Brianne estaba delante de la tienda de lencería Victoria’s Secret en la Quinta Avenida, preguntándose por qué había tenido que elegir aquel lugar, de todos los que había en la ciudad de Nueva York, para encontrarse con Kellie. Sin embargo, si era sincera consigo misma, encontraba rápidamente la razón. Era Jake.
O, mejor dicho, el trato que le había propuesto. Los rápidos latidos de su corazón la habían advertido de que estaría jugando con fuego si se implicaba con aquel hombre a otro nivel que no fuera el profesional. Sus besos, los efectos que seguía notando en su cuerpo, demostraban que estaba en lo cierto.
El beso de la noche anterior había sido maravilloso. Lento, seductor y persuasivo, muy pronto había florecido en algo más. La atracción entre ellos había sido evidente desde el primer día, pero Brianne no había estado preparada para la pasión que generaban cada vez que estaban juntos. Además, estaba segura de que la próxima vez no terminarían sólo con un beso.
Una ligera excitación se fue abriendo paso a través de sus venas para terminar colocándosele en la entrepierna, llenándola de deseo. Había dejado su vida en punto muerto durante tanto tiempo y, de repente, todo había cambiado. Se había embarcado en una aventura… Estaba tan sorprendida… y tan poco preparada…
La noche anterior, a Jake no le había gustado que ella se retirara a su dormitorio, pero necesitaba tiempo para pensar. Su proposición, y el hecho de que ella hubiera decidido aceptar, la habían sorprendido completamente, pero nunca se había sentido menos atractiva que en aquel momento, con sus ropas de ejercicio y el cabello alborotado. Quería que Jake la viera atractiva, necesitaba sentirse como tal y, por ello, había decidido que tendrían que esperar a la noche siguiente para ir más allá de los besos.
Aquel día, se había tomado tiempo para prepararse. Se concentraría completamente en su trabajo por la tarde, pero aquella mañana se la dedicaría a sí misma. Y comenzaría por comprarse ropa interior sexy.
Brianne miró el reloj. Aunque podía ir a comprar sola, deseaba el consejo y la compañía de otra mujer. Por eso había llamado a Kellie. Su compañera llegaría en cualquier momento. Sin embargo, como su compañera se retrasaba y el calor era insoportable, decidió entrar a la tienda sola.
Aquel lugar era una fiesta para los sentidos, lo que le hacía pensar por qué nunca había entrado allí. Inmediatamente, encontró las respuestas: tiempo y dinero, dos cosas de las que nunca había tenido en abundancia. Como la situación había cambiado, admiró las. prendas que había a su alrededor. Los vibrantes tejidos y deliciosas telas dejaban en evidencia a sus prácticas braguitas de algodón blanco.
Recordó que él le había prometido que avanzarían lentamente, que la seduciría. Por eso, había decidido lanzarse ella también. El fuego que tenía en las mejillas igualaba al que hacía en el exterior.
Al poco tiempo, llegó Kellie. Su amiga la saludó con entusiasmo, agitando la mano de tal modo que las numerosas pulseras de plata que llevaba encima tintinearon con fuerza.
– ¿Cómo has podido empezar sin mí? -le preguntó Kellie-. Bueno, debo decirte que sólo ha sido una noche, pero ese café no es lo mismo sin ti.
– Yo no puedo decir que eche de menos las largas horas de pie, pero a ti sí que te he echado de menos.
– Como sí hubieras podido dedicarme un minuto de tus pensamientos, viviendo con ese tipo bajo el mismo techo… -bromeó su amiga-. Bueno, ¿qué has encontrado hasta ahora?
– Acabo de entrar.
– De acuerdo entonces. ¿Qué es lo que le gusta a ese tipo? ¿La lencería clásica o la más atrevida? No hace falta que me contestes. Si se ha enamorado de ti, debe de gustarle lo clásico.
– ¿Me estás llamando aburrida?
– Eres muy guapa, pero no te tomas el tiempo suficiente para aprovechar tu potencial al máximo. Tal vez este nuevo trabajo te dará más tiempo para ti misma.
– De eso se trata.
– La primera regla es que si te pones ropa sexy, te sentirás muy sexy. Bien, ¿qué llevas puesto debajo de esos vaqueros?
