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– Hola, Duke.

– Jake, compañero, ¿cómo estás? -le dijo Duke Russell, su buen amigo y compañero, tras ponerse de pie para darle una fuerte palmada en la espalda.

– Tirando -susurró él, conteniéndose para no hacer un gesto de dolor-. ¿Hay alguna noticia sobre Ramírez? -añadió. Duke y Steve Vickers eran los que le estaban suministrando la información.

– ¿Podemos mantener esto entre nosotros?

– ¿Acaso no ha sido siempre así?

– Sí. Nada ha cambiado. Como te he dicho antes, Ramírez abandonó el tribunal y, según todos los indicios, está llevando una vida limpia, aunque algo desaseada.

– ¡Maldita sea! -exclamó Jake, tras meterse en la boca un caramelo de menta de una cajita que Duke tenía encima de la mesa-. Es imposible que Ramírez esté limpio para siempre. Su novia afirma que no lo ha visto.

– Estás de baja y ya te dije que Vickers se ocuparía de esa tipa cuando saliera a patrullar. Se supone que tú debes estar coordinando este asunto desde casa. ¿Por qué diablos has tenido que ir a hablar con la novia de Ramírez? El teniente pedirá tu cabeza si se entera.

– ¿Y qué diablos me puede hacer? ¿Expulsarme del cuerpo? -le espetó Jake. Aquello no le importaba, ya que él mismo estaba pensando en dejarlo. Lo único que no iba a dejar era aquel caso mientras Ramírez estuviera andando por las calles, libre para vender drogas a los niños y matar a hombres buenos.

– ¡Lowell!

Aquel rugido retumbó por toda la sala. El mal humor del teniente intimidaba a muchos de los oficiales más jóvenes, pero no a Jake. Al teniente Thompson no le gustaba el estilo de Jake, pero mientras no cruzara la línea, el teniente le daba vía libre. Cada uno respetaba las fronteras del otro.

Sin embargo, la herida de Jake había puesto a prueba a los dos hombres. Thompson quería volver a disponer de su detective y Jake quería tomarse su tiempo. Eran terrenos completamente opuestos, sin posibilidad de reconciliarse.

De repente, Jake se dio cuenta de que Brianne iba a facilitarle mucho aquella labor. Había creído al principio que ella no le causaría más que problemas, pero la joven acababa de darle un medio de mantener a Thompson contento y de así poder concederse más tiempo. No le había dicho al teniente que estaba haciendo fisioterapia porque Thompson conocía a Alfonse, su fisioterapeuta, y éste no sabría mentir si el policía lo interrogaba. Sin embargo, si alguien hablaba con Brianne, ella no tendría más que contar la verdad… que Jake era una persona muy difícil y que avanzaba muy lentamente.

Jake se levantó de la silla y se dio la vuelta.

– Buenas tardes, teniente.

– Creo que te dije que no quería volver a verte por aquí a menos que empezaras la rehabilitación.

– No podrá decir nunca que no obedezco sus órdenes, teniente.

– Ya me gustaría poder decir eso.

– No estoy de broma. Me he buscado mi propia fisioterapeuta, aunque tardaré un tiempo en volver a estar en forma.

Thompson entornó los ojos. Sus sospechas eran evidentes.

– No te voy a preguntar lo que te ha hecho cambiar de opinión. Y espero que tú, Duke, no estés contándole secretos del departamento.

– No, aunque no es que Jake sea un desconocido -replicó Duke.

– Ahora lo es. Al menos, hasta que recupere su forma física y vuelva a aparecer por aquí. Jake se echó a reír.

– Me encanta que habléis de mí como si yo no estuviera en esta sala -dijo.

– Cállate la boca, Lowell -le espetó su teniente. Al oír aquello, Jake se encogió de hombros y se dirigió a la puerta-. ¿Dónde vas?

– A algún sitio en el que no me oiga hablar, teniente -replicó Jake, aunque con la debida cantidad de respeto en su tono de voz. A pesar de todo, sentía simpatía por su superior.

– Te oigo hasta en sueños -musitó Thompson.

