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– Por nada -respondió su hermano tomando a Lindsay en sus brazos como si no pesara nada-. Tengo un pedazo de semimujer aquí.

– ¡Oh, dejadlo ya! -dijo ella riéndose.

Pero su sonrisa se esfumó cuando vio otro barco de buceadores a lo lejos.

– Don, ¿no es ese el mismo barco que estaba aquí ayer?

– Parece. ¿Qué crees tú, Ken?

– No creo. Ese buceador que te filmó ayer no te molestó, ¿verdad?

Ella agitó la cabeza.

– En realidad, no. Puede que esto parezca tonto, pero me sentí como si mi intimidad hubiera sido invadida.

Los dos hombres se rieron y Don dijo:

– Querida, muy pronto tu imagen va a estar en todas las televisiones. Tendrás mucho más público que eso.

– Lo sé, pero… Todavía estoy practicando y… supongo que fue el susto. Creí que estaba sola hasta que él apareció. Además, me daba vergüenza, mi ropa habitual es mucho menos reveladora que esto.

– Y ¿qué hay de malo en proporcionarle a ese buceador un ataque al corazón? -preguntó Ken mientras bajaba al agua un tubo con boquilla unido a un compresor.

Era lo suficientemente largo como para que llegara hasta el fondo, así que ella se podía agarrar a él o tomar aire si lo necesitaba.

– Vino aquí en busca de emociones y tú le diste una. Probablemente se volverá a su casa y les enseñará a sus amigos el vídeo. Luego, cuando te vea en la televisión, podrá fanfarronear con que te vio entrenando.

– Será bueno para el negocio -intervino Don-. Muy pronto tendremos esto lleno de buceadores que vendrán a ver a la exótica sirena.

– Sois imposibles -dijo ella sonriendo-. Bueno, estoy lista.

– Recuerda que tienes que nadar entre las marcas de colores bajo el agua y quiero que emerjas cada seis minutos sin fallar. Sube inmediatamente si te encuentras demasiado cansada.

– Le haré.

Lindsay tomó aire antes de caer al agua. Utilizando lo que se llama la patada del delfín bajó rápidamente hasta los siete metros y luego empezó a realizar los movimientos que había creado el coreógrafo.

Con la práctica, todo aquello le estaba resultando cada vez más fácil, pero todavía tenía problemas cuando los canales se estrechaban, así que trataba de permanecer en los más anchos. Las marcas de colores le facilitaban la orientación.

Después de tomar un poco de aire del tubo siguió con las prácticas.

A pesar de lo cansado de los ejercicios, tenía que sonreír y mantener los ojos abiertos. Al principio le resultaba difícil concentrarse, entre tanto brillante pez tropical. Pero había aprendido a auto disciplinarse. Era importante que aquello fuera de lo más natural posible cuando fueran a filmar el anuncio.

A las cinco y media emergió a la superficie, le hizo una señal de que todo iba bien a Don y volvió a bajar. Pero cuando iba a empezar con otros ejercicios vio a un buceador observándola desde unos diez metros.

No llevaba cámara, pero su figura alta y bien proporcionada, así como su cabello rubio le parecieron conocidos, lo mismo que el traje de neopreno negro y rosa. Era el hombre que la había filmado el día anterior. El corazón se le aceleró.

No importaba lo que le hubieran dicho Don y Ken, le irritaba saber que el buceador había ido allí a propósito, aunque esta vez no llevara la cámara. Nadó hacia el tubo de aire y se dio cuenta de que él la seguía a una discreta distancia.

Tan pronto como hubo respirado lo suficiente, se metió en un corredor estrecho, pensando que él no podría seguirla allí, pero cuando miró atrás, allí estaba. No podía ver su rostro, escondido tras la máscara, eso le hacía parecer más siniestro. Lindsay se sintió como si la estuviera acosando, como los tiburones entre los que había estado anteriormente, y con su misma precisión implacable.

¿Qué quería?

Había oído muchas historias de las estrellas de cine del club acerca de los fanáticos que no podían dejar en paz a sus ídolos, así que no podía permitirse ignorar el interés que despertaba en ese buceador. Decidió nadar a toda velocidad hacia la superficie para librarse de él, pero para su horror, no pudo moverse.

