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Jake no podía acusar a Ramírez de ninguno de los delitos por los que ya había sido juzgado, pero, sin duda, este último seguía vendiendo drogas. Jake estaba seguro de que cometería un error. Entre las pesquisas que él estaba realizando y la información oficial que sus dos compañeros detectives seguían proporcionándole, Jake no tenía ninguna duda de que atraparía a Ramírez. Sólo era cuestión de tiempo. Sin embargo, sabía que no tendría tanta libertad para seguir sus pistas si estaba controlado por sus superiores y los nuevos casos que sin duda le asignarían si volvía a su puesto.

Además, él mismo necesitaba tiempo sin la presión y las restricciones de su trabajo para descubrir cuál era la dirección que quería tomar en la vida, para decidir a qué se debía la inquietud que llevaba cierto tiempo experimentando. Por tanto, como sabía que su teniente se le echaría encima si supiera que estaba casi listo, había decidido que una prolongada recuperación le proporcionaba la excusa perfecta.

– ¿Podemos cambiar de tema? -le preguntó a su hermana.

– Como tú quieras. Deja que los músculos se te atrofien hasta que no puedas hacerlos funcionar. Entonces, cuando quieras regresar…

– Rina…

– De acuerdo, de acuerdo, cambiemos de tema. Entonces, ¿te quedarás en mi apartamento mientras yo esté fuera?

– ¿Y no podrías dejar al perro en una perrera?

– A Norton no le gustan las perreras. Se pone muy nervioso. Si tú no te quedas para cuidarlo, tendré que cancelar mi viaje.

– De acuerdo -musitó Jake, resignándose a cuidar el perro y el ático de su hermana durante el verano. De hecho, no tenía importancia alguna donde viviera, mientras tuviera la libertad de ir y venir para proseguir su investigación. Además, si Rina se marchaba de la ciudad, no tendría a nadie que coartara sus movimientos-. Necesitas unas vacaciones y, si necesitas mi ayuda para poder marcharte, puedes hacerlo, aunque ello signifique que yo tenga que sacar a pasear a ese patético perro.

– ¡Gracias! -exclamó su hermana.

Antes de que Jake pudiera parpadear, Rina se levantó y rodeó la mesa. Tenía el rostro iluminado de un modo que él no había visto desde que su marido falleció. Entonces, le rodeó el cuello con un brazo y le besó en la mejilla.

– Gracias. No te puedes imaginar lo deprimente que ha sido para mí estar sola en ese ático. Este viaje me ayudará a dejar atrás todos mis recuerdos.

– Eso es lo que yo quiero. Ahora, ¿te importa soltarme antes de que la humedad nos pegue?

Rina se echó a reír y volvió a sentarse en la silla.

– Bueno, ahora que nos hemos ocupado de mi vida, es hora de que lo hagamos con la tuya, hermano.

– Ya sabía yo que esta tregua no podía durar. Haré un trato contigo, Rina. Vete a Italia y diviértete. Regresa feliz y entonces nos ocuparemos de mi vida.

Para entonces, Jake esperaba volver a tener a Ramírez en la cárcel. Sin embargo, sabía perfectamente que Rina no se refería al trabajo.

– No lo sé -dijo ella, mirando por encima del hombro-. Si esperas demasiado tiempo, alguien podría quitártela. Por lo que sabes, ya podría estar comprometida.

– No lleva anillo -replicó él, para lamentarse inmediatamente, en el momento en que las palabras le salieron por la boca.

– Entonces, haz algo al respecto -lo desafió su hermana.

Jake quiso responder a aquel desafío, como lo había hecho a menudo cuando eran niños, pero no podía. Después de su ex mujer, la única mujer que consideraría eran las seguras, las que no amenazaban ni su cordura ni su corazón. Considerando la fuerte atracción que aquella mujer ejercía sobre él, a Jake le daba la sensación de que aquélla era capaz de hacer eso y mucho más. Con el caso Ramírez pendiendo sobre su cabeza, no tenía tiempo de distracciones. Y ella era, con toda seguridad, una distracción.

