cuando quiera. Y, Pokey… recuerde que esto es estrictamente confidencial.
– No se preocupe. En este negocio hay que saber mantener los secretos.
– Gracias.
Cuando colgó volvió al cuarto de baño para terminar de secarse.
Luego se sentó de nuevo delante de la televisión y volvió a ver el vídeo, de principio a fin, cada vez más enamorado de la visión de la sirena. Lo repitió mientras trataba de imaginarse cómo iba a poder encontrar a esa mujer. Aquello era un sentimiento que iba más allá de la simple atracción.
– ¡Aja! ¡Te he pillado con las manos en la masa! Cielo Santo, papá, sí que te ha dado fuerte -dijo Randy desde la puerta-. Por si te interesa, aquí tengo ya la comida.
Randy lo dejó todo sobre la mesa y añadió:
– Las películas eran muy malas, pero he traído una que sé que te gustará.
– Si es Abismo de nuevo, paso.
– Caliente.
– Lo mismo si es Tiburón, sea cual sea el número.
– Más caliente todavía.
– ¿Veinte mil Leguas de viaje submarino? La vimos antes de venir aquí.
– No. Ésta te garantizo que no la has visto antes. Siéntate y disfruta.
Randy sacó la otra cinta y puso la que había alquilado. Luego los dos se sentaron y empezaron a comer.
En el mismo momento en que Andrew vio los títulos, se echó a reír y Randy sonrió.
– Si me prometes no decírselo a nadie, te diré que vi La Sirenita con Steve mientras cuidábamos de su hermana pequeña. Para ser de dibujos animados, está realmente bien.
Siguieron así la hora siguiente y a Andrew no le resultó nada extraño comprender la sorpresa del príncipe cuando se encontró con la sirena.
El teléfono sonó cuando el príncipe estaba a punto de besar a la chica. Era Pokey.
– Está de suerte, Gobernador. Don, uno de los jefes de buceo del oeste de la isla se ha pasado la mayor parte de la semana con su sirena. Se llama Lindsay Marshall. Tiene veintiséis años, soltera y vive en Santa Mónica, California. Va a hacer el anuncio del que le hablé, el que se va a rodar la semana que viene. Es para una nueva línea de productos de cosmética hecho de cosas como algas y demás. Lo llaman Belleza del Mar.
– ¿Dónde se aloja? -preguntó Andrew tratando de que no se le notara la excitación.
– Todos los que tienen algo que ver con el anuncio se están quedando en el Black Coral Marina Hotel, en la zona occidental de la isla. Aparentemente, ella practica el buceo a pulmón libre en Thunderball Reef a las seis y media de la mañana y luego a las cinco de la tarde en 20.000 Leguas. Entre medias va a distintos lugares. Don me ha dicho que es realmente buena buceando.
Andrew no dejaba de pasear por la habitación mientras hablaba.
– ¿Sabe dónde va a bucear mañana?
– Sí. Si el tiempo lo permite va a ir con un grupo a The Buoy y, si no es así, estará practicando en Thunderball.
Andrew frunció el ceño.
– The Buoy, ¿no está infestado de tiburones?
El pensamiento de lo que podía hacer un mordisco de esos animales en ella lo hizo estremecerse.
– Esa es la idea, pero es suficientemente seguro. Nadie ha perdido nada allí, todavía.
Dejándose llevar por un impulso, Andrew le preguntó:
– ¿Podría yo bucear con ellos?
– Mire. No se lo tome a mal, Gobernador. Lo está haciendo bien, pero todavía es un novato y debería tener al menos un año de experiencia antes de intentar una inmersión como esa.
– Tiene razón. Entonces, ¿qué sugiere que hagamos mañana?
– Podíamos ir a Porpoise Pens. Es una inmersión de cerca de treinta metros entre corales negros y esponjas gigantes. Le gustará. Y luego a Runway. Está llena de mantas rayas de más de dos metros de envergadura.
– Me parece muy bien. Luego Randy y yo queremos volver a 20.000 Leguas.
– Naturalmente -dijo Pokey de buen humor.
– ¿Cómo ha conseguido toda esa información sin que se sospeche que era yo el interesado?
– No ha sido difícil. Desde mi divorcio he estado saliendo con un buen número de chicas y Don lo sabe. Ha dado por hecho que la he visto en alguna parte y preguntaba por mi propio interés, si no, no me habría dicho una palabra. El también tiene que pensar en la reputación de su negocio. Pero nos ayudamos de vez en cuando, para que se haga a la idea.
– Me la hago, y se lo agradezco mucho. Me ha hecho un gran favor y no lo olvidaré. Gracias, Pokey.
– Encantado de haberle ayudado. Los veré en el muelle a las nueve, como siempre.
– Allí estaremos.
Andrew colgó. Así que su sirena ahora tenía un nombre y casi una dirección en California. Pero quería saber más. Ese era un trabajo para su investigador privado, Bud Atkins. Le echó una mirada a Randy, que seguía viendo la película completamente absorto, y volvió a levantar el auricular.
Capítulo 3
Lindsay estaba semitumbada en el suelo del barco. El sol de la tarde le brillaba en los ojos mientras luchaba por ponerse el disfraz de sirena que llevaba cuando se entrenaba allí. Por fin, conteniendo la respiración, pudo cerrar la cremallera hasta la cintura.
Cuando vio que Don y Ken sonreían, les dijo:
– Ya me gustaría veros tratando de poneros esto.
– No, no. Estamos muy contentos viéndote. ¿No es así, Ken? Dinos cuando estés lista para que te tiremos por la borda.
– Sólo tengo que deshacerme la coleta.
Luego ella se dejó el cabello libre que le llegó hasta la cintura cuando se puso en pie.
– Siento que me tengáis que tirar como un atún muerto. Me siento absolutamente estúpida con esto.
– Esa no es forma de hablar para una sirena -dijo Ken bromeando-. No nos perderíamos esto por nada en el mundo, ¿no, Don?