Cuando miró hacia abajo, vio que la cola se le había enganchado en un lío de sedales de pesca, uno de los mayores peligros para un buceador, y sintió un primer destello de pánico.

Dentro de menos de un minuto necesitaría más aire. Por mucho que lo intentó, la aleta no se soltó. Y ya no tenía el barco encima, así que Don no podía ver que tenía problemas. En su apresuramiento por apartarse del desconocido, se había alejado.

Actuando sólo por instinto de supervivencia, tiró de la cremallera, de esa forma podría librarse del vestido. Pero la cremallera se enganchó con la tela.

Fue como en las historias que había oído de supervivientes que casi se habían ahogado. Toda su vida le pasó por delante. Siguió luchando contra la cremallera, pero fue inútil. No podía soltarse. De repente, el buceador se le acercó, asustándola tanto que estuvo a punto de desmayarse.

Al momento siguiente, unas fuertes manos le apartaron las suyas y rompieron la tela de la cola, permitiendo que sacara las piernas. Nadó a toda prisa hacia la superficie y, cuando notó que su rostro salía del agua, se llenó los pulmones de aire.

El barco estuvo inmediatamente a su lado y Don la sacó del agua.

– ¿Dónde está el vestido? ¿Cómo es que te has salido de las marcas?

– Te, lo diré en cuanto recupere la respiración. Por favor? -le dijo a Ken-. No quiero seguir aquí. Llevadme al hotel.

– Claro.

Don sacó el tubo de aire del agua mientras Ken arrancaba el motor y luego se dirigieron a toda velocidad hacia la costa. A pesar de que el buceador la había liberado de su trampa mortal, había algo enervante en la forma en que había vuelto por ella y no quería volver a verlo más.

– ¿Puedes contarnos ahora qué ha pasado?

Ella les contó todo entonces.

– Parece que ese hombre te ha salvado la vida.

El enfado la hizo responder entonces:

– Si no hubiera estado allí, siguiéndome, no me habría enredado nunca con esos sedales.

– Querida, siento que te haya asustado. Pero un sedal es algo que no se ve hasta que es demasiado tarde No fue ni su culpa ni la tuya el que te enredaras Agradezcamos que haya vuelto hoy para verte practicar, si no te habrías visto en un verdadero problema antes de que yo pudiera hacer nada por ti.

Una vez en el muelle, Don le dijo:

– Tan pronto como te dejemos en el hotel, volveré a por tu traje. Estoy seguro de que podrá ser reparado a tiempo para tus prácticas de mañana.

– Gracias, Don. No te olvides de incluir las horas extras en tu minuta. Como ya sabes, no vamos a volver a 20.000 Leguas hasta que no empecemos la filmación el lunes, así que podré seguir practicando en Thunderball. Y, contrariamente a lo que dije al principio, quiero que estés en el agua conmigo para alejar a cualquier psicópata.

– Por supuesto. Pero, ¿no es un poco fuerte llamar psicópata a ese tipo? Probablemente sólo quería verte bien. Eres una chica muy guapa, Lindsay. Un hombre tendría que ser ciego para que no le interesaras.

– Gracias por el cumplido. Pero ese hombre era diferente de alguna manera. Es fuerte y sus acciones parecían… premeditadas, si se puede decir. Oh, no sé.

Entonces se tapó la cara con las manos. La imagen del buceador rubio, la forma en que se había hecho cargo de la situación en la misma crisis que él había precipitado, le vino a la mente y se estremeció.

– No me gusta la idea de que me tenga grabada en una cinta. La madre de mi mejor amiga es actriz, y una vez se vio acosada por un admirador masculino. Fue una época horrible para ella y su familia.

Don asintió.

– Te diré una cosa. Cuando bucees mañana voy a estar en el agua contigo. Si Ken o yo vemos a alguien cerca que se aproxime a la descripción de ese hombre, se lo diremos a los guardacostas, que lo detendrán y comprobarán, así que ya no tendrás que preocuparte más por él.