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– ¿Me escuchas, Brianne? ¿Significa eso que ya habías pensado hacerlo? Es decir, utilizar los preservativos, claro.

– ¿Estás segura de que tú no los necesitas?

– Claro que no. En casa, tengo mi propia colección privada. Estos son de los mejores del mercado. Además, están diseñados para proporcionar más sensaciones que los demás y tienen lubricante. Créeme, tienes que probarlos.

– ¿Te he dicho que el apartamento donde me alojo ahora tiene un jacuzzi en la azotea? -dijo, después de tomar un sorbo de la helada bebida.

– ¡No! ¡Madre mía! Te vas a pasar un verano de película.

– Mmm…

Aunque estaba mirando por la ventana, Brianne estaba tan distraída imaginándose con Jake en la azotea que no prestaba atención a lo que veía.

De repente, una figura le llamó la atención, aunque desapareció rápidamente entre el bullicio de empleados que empezaban a salir ya de sus trabajos para comer. No conocía a aquel hombre y, en realidad, sólo lo había visto una vez. Había sido aquella mañana, después de que salieran de la tienda de Victoria’s Secret. Había sido el que la había mirado con lujuria, el hombre cuya mirada había sido más prolongada que la de los demás, como si pudiera ver la ropa interior que llevaba puesta bajo la ropa…

Sin poder evitarlo, un escalofrío le recorrió la espalda.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Kellie.

– ¿Has visto…?

Brianne se disponía a preguntar a su amiga sobre aquel tipo cuando se dio cuenta de que aquello era una estupidez. La tienda estaba a sólo un par de manzanas de allí. El hecho de que hubiera visto a la misma persona dos veces en la misma zona no era para extrañarse.

– No importa.

Brianne ya no sufría de ansiedad con mucha frecuencia, pero algunas veces le aparecía en las situaciones más ridículas. La vida que habían llevado sus padres y las responsabilidades que tenía se las habían causado en el pasado y, de vez en cuando, volvían a aparecer. ¿Qué importaba que hubiera visto al mismo hombre dos veces? Aquello no lo convertía en un acosador.

– ¿Estás segura de que no te ocurre nada?

– Por supuesto. Bueno, ¿qué me estabas diciendo? -le preguntó a Kellie, para tratar de recuperar la normalidad.

– Decía que también habías mencionado un gimnasio lleno de espejos. Creo que eso es un chollo, Brianne. Tienes todo lo que necesitas para pasar un verano estupendo. Lo único que tienes que hacer es dejarte llevar.

Brianne respiró profundamente. Como si aquello fuera tan sencillo. Había estado tan centrada en su trabajo y en su hermano durante tanto tiempo… Sabía que haber comprado aquellas prendas tan sexys no era lo mismo que ponérselas y, por supuesto, ponérselas en una tienda no era lo mismo que hacerlo delante de Jake. Sí… Kellie tenía razón. Debía dejarse llevar… Necesitaba un cambio.

En lo único que debía pensar era en cumplir sus fantasías y las de Jake.

Ella lo había visto. Louis estaba seguro de ello. Lo había mirado a los ojos y había notado la admiración que sentía por ella. ¿Cómo no iba a atraerlo una mujer a la que le gustaba la ropa interior sexy? ¿Cómo no iba a considerar la posibilidad de poseer a una mujer tan caliente y, al mismo tiempo, fastidiar a Lowell?

Aquello era algo a lo que no podía resistirse. Dio una última calada a su cigarrillo y apagó la colilla en el suelo con el tacón. No creía que ella lo hubiera visto al pasar delante de la cafetería, pero tendría que tener más cuidado la próxima vez, porque habría una próxima vez. Como Lowell había estado husmeando, haciendo preguntas… Louis lo habría sabido en cuestión de minutos, algo que Lowell habría sabido que ocurriría…

«El gato y el ratón», pensó Louis. Había que empezar a jugar. Y el juego empezaba y terminaba con Brianne Nelson, la mujer del detective Lowell… aunque no por mucho tiempo.

