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Tras secarse las manos, se dio la vuelta en dirección a los retretes y, antes de que pudiera parpadear, se chocó con una clienta.

– Lo siento -musitó.

– Ha sido culpa mía.

En aquel momento, Brianne se dio cuenta de que estaba cara a cara con la mujer que solía sentarse con el hombre de sus fantasías. Su cabello oscuro iba cortado a capas, a la última moda. Su peinado contrastaba perfectamente con su ligero maquillaje y su moderno atuendo.

Efectivamente, no parecía que aquella mujer se pasara el día masajeando el cuerpo de otras personas.

– Perdone, voy un poco retrasada -le dijo, tras consultar el reloj. Entonces, se dispuso a entrar en el retrete para cambiarse.

– ¿Podemos hablar primero?

– ¿Cómo dice? -preguntó Brianne, dándose la vuelta inmediatamente.

No tenían nada en común, nada de qué hablar… excepto de él. Brianne no había hecho nada, a pesar de que los pensamientos y las fantasías que había tejido sobre un hombre al que no conocía eran lo suficientemente atrevidos como para hacerla sonrojar, y eso que había visto muchos hombres medio desnudos a lo largo de sus sesiones. Sin embargo, ninguno de ellos se parecía a él en lo más mínimo. Era un hombre potente, masculino, que le daba la libertad de sentirse como una mujer, de flirtear sin temer nada, porque él estaba con otra mujer y ella demasiado ocupada…

– ¿Se encuentra bien? Espero que no vaya a desmayarse.

– Sí, estoy bien -dijo Brianne, muy avergonzada por sus pensamientos. Debía recordar que el hombre de sus fantasías tenía novia, y que ésta quería hablar con ella en aquellos instantes-. Estoy bien -añadió-. Gracias. Es sólo que voy muy retrasada. Mi jefe…

– Es un tipo estupendo. Dijo que podríamos charlar cuando llegara.

– No estoy tratando de ser grosera, pero tengo que ir a trabajar. De verdad. Jimmy es maravilloso, pero él no me puede compensar por las propinas que ya he perdido.

– Lo entiendo mucho mejor de lo que usted piensa. Vengo aquí a menudo.

– Lo sé -susurró Brianne, antes de que pudiera contenerse.

– Sí, bueno, no quiero que piense que soy una entrometida, que estaba escuchando deliberadamente, pero… -confesó la mujer, con una tímida sonrisa-. Bueno, sí, estaba escuchando deliberadamente. Anoche. Oí cómo le decía a Jimmy lo cansada que estaba y lo mucho que deseaba poder tomarse un respiro. Entonces, él le recordó que usted quiere mudarse con su hermano cuando él empiece en Stanford en el otoño.

– ¿Y quiere ponerme en el primer avión que vaya hacia allá? -le preguntó Brianne, con una pizca de sarcasmo.

– Sí. No -contestó la mujer, tras soltar una carcajada-. Bueno, creo que es mejor que me explique.

Brianne no estaba segura de que quisiera escuchar las palabras de la mujer. Si pensaba que Brianne, estaba tratando de cazar a su novio, sería capaz de hacerle creer que California era un lugar excelente. De hecho, así era. Supondría un nuevo comienzo para su hermano y para ella. Ejercer su profesión en un clima más cálido. Horas normales. Amigos. Una vida…

Suspiró. Había enviado currículos, pero hasta aquel momento no había tenido demasiada suerte. O la habían rechazado de plano o el sueldo que la ofrecían no se acercaba a lo que podía ganar en Nueva York. Brianne tenía que elegir muy bien si quería pagar los préstamos para el internado de Marc y sus propias deudas.

Dejando a un lado la realidad, Brianne tenía en mente el trabajo con el que siempre había soñado, un lugar en el que había solicitado trabajo y en el que todavía no le habían contestado. Si el Rancho para Niños Especiales le ofrecía un puesto, esperaba sinceramente poder aceptarlo. Trabajar con niños siempre había sido su sueño, pero no había podido cumplirlo porque el trabajo que había conseguido en el geriátrico le reportaba un sueldo muy bueno. Brianne no tenía mucha esperanza de que la oferta del Rancho llegara o que fuera mejor que lo que había recibido hasta el momento. Marc y ella estarían separados por primera vez en su vida, lo que probablemente era mejor para su hermano, pero aun así…

– ¿Me escucha?

