A pesar de todo, cuando terminó de recoger la basura y se volvió para mirar a Jake, Brianne parecía más tranquila que él en aquel momento.
– ¿Estás listo para trabajar? -le preguntó.
«Profesional», pensó él. Sin embargo, nada podía borrar ya la confianza que habían compartido o que el calor había generado. A pesar de todo, Jake recordó que ella estaba allí para realizar un trabajo y que debería permitirle que lo hiciera.
– ¿Estás lista para tratar de convencerme? -le preguntó, con una pícara sonrisa-. Hace una noche muy hermosa. ¿Quieres ir a ver las estrellas?
– Es un intento patético.
– No hablaba en broma. El jacuzzi está fuera… Bajo las estrellas.
Aunque Brianne se sonrojó vivamente, fue capaz de mantenerle la mirada. Jake todavía estaba tratando de persuadirla para que descansara, pero si ella insistía en trabajar, iba a mantenerla en guardia… y a distancia. No podría confiar en sí mismo si ella se acercaba demasiado y esperaba que Dios lo ayudara si las manos de ella se ponían a trabajar sobre su cuerpo. Aquella mujer podría hacer que se olvidara de su propio nombre, por no hablar de Ramírez.
– Es el jacuzzi o la bañera del cuarto de baño principal.
– Necesito ver la extensión de tu lesión y la movilidad que tienes antes de que pueda pensar en el tipo de ejercicios que necesitas. ¿Vas a permitirme que lo haga? -preguntó ella, tras recoger su bolsa.
– ¿No preferirías tomártelo con calma? Tú misma acabas de decir que estás agotada…
– Es una buena táctica, pero no te va a servir de nada. Dame una oportunidad, ¿de acuerdo? Primero, te soltaremos la zona con calor húmedo envuelto en el hombro y luego comprobaré la movilidad que tienes.
– ¿Calor húmedo, eh? Suena muy interesante… -susurró él, mirándola a los labios.
– Se trata de placas húmedas en la zona afectada -explicó ella, a pesar de que tenía las mejillas cubiertas de rubor-. Ya sabes a lo que me refiero.
– Sí, claro que sí. Entonces, ¿no hay jacuzzi?
– Ya te dije que la terapia acuática es siempre una opción, pero no que yo la fuera a utilizar contigo.
– ¿Y si me porto bien y coopero contigo entonces me aplicarás el agua?
Brianne se echó a reír. Entonces, Jake supo con toda seguridad una cosa. Por mucho que ella pudiera distraerlo, quería que ella entrara en aquel jacuzzi antes del final del verano.
Extendió la mano y le agarró el dedo que ella había estado agitando delante de él. Sorprendida, ella lo miró a los ojos y Jake sintió que el aliento se le quedaba alojado en la garganta. Aquellos ojos verdes, llenos de afecto, eran capaces de cambiarlo todo y le daban a ella el control que debería haber estado del lado de Jake.
Él nunca había corrido el peligro de perder el control. Incluso cuando su tumultuoso matrimonio estaba en su mejor momento, con la mayor carga sexual, nunca había experimentado la química que sentía por Brianne.
– A ver qué te parece esto. Si tú cooperas, yo consideraré lo del jacuzzi -dijo ella, con cierta dificultad.
– No creo que sea un trato muy justo.
– Sin embargo, te proporciona algo por lo que trabajar, ¿no te parece? Eso en el caso de que recuperar la completa movilidad no sea motivación suficiente.
– De acuerdo -respondió Jake, dándose cuenta de que ella era una adversaria formidable y que no podría engañarla durante mucho tiempo-. Supongo que el gimnasio será el mejor lugar para empezar.
– ¿Dónde está?
– ¿Es que Rina no te lo mostró?
– No.
– Estaba esperando que ella hubiera conseguido volver a entrar allí, pero ése era el lugar favorito de su marido y le hacía recordar demasiadas cosas. Vamos -añadió, antes de tomar la bolsa que ella tenía entre las manos.
