Aquella unión de opuestos había funcionado bien para Rina, pero no para su hermano. El matrimonio de Jake había terminado con un amargo divorcio porque su esposa no se había dado cuenta de que casarse con un policía implicaba vivir con el sueldo de un policía y ajustarse a un horario completamente errático. Después de cinco años, Jake todavía sufría, no porque siguiera amando a su esposa, sino porque había puesto todo lo posible en aquella clase de vida. A pesar de todo, se alegraba de que el matrimonio de su hermana hubiera tenido más éxito que el suyo.
– El dinero no me ha cambiado. Bueno, al menos no mucho. Al menos yo misma lo saco a pasear. Podría pagar a alguien para que lo hiciera, pero se despedirían después de un día.
– ¿Se trata de una raza que requiere muchos cuidados?
– Podríamos decir eso.
A Jake le costaba mucho mantener la conversación. Ella estaba trabajando en el interior del restaurante, donde habían empezado a sentarse más clientes. A pesar del calor, los servía a todos con una radiante sonrisa y, de vez en cuando, miraba de soslayo hasta donde estaba sentado Jake… ¿Sería para asegurarse de que no se había marchado? Eso era lo que a él le hubiera gustado pensar.
Jake no podía recordar la última vez que se había sentido tan atraído por una mujer a la que no conocía. Desde su divorcio, había mantenido algunas relaciones, aunque ninguna de ellas había sido seria. No obstante, en aquel caso, el juego sensual que estaban manteniendo lo intrigaba, pero no estaba dispuesto a conocerla para que así se destruyera la fantasía. Ninguna mujer era lo que parecía ser. Su matrimonio se lo había enseñado.
Jake sabía que las apariencias, en la mayoría de los casos, resultaban engañosas. Las mujeres no eran siempre lo que parecían. Aquella atractiva camarera lo atraía mucho más de lo que lo había hecho nunca su ex esposa. Aquello en sí mismo sería razón más que suficiente para mantenerse alejado de ella, pero, además, tenía un caso en el que centrarse.
Rina agitó una mano delante de sus ojos y sonrió. Evidentemente, sabía que la atención de su hermano no había estado centrada en sus palabras sino en una camarera que lo estaba fascinando. Considerando que él había insistido en reunirse en aquel bar, a aquella hora y en el mismo día durante las últimas semanas, Jake sabía que sus intenciones resultaban completamente transparentes.
– Como te estaba diciendo -le recordó-, tuve que sacar a Norton a dar su paseo antes de reunirme contigo y él no quería salir. Por supuesto está entrenado para obedecer, pero me ha costado un triunfo sacarlo a la calle. El pobre animal odia pisar el cemento recalentado de las aceras. Menudo número debíamos presentar. Yo, literalmente, tirando de él a lo largo de Park Avenue, mientras él trataba de llevarme de vuelta a casa. ¿Te lo imaginas?
– Ese perro es un malcriado -musitó.
En aquel momento, Jake miró por encima del hombro de su hermana y trató de buscar a la mujer de sus fantasías, pero vio que había desaparecido. Una desilusión de una fuerza sólo comparable a la de su deseo de antes se apoderó de él.
– Regresará -dijo Rina, golpeándole cariñosamente la mano-. Y Norton no es ningún malcriado, sino que sólo es muy especial sobre lo que le gusta y quién le gusta…
– Y quién no -replicó Jake, recordando que el perro de su hermana le había estropeado unas zapatillas deportivas nuevas la primera vez que se vieron.
– Bueno, sea lo que sea, era el perro de Robert y yo soy todo lo que le queda.
– ¿Cómo estás?
Rina había decidido no acompañar a su marido en su viaje de negocios y él había muerto en un accidente de coche mientras regresaba a casa precipitadamente para evitar tener que pasar la noche fuera. Ella se había visto consumida por el dolor y la pena, por lo que Jake había dado prioridad a todo lo que significaba animar a su hermana. Eso incluía reunirse con ella para tomar una copa varias veces por semana, a pesar de que ya había transcurrido casi un año. Rina había mejorado mucho y Jake se alegraba de que su misión hubiera sido un éxito, aunque también le hubiera acarreado una obsesión con una mujer a la que no conocía.
– En realidad, era precisamente de eso de lo que quería hablarte. De cómo estoy. Voy a tomarme unas vacaciones. Una amiga me ha invitado a pasar el verano con ella en Italia y yo necesito un descanso. Necesito marcharme y…
– Creo que es una idea estupenda -dijo Jake, sin dudarlo. Aparte del evidente beneficio de las vacaciones, Rina estaría fuera del país hasta que Ramírez estuviera entre rejas-. Cualquier cosa que te saque de ese mausoleo que es tu apartamento me parece estupendo.
– Me alegro de que pienses así, pero necesito que te quedes allí mientras yo esté fuera para que cuides de Norton y, antes de que digas que no, piensa en el jacuzzi y en la piscina. Te vendrán estupendamente para tu rehabilitación.
– No necesito terapia física. Estoy haciendo algunos ejercicios que me recomendó el fisioterapeuta y ya tengo el hombro bien.
– Pues eso no es lo que dice el departamento.
Por mucho que quisiera a Rina, no podía confesarle que había estado haciendo unas exhaustivas sesiones de rehabilitación. Su generosidad y preocupación bien intencionada por su hermano la llevaba a meterse demasiado en su vida. No podía correr el riesgo de que informara al departamento de que estaría en plena forma antes de lo esperado.
– El departamento no tiene nada que decir en este asunto a menos que yo elija volver.
Ya no estaba seguro de que quisiera hacerlo. Sufrir una herida de bala que le dañara el hombro no tenía nada que ver con aquella incertidumbre, sino las circunstancias que habían rodeado al episodio.
Louis Ramírez, que había estado vendiendo drogas en los campus universitarios y tenía acceso a los traficantes más importantes, había estado listo para su detención. Como detective del departamento de narcóticos, Jake había invertido todo su tiempo y su energía en aquel tipo. Había visto a demasiados colegas en el depósito de cadáveres, a demasiados jóvenes adictos a las drogas por su causa. Jake había jurado que lo metería en la cárcel y que haría lo posible por que fuera durante mucho tiempo. Había confiado en un soplón, aunque se había arrepentido de ello en el momento en que se disparó la primera bala y se dio cuenta de que sus compañeros y él habían caído víctimas de una encerrona.
A pesar de todo, había logrado salirse con la suya. Después de que las continuas ráfagas de balas le hubieran arrebatado la vida a Frank y hubieran herido a Jake, Ramírez había ingresado en la cárcel y se hubiera quedado allí si un oficial novato no hubiera cometido la torpeza de no leerle sus derechos. Ramírez había conseguido salir por un tecnicismo. No era la primera vez que Jake veía cómo un delincuente quedaba libre inmediatamente, pero fue la gota que colmó el vaso. Se sintió asqueado, desilusionado al ver cómo su trabajo quedaba en nada por el sistema jurídico de los Estados Unidos.
El detective que Ramírez había asesinado era un buen hombre, padre y esposo. Jake habría preferido llevarse él aquella bala mortal. Él no tenía una familia a su cargo. Sus visitas y llamadas de teléfono a la familia de Frank fueron un pobre sustituto para lo que ellos habían perdido.
– Odio el sistema y ya he tenido más que suficiente con la misma rutina de siempre -añadió.
– ¿Vas a echarlo todo por la borda porque Frank haya muerto? -preguntó Rina, incrédula.
– Voy a reconducir mis energías -mintió. No quería disgustar a Rina diciéndole que planeaba atrapar al asesino de Frank él solo.