– Sí -respondió Brianne, parpadeando-. Lo siento.

– Le diría que nos sentáramos y que habláramos, pero… -susurró la mujer, mirando a su alrededor. Entonces, sonrió-. Bueno, ya ve dónde nos encontramos. Sin embargo, me gustaría que me escuchara. Tengo una proposición que le garantizo que no podrá rechazar.

Capítulo 2

Brianne entró en el decorado vestíbulo del lujoso edificio del East Side de Manhattan. Un portero uniformado la recibió a la entrada y la saludó con una simpática sonrisa.

– Hola, señorita Nelson.

Brianne se detuvo, sorprendida de que el hombre la recordara. Sólo lo había visto en una ocasión, cuando visitó a Rina a principios de aquella semana.

– Hola, Harry -respondió, leyendo el nombre al mismo tiempo en la insignia que el hombre llevaba puesta.

Él inclinó la cabeza y la acompañó hasta el ascensor privado que llegaba exclusivamente al ático. Entonces, apretó el botón para que se iluminara inmediatamente la flecha de subida.

Mientras esperaba, Brianne miró a su alrededor. Había cristal y cromo por todas partes, mostrándole su reflejo desde todos los ángulos posibles. Tenía que admitir que el impacto que el lujoso vestíbulo causaba en ella no había disminuido por ser la segunda vez que acudía allí.

– Se acostumbrará, señorita.

Las inesperadas palabras del portero le dijeron a Brianne que tenía un aspecto tan atónito como se sentía.

– Lo dudo -murmuró.

No después de vivir con lo básico durante tanto tiempo. Sin embargo, no tenía elección. Viviría en aquel lugar a lo largo del verano.

Sin previo aviso, las puertas del ascensor se abrieron. Brianne entró inmediatamente y las puertas se cerraron suavemente, dejándola a solas con sus turbadores pensamientos.

Nunca había creído que pudieran comprarla, pero aquello había sido antes de que una mujer llamada Rina le hiciera una oferta a la que Brianne no pudo resistirse. A cambio de ser la fisioterapeuta de su hermano por las tardes, Brianne ganaría dinero más que suficiente para tener por fin una vida propia. Podría pagar el exclusivo internado de Marc y, como los gastos de la Universidad estarían sufragados por medio de becas, sus días de penurias económicas habrían llegado a su fin. Incluso había conseguido empezar a pagar su deuda gracias a la segunda parte de la oferta de Rina: una de las habitaciones del ático completamente gratis para todo el verano.

Al pensar que se iba a mudar con Rina y su hermano, que eran virtualmente unos desconocidos, las viejas ansiedades de Brianne volvieron a resurgir, aunque las batalló con la habilidad innata que había adquirido a lo largo de los años. Aunque todavía no conocía al hermano de Rina, la simpatía que había demostrado esta última había servido para tranquilizarla. No había razón para volver a caer en los viejos patrones creados por el peligroso y errático estilo de vida de sus padres. Ya no.

Tenía una preocupación más importante: el novio de Rina. Brianne esperaba de todo corazón no encontrarse con el hombre de sus fantasías durante su estancia en la casa. Estaba segura de que si Rina había sospechado la atracción que había surgido entre ellos, se encargaría personalmente de mantenerlos separados. Aunque le dolía, sabía que era lo mejor para ella misma, para su hermano, por tantas razones…

El ascensor se detuvo suavemente y las puertas se abrieron. Estaba directamente en la entrada y se quedó atónita por lo grande que era aquel ático. Aparentemente, Rina lo compartía con su hermano, lo que le iría muy bien para sus sesiones de fisioterapia de por las tardes.

El lujo era increíble. Arañas de cristal, enormes ventanales, suelos de mármol… De repente, Brianne se sintió abrumada por la enormidad de su decisión. Sin embargo, igual que se había dicho antes, si una rica viuda, tal y como Rina se había denominado, quería gastarse el dinero facilitándole la vida a su hermano, Brianne sólo podía congratularse por su suerte y trabajar mucho.