Jake no le prestó ninguna atención. Saltó del coche y fue a buscar a Brianne.
– Fue más fácil de lo que yo había creído que sería -le decía Brianne al policía uniformado que la estaba mirando, aunque sin escucharla. Por suerte, ella ya le había contado su historia al detective Duke, que inmediatamente había llamado a otro hombre llamado teniente Thompson. Brianne tenía la sensación de que Jake no tardaría en llegar y que estaría furioso con ella.
Se levantó el cabello por la parte de atrás. El calor resultaba agobiante en el interior del coche patrulla donde estaba sentada, cerca del restaurante. Había llamado a la policía desde una cabina que había, en la esquina, después de que, tras pedir un plato denominado Jardín del Edén, le hubieran dado drogas. La descripción del plato había sido muy simple: un ramillete de verduras, tomates, judías y flores. Después de haber recibido el ramo de amapolas, le había parecido que debía utilizar la palabra «ramillete» y había estado en lo cierto. A cambio, le habían dado una bolsa con pequeñas pastillas de colores.
La policía estaba esperando que el juez los autorizara a hacer un registro para así poder cerrar aquel lugar para siempre. ¿Tendrían la suerte de que alguno de los empleados mencionara a Ramírez? Brianne así lo esperaba. La habilidad de aquel hombre para encontrarla la ponía muy nerviosa.
No sabía de dónde había sacado el valor para acudir al restaurante. Lo importante era que había tenido éxito.
Como no parecía policía, los empleados del restaurante no habían sospechado nada.
Quería que aquella situación con Ramírez terminara porque no quería que Jake corriera ningún riesgo. Lo amaba. Para evitar que él estuviera en la línea de fuego, se había interpuesto entre él y Ramírez. Sabía que se pondría furioso, pero al menos estaban más cerca de quitarse a Ramírez de sus vidas. El caso entonces habría terminado, aunque sabía que para Jake habría otro, y luego otro más…
¿Podría ella vivir así el resto de su vida, preguntándose cada día si volvería sano y salvo a casa? ¿Desearía él que su relación, o su aventura, se convirtiera en algo más duradero?
De repente, alguien tocó en el cristal de la ventanilla, lo que sobresaltó profundamente a Brianne.
– Soy Lowell. Abre.
Brianne se mordió el labio inferior y miró al policía que había sentado al volante. Aparentemente, reconoció la voz de Jake porque abrió las puertas y salió del coche. A los pocos minutos, éstas volvieron a abrirse y Brianne se encontró cara a cara con Jake.
Por su gesto, se veía que estaba furioso. Entonces, levantó las manos y, sin decir nada, le acarició las mejillas.
– ¿Jake?
Él respondió del modo que ella menos hubiera esperado. La besó de un modo apasionado, caliente… Le introdujo la lengua entre los labios en un magistral acto de posesión, tan potente, que Brianne sintió que el deseo se le despertaba en la entrepierna.
– Necesitaba saber que estabas viva y bien.
– Lo estoy.
– Lo sé. Ahora creo que voy a estrangularte. ¿En qué diablos estabas pensando? -le gritó. La furia que Brianne había esperado se vertió por fin sobre ella. La joven se quedó atónita. Aquélla era la primera vez que Jake le gritaba-. ¿Es que no tienes nada que decir?
– Lo he hecho bien, ¿verdad?
– Podrían haberte matado. ¿Por qué no me llamaste a mí en vez de avisar a la policía?
– Porque tenía miedo de que el abogado de Ramírez dijera que las pruebas que yo había conseguido no eran válidas -respondió ella, omitiendo el hecho de que, en parte, había actuado de aquella manera para evitar que Jake corriera riesgo alguno-. Ahora mismo, tú estás de baja. No quería que pudieran tener nada a lo que aferrarse y que Ramírez volviera a librarse de la cárcel. Te estaba protegiendo a ti y a tu caso. Después, quise llamarte, pero el policía no me lo permitió. Me dijeron que ellos se ocuparían a partir de entonces del tema y me metieron en este coche patrulla.