Entonces, Jake se echó a reír y volvió a salir al vestíbulo.

Una vez allí, se detuvo un momento para analizar lo que sabía hasta entonces. El canalla de Ramírez estaba moviéndose dentro de los límites de la legalidad hasta que se imaginara que ya no estaba bajo vigilancia policial. Aunque podría ser que el teniente Thompson no supiera que Jake andaba husmeando, al menos sabía ya que estaba cooperando con el tema de la fisioterapia y sabía que no sería demasiado duro con él si se enteraba de que estaba husmeando donde no debía. Además, con su terapeuta a domicilio en el hospital de nueve a cinco, Jake tenía todo el día libre para progresar en la investigación.

Y las noches libres para Brianne.

Brianne se tropezó con el cordón de su zapato y se detuvo ante el edificio que albergaba el lujoso apartamento de Rina. Jimmy la había ayudado a trasladarse el día anterior y, para su sorpresa, casi no había visto a Jake. Le había mostrado su habitación, le había dicho que se sintiera como en su casa y luego la había dejado a solas para que se instalara con la excusa de que tenía una cita. Brianne agradecía el aprecio y el respeto que él le había demostrado para que se aclimatara a su nueva residencia. Cuando Jake estaba presente, el apartamento se hacía más pequeño y parecía no haber suficiente aire para respirar.

Mientras se arrodillaba para atarse el zapato, una húmeda brisa empezó a soplar en la noche, similar a la que la noche anterior le había impedido dormir. Como el aire acondicionado del apartamento era frío e incómodo había esperado que el aire más familiar de la calle la ayudara a relajarse. Sin embargo, había seguido dando vueltas en la cama a causa de un calor que no tenía nada que ver con que Norton estuviera tumbado a su lado o con la temperatura exterior.

Se tomó más tiempo del necesario para evitar tener que regresar a su «casa», pero al final no le quedó elección. Se incorporó y, tras estirarse el uniforme verde del hospital, respiró profundamente para tomar fuerzas y enfrentarse a Jake. Deliberadamente no se había cambiado después de trabajar esperando que, cuanto más profesional pareciera, más profesionalmente se comportaría. Incluso si Jake volvía a empezar con sus juegos de seducción, pensaba mantener las distancias. Sabía que le costaría mucho, pero lucharía por ello.

Era consciente de que si cedía a los poderes de seducción de Jake, si sucumbía a un hombre que valoraba tanto el peligro y el riesgo, no podría ser nada más que para un breve romance y Brianne no se dejaba llevar por relaciones sin sentido alguno. Había aprendido hacía mucho tiempo que con ellas no se conseguía aliviar la soledad y, dada la fuerza de la atracción que había entre Jake y ella, dejarse llevar por el deseo sólo podría romperle el corazón.

Brianne Nelson. «Un bello nombre para una bella dama», pensó Louis, un nombre que no le había costado mucho sacarle a las camareras del elegante café al que le gustaba acudir al detective Lowell. A Louis Ramírez no le sorprendía que un hombre como Lowell hubiera desarrollado un cierto interés por una mujer como aquélla. Cualquier hombre bien plantado se volvería para mirarla. Y allí estaba, agachada, anudándose el cordón de los zapatos, dándole una buena visión de su esbelta cintura y de su redondeado trasero. Era una pena que sintiera cierto interés por el detective.

Aquel maldito policía se creía muy listo, pero él lo había derrotado. Lowell no había sido lo suficientemente listo como para saber reconocer una trampa. Había resultado herido y no había podido sacar fuerzas para leerle sus derechos ni hacer que pasara mucho tiempo en la cárcel. A Louis le encantaba la evidente frustración del policía sobre el hecho de que nadie de la ciudad de Nueva York pudiera decir que él no era un hombre limpio. Sin embargo, hablar con su novia había sido llevar las cosas demasiado lejos. Demasiado personal.

Pensó que lo de demasiado personal podría ir en ambas direcciones. Observó cómo Brianne Nelson entraba en el edificio y se identificaba en el mostrador de seguridad. Menudo sitio para que viviera un policía.