Los dos se dirigieron al increíble gimnasio que el marido de Rina había creado. Contaba con toda clase de máquinas con la tecnología más avanzada. Había unos enormes ventanales por todas partes y, donde no los tenía, contaba con espejos desde el suelo hasta el techo.
– Impresionante -murmuró ella.
– Personalmente, yo prefiero el gimnasio que hay en el Village. Mi cuñado se preocupaba más de impresionar que de lo que era realmente necesario, pero no puedo negar que es perfecto para nuestras necesidades.
– Entonces, ¿tú no vives aquí?
– ¿Desilusionada?
Había conocido a su ex esposa, Linda, en el colegio donde ella impartía clases. Jake había acudido allí para dar una charla sobre los peligros de las drogas. Habían congeniado muy rápidamente, con una química increíble, un sexo estupendo y, aparentemente, fines y deseos similares. Ella había parecido quedarse muy impresionada por su uniforme y la placa y había estado encantada de casarse con un policía que recibía un sueldo aceptable, aunque el horario resultara impredecible. Los dos quisieron mudarse fuera de la ciudad, para que así Linda pudiera dar clase en una zona más tranquila y Jake pudiera disfrutar de una pacífica vida familiar en su tiempo libre.
Sin embargo, tan pronto como acabó la luna de miel, todo lo que ella había parecido aceptar y querer en Jake sufrió un cambio radical. Sus horas de trabajo se hicieron de repente demasiado largas comparadas con las de los maridos de sus amigas y el dinero resultaba insuficiente para decorar la casa que habían comprado en un barrio residencial. A Jake no le gustaba endeudarse más allá de lo necesario y, de repente, su sueldo no fue capaz de soportar el repentino deseo de su mujer de no trabajar y de salir de compras con las mujeres más ricas de la zona. Además, no cesaba de comparar su estilo de vida con el de Rina y Robert. El matrimonio duró tres amargos años, durante los cuales él y su esposa fueron distanciándose cada vez más. Al final, ella lo abandonó.
– ¿Crees que estoy desilusionada porque tú no seas dueño de este lugar?
– Y también porque no tengo el dinero suficiente para vivir aquí -musitó él.
– Eso es ridículo. Además, no se trata de que yo ande detrás de ti por tu dinero. De hecho, no estoy detrás de ti.
Jake decidió mantener las distancias y tratar de no hacerle daño mientras tanto.
– Ese comentario ha sido innecesario.
– ¿Es ése un modo masculino de decir que lo sientes?
– Es mi modo de decir que soy un estúpido.
– Yo misma no lo podría haber dicho mejor -comentó ella, riéndose.
Durante un momento, las barreras que Brianne había levantado entre ellos desaparecieron. Jake quiso extender la mano, tomarla entre sus brazos y… Sin previo aviso, un miedo visceral se apoderó de él. Ya le habían roto el corazón una vez por su estilo de vida y su falta de dinero. No podía volver a sufrirlo.
Aunque no sabía cuánto dinero le estaba pagando Rina, no le cabía la menor duda de que era una cantidad más que generosa. A pesar de que las razones que Brianne tenía para realizar aquello eran completamente altruistas, aquello no significaba que una vez que terminara de cuidar a su hermano no deseara más en la vida de lo que había tenido antes. Y «más» significaba dinero, algo que un policía nunca podría tener en abundancia.
– ¿Me creerías si te digo que estoy cuidándole el apartamento y el perro a mi hermana durante el verano?
– Claro. Ella te ha liado, como a mí -replicó ella, con cierta amargura-. Hablando de perros y de ejercicios. Es mejor que no dejemos que el perro entre aquí para que no nos cause accidentes.
Jake asintió. Como el animal se había quedado dormido en la cocina mientras comían, pudieron cerrar la puerta del gimnasio sin mayor complicación.
– ¿Hay algún lavabo aquí? -preguntó Brianne, a continuación.
– Sí. Hay un cuarto de baño completo por allí. Hay hasta una zona de masajes. Créeme si te digo que en este gimnasio no echarás nada de menos.
– Estupendo.
– Se llama riqueza, así que, disfruta de ella mientras esté a tu disposición.