– Ropa interior, por supuesto.
– Blanca, ¿verdad? -dijo, sin necesidad de que Brianne se lo confirmara-, ¿De corte alto y muy sencilla? Sobre el sujetador, ni siquiera voy a preguntarte -añadió, con un suspiro exagerado-. Vamos, ven conmigo.
Una hora más tarde, Brianne había adquirido una serie de prendas de ropa interior de encaje a la que antes nunca había prestado atención. Incluso había decidido llevarse uno de los conjuntos ya puesto. Debía acostumbrarse.
La idea había funcionado. Con la seda acariciándole la piel al andar, sabiendo que llevaba unas braguitas muy sexys y un sujetador a juego, Brianne notó que se sentía mucho más femenina y atractiva. Apretó el paso y levantó la vista, mirando a su alrededor mientras caminaba. Los hombres le devolvían la mirada. Uno de ellos la miró de una forma tan lasciva que la hizo sentirse incómoda.
Mucho después de que salieran de Bloomingdale's, con un par de trajes de baño y un par de conjuntos muy sensuales que estaban rebajados, Brianne sintió que la confianza que sentía en sí misma se había multiplicado por mil. Sabía que tenía que darle las gracias a Jake por hacer que prestase más atención a sí misma, pero decidió no decírselo. Su ego no lo necesitaba. Sin embargo, tenía que admitir que la libertad resultaba muy agradable.
– ¿Tienes tiempo para tomarte una leche merengada? -le preguntó Kellie.
– Me parece una idea fantástica -respondió Brianne, que acababa de darse cuenta de que estaba muerta de sed.
– Estupendo.
Entraron en una cafetería y, justo cuando atravesaban la puerta, Kellie la agarró por el brazo y la obligó a mirarla.
– Los vestidos y la ropa interior han sido la parte más difícil. Ahora podemos sentarnos y hablar sobre sexo.
La primera reacción de Brianne fue sentirse algo escandalizada, pero enseguida decidió que hacía tanto tiempo desde la última vez que había mantenido relaciones sexuales que seguramente le iría bien el consejo. De hecho, su historia en aquel campo era mínima. Una relación algo desangelada en la Universidad y un par de chicos que la habían dejado cuando se dieron cuenta de que su hermano y su profesión eran lo más importante para Brianne. Nada más. Ninguno de aquellos hombres le había dejado una impresión muy duradera. Y ninguno de ellos había aliviado su soledad.
Sin embargo, la idea de tener relaciones sexuales con Jake excitaba todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Los pezones se le irguieron al pensar en ello, al tiempo que el deseo le humedecía las braguitas. Aquellas sensaciones eran completamente nuevas para una mujer que estaba acostumbrada a verse consumida por el trabajo y las preocupaciones. Verse consumida por Jake era una novedad que pensaba disfrutar.
Mientras Kellie iba a encontrar una mesa, Brianne se dirigió a la caja para realizar su pedido. Su amiga eligió una mesa al lado de la ventana, para así poder contemplar las casi vacías calles de Nueva York.
En cuanto Brianne llevó las bebidas a la mesa, su amiga se sacó una caja de preservativos del bolso.
– ¿Qué diablos estás haciendo? -le preguntó Brianne, escondiéndolos precipitadamente bajo la mesa.
– Asegurándome de que te proteges. Sé que últimamente no has tenido mucho tiempo para nada, dado que trabajabas día y noche…
– Pues tú pareces tener tiempo más que suficiente para las actividades extras -dijo Brianne, secamente.
– ¿Qué te puedo decir? Soy una mujer de recursos, por no mencionar que no trabajo de nueve a cinco durante el día. Bueno, ahora en serio. Hoy en día nunca se es demasiado precavida.
– Eso ya lo sé, Kellie -replicó Brianne. Entonces, levantó la caja y la agitó-. Parece que hay muchos.
– Claro. Así que te sugiero que los utilices todos.
La piel de Brianne pareció adquirir una sensibilidad especial al pensar en las imágenes que le habían evocado aquellas palabras. Recordó el beso de Jake, las excitantes caricias… Era tan hábil…