– Primero vas a ir a hacer tu declaración y luego tú y yo nos vamos a ir a casa.
– Ya le he dicho todo lo que sabía a un oficial.
– El teniente Thompson quiere hablar contigo. Además, tendrás que hacer una declaración oficial en la comisaría. Después, nos vamos a ir al ático y tú no vas a salir de allí hasta que Ramírez no esté entre rejas.
– Eso es un poco exagerado, ¿no te parece?
– No querrás ponerme a prueba aquí mismo, ¿verdad, Brianne? -le espetó Jake. Ella notó su ira y su miedo. Entonces, colocó un brazo sobre el respaldo del coche y se inclinó sobre ella-. Vas a hacer exactamente lo que yo te diga y me vas a dejar que te lleve a casa.
– Siento haberte asustado.
– ¿Tienes idea de lo que podría haberte ocurrido si Ramírez te hubiera atrapado?
– Pero no lo hizo -respondió ella, temblando ligeramente.
– Podría haberlo hecho.
– Jake…
En aquel momento, una poderosa voz retumbó en el exterior del coche mientras que una mano golpeaba sobre el techo del coche patrulla.
– ¡Haz el favor de salir de ahí, Lowell!
– Parece que alguien no está muy contento contigo.
– Eso es más o menos lo que yo siento por ti en estos momentos.
– ¡He dicho que salgas!
– Te llaman…
Jake asintió, abrió la puerta del coche y saltó al exterior. Antes de que ella pudiera salir, cerró de un portazo.
Brianne pensó que no importaba. Podría utilizar el tiempo para ver cómo podría neutralizar la furia de Jake. Se sentía muy mal por haberlo asustado, aunque se negaba a sentirse como si hubiera hecho algo malo. Había colocado en lo alto de su lista de prioridades a Jake, muy por encima de su miedo. Si volvían a darle opción, Brianne volvería a hacer exactamente lo mismo.
Después de un par de horas agotadoras en la comisaría, Jake se llevó a Brianne a casa. La policía había confiscado las drogas, más de lo que nunca hubieran creído conseguir de un golpe, y habían arrestado a los empleados del restaurante para poder interrogarlos en comisaría. Tanto Thompson como Jake estaban seguros de que alguno de ellos traicionaría a Ramírez. Gracias a Brianne, estaban muy cerca de arrestar a aquel canalla.
Sin embargo, Jake estaba furioso con ella por el riesgo que había corrido. Quería que ella entendiera perfectamente el peligro al que se había expuesto. Para ser una mujer con tantos miedos infantiles, había hecho algo verdaderamente sorprendente, aunque si se paraba a pensar en el modo en que había dirigido su vida, se daba cuenta de que no debería haberse sorprendido.
Cuando entraron en la cocina, Norton entró corriendo con ellos. Estaba tan contento de ver a Brianne que se convirtió en su sombra perpetua.
– Menos mal que el portero se ocupó de sacarlo a pasear -musitó Jake, que no estaba de humor para tener que sacar al perro.
– Veo que sigues enfadado conmigo -comentó Brianne, tras dejar el bolso encima de la mesa.
– ¿Y por qué iba a estarlo?
– Se me ocurren unas cuantas razones.
– A mí también. En primer lugar, tuve que dejar que Vickers y Duke se ocuparan de los interrogatorios.
– Yo oí que el teniente Thompson decía que sin un examen físico no va a permitir que te vuelvas a acercar a este caso.
– Bueno, de eso tengo la culpa sólo yo.
– Si quieres, yo puedo decirles los progresos que estás haciendo y que creo que podrías pasar el examen físico.
– ¿Tú crees? -preguntó Jake, sabiendo que las sesiones de fisioterapia habían sido mínimas.
– Hablemos claro, Jake. Tienes el hombro mejor de lo que yo sospechaba. No te hacen falta sesiones diarias. Si les digo eso, puedo hacer que vuelvas más rápidamente a tu trabajo, y lo haría sin pararme a pensar lo que a mí me parece que te pongas todos los días en peligro.
– Te lo agradezco mucho, pero no.
– Como quieras.