Llegaba tarde. Brianne Nelson bajó corriendo la calle en dirección al Sidewalk Café. Necesitaba aquel segundo trabajo y el dinero que significaba, pero en lo único que podía pensar era en él. ¿Estaría allí, como lo había estado la noche anterior y dos noches antes? ¿Estaría esperando o se habría cansado y se habría marchado a casa? ¿Estaría solo o, como siempre, con aquella hermosa mujer? La noche anterior, Brianne había visto cómo aquella mujer lo besaba…

El corazón de Brianne latía a un ritmo de vértigo, debido más a la anticipación y a la excitación que por sus deseos de llegar rápidamente a su trabajo. Había creído que no saldría nunca del hospital. Su último cliente, el señor Johnson, se había entretenido en rayos X y, para cuando llegó a fisioterapia, habían pasado más de cuarenta y cinco minutos de su cita. Después de su segundo ataque de apoplejía, el hombre necesitaba tanto la rehabilitación como Brianne el dinero que su trabajo como camarera le proporcionaba. Por eso, no había podido pasarle con otro terapeuta, lo que significaba que llegaba tarde al café.

No quería dejar aquel trabajo, sobre todo desde que el hombre de sus sueños estaba esperando. Iba tres veces a la semana con el mismo tipo de atuendo: un par de vaqueros y una camisa que, evidentemente, había creado él mismo con un par de tijeras y un buen tirón. La camisa recortada dejaba al descubierto una piel bronceada, cubierta de vello oscuro… Y los antebrazos… Brianne nunca había visto unos músculos tan bien tonificados. Aquel desconocido había excitado su interés y alimentado sus fantasías.

A medida que se fue acercando a la entrada del café, fue aminorando la marcha. Contempló con atención las mesas que cubrían la acera y examinó cuidadosamente a los hombres que había sentados en el exterior. A pesar de que muchos tenían el cabello tan oscuro como él, ninguno hacía que se le acelerara más el corazón, ni le producía una líquida sensación de deseo como respuesta a su atractiva sonrisa.

Cuando se percató de su ausencia, trató de no desilusionarse y se recordó que el hombre que ocupaba sus fantasías ya tenía pareja. El hecho de que se encontrara con la misma mujer tantas veces a la semana hablaba de devoción y compromiso… con otra. Precisamente por eso le había pedido a Jimmy que dejara que Kellie se ocupara de las mesas del exterior. A pesar del mucho interés que tenía por él, sabía que aquel desconocido sólo podría ser una fantasía para ella.

– Llegas tarde -le gritó Jimmy, en cuanto pasó por delante de la barra.

– Lo siento.

– Espera un momento. Alguien quiere…

Antes de que Jimmy pudiera terminar la frase, se metió en el pequeño cuarto de baño. Jimmy era su jefe, pero se había ido convirtiendo poco a poco en su amigo. Brianne sabía lo afortunada que era de que Jimmy soportara que, a menudo, ella llegara tarde a trabajar. Como ella, Jimmy había perdido a sus padres cuando era muy joven y también había tenido que criar a una hermana. Sin embargo, por suerte para él, no había tenido la presión añadida de tener por hermano un genio que se merecía estudiar en un carísimo internado privado y que, después, asistiría a la Universidad.

Era una pena que los padres de Brianne no hubieran pensado en ella o en su hermano cuando salieron a volar en un pequeño avión con un tiempo infernal sobre el que se les había prevenido. Era una pena que hubieran invertido su dinero en el placer y no en proporcionar seguridad a sus hijos.

Brianne se echó a temblar y apartó los pensamientos de sus egoístas padres. Ella había sido el único medio de sustento de su hermano desde hacía tanto tiempo que aquello ya no tenía ninguna importancia.

Se metió la ropa bajo el brazo y fue a lavarse las manos para quitarse la suciedad del metro de Nueva York. Mientras lo hacía, se preguntó si él aparecería más tarde. Sólo aquel pensamiento le daría fuerzas para continuar aunque sus pies le estuvieran suplicando un descanso. Aquel desconocido le daba la adrenalina que necesitaba para seguir moviéndose. Sólo con saber que él estaría allí, observándola, haciendo que se sintiera sexy y deseable, cuando no tenía tiempo para serlo, le bastaba.