Capítulo 6

Jake no había realizado labores de vigilancia desde hacía mucho tiempo. Después de pasarse toda una tarde vigilando un restaurante sin nada que recompensara sus esfuerzos, se sentía dolorido y frustrado. La única razón de que aquel lugar permaneciera abierto era que todavía no se hubiera podido relacionar las drogas con el restaurante. Cuando se efectuó el registro, no se encontró nada. Ramírez era un tipo muy hábil y se habría quedado limpio cuando se hubiera enterado de la sobredosis de aquellos chicos, aunque Jake estaba seguro de que era demasiado arrogante como para no volver a retomar las riendas de su negocio tarde o temprano.

En teoría, las drogas podrían haber procedido de cualquier parte. No había nada que conectara el reciente acontecimiento con Ramírez, al menos de momento. Estaban esperando el informe de Toxicología.

De camino a casa, Jake pasó por casa de la familia de Frank para hacerles una visita. Cuando su compañero estaba vivo, el tiempo que pasaba en aquella casa le recordaba siempre el fracaso de su matrimonio y todo lo bueno que él nunca había disfrutado. Desde la muerte del progenitor, las visitas eran muy difíciles y todo lo que Jake sentía era culpabilidad.

Aquella noche, toda su atención estaba centrada en Brianne. Ella no sólo lo atraía sexualmente, sino que también lo hacía sentirse muy bien, algo que necesitaba desesperadamente después del día que había tenido. Mientras estuvo vigilando, se había devanado los sesos para pensar en un lugar al que Brianne y él pudieran ir. Quería que salieran de aquel apartamento y volvieran al mundo real, aunque también deseaba que la salida fuera memorable para Brianne.

Después de pasarse todo el día pensando, no se le había ocurrido nada. Ella regresaría muy pronto a casa y él no tendría ningún lugar que sugerirle. Tendría que ser después de su sesión de fisioterapia, por supuesto. Se lo había prometido y pensaba mantener su palabra.

Atravesó el apartamento con Norton pisándole los talones. Después de los paseos diarios y de que fuera él quien lo alimentara, el animal había empezado a confiar más en él, aunque seguía prefiriendo a Brianne. Jake, por su parte, tenía tanto tiempo libre que disfrutaba también con la silenciosa compañía del can.

Se sentó en el sofá para esperar a Brianne. El deseo y la necesidad se le iban abriendo paso por las venas. Estaba tan impaciente que tomó una de las revistas que su hermana acumulaba en la mesita de café y empezó a hojearla. Unas fotos de la ciudad de Nueva York por la noche captaron su atención. El artículo se titulaba Las sensuales noches de la ciudad.

Aquella noche, la primera que compartiría con Brianne, sería eso y mucho más. Una foto en particular le llamó la atención. Presentaba a dos amantes que compartían un helado. Las lenguas de ambos lamían la crema, pero estaban tan juntas que sugerían mucho más…

Pensó en la dulce boca de Brianne, cubierta de helado, y en cómo la lengua lamería el lateral del cucurucho… Sólo con aquello, su cuerpo experimentó la sacudida del deseo. Llegó a la conclusión de que si una simple foto de revista podía excitarlo, estaba muy mal. Sin embargo, Jake sabía perfectamente que no era la revista, sino Brianne.

Helado… Jake cerró la revista porque ya no necesitaba distraerse con vagas ideas. Gracias a aquel artículo ya sabía cuál era el lugar especial al que podría llevar a Brianne. Seguramente los postres de aquella clase habían sido tan escasos en su casa como la pizza. Decidió que aquello cambiaría aquella noche. Juntos, podrían compartir una sensual noche de la ciudad muy íntima.

Como si hubiera conjurado a Brianne con el pensamiento, oyó que las puertas del ascensor se abrían y que ella entraba en el apartamento. Al verla, dedujo que, por su ropa, había estado trabajando en el hospital aunque, por todos los paquetes que llevaba bajo el brazo, también había estado de compras.

– Era increíble el calor que hacía en el metro -murmuró, mientras dejaba que los paquetes cayeran al suelo y exhalaba un suspiro de alivio.