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Así era Joe Beckwith. Bram la entendía. Además, Sophie siempre había sentido un cariño especial por su padre.

– Ya veo -murmuró.

– Me siento fatal por dudar -le confesó ella entonces-. MÍ padre no es precisamente un sentimental y nunca le han importado demasiado los cumpleaños y esas cosas, pero creo que esta vez es diferente. Tengo que estar allí.

Bram se quedó pensativo un momento.

– ¿Podrías venir para su cumpleaños y luego marcharte? De ese modo sólo tendrías que ver a Melissa y a Nick durante una noche.

– ¡Se lo dije a mi madre y ahí fue donde empezó con el chantaje! Dice que si voy a salir corriendo, cancelará la fiesta de cumpleaños. Según ella, no es mucho pedir que pasemos juntos el cumpleaños de mi padre y lo que podrían ser nuestras últimas navidades en la granja. ¿Cómo voy a disfrutar de las fiestas sabiendo que he sido una egoísta y que le he hecho daño a mis padres? En fin, te puedes imaginar el lío que tengo en la cabeza.

Bram podía, desde luego. Conocía a Harriet Beckwith de toda la vida y si había decidido reunir a toda la familia por Navidad, toda la familia se reuniría por Navidad. La pobre Sophie no tenía nada que hacer.

– ¿Y tan horrible sería? -le preguntó.

– No, no, probablemente no. Seguramente estoy exagerando, como siempre. Pero es que…

– No quieres ver a Nick -terminó Bram la frase por ella.

Sophie asintió, mordiéndose los labios.

– Debería haberlo olvidado. Eso es lo que dice todo el mundo. Es hora de seguir adelante, de olvidarme de Nick de una vez por todas.

– Hace falta tiempo -le aseguró Bram-. Tu prometido te dejó por tu hermana. Eso no es algo que uno pueda olvidar fácilmente.

Desde luego, él nunca olvidaría su cara cuando le habló de Nick por primera vez. Loca de felicidad, Sophie estaba demasiado emocionada como para quedarse quieta.

Levantando los brazos al cielo, empezó a dar vueltas, riendo, irradiando alegría…

– ¡Soy tan feliz! -gritaba, como una niña. Y Bram había mirado a su amiga de la infancia, a la Sophie que se subía a los árboles y jugaba como un chico, a la Sophie de pelo rizado y barbilla obstinada, y vio la transformación.

Durante años apenas había pensado mucho en ella. Era sencillamente Sophie, una parte de su vida. La había echado de menos cuando se marchó a la universidad, pero tenía otras cosas para distraerse. Cada vez que volvía a casa le contaba todo lo que hacía y siempre era la misma chica atrevida y turbulenta, Sophie, su amiga. Divertida, caótica, simpática… la clase de chica con la que uno podía hablar y reírse, pero no la clase de chica con la que uno se acuesta. No la clase de chica con la que uno piensa en acostarse.

De modo que para él resultó extraño verla de otra forma, comprobar que era la misma y, sin embargo, otra.

Sophie le contó todo sobre Nick, demasiado emocionada como para darse cuenta de que él empezaba a mirarla de otra forma o para darse cuenta de que Bram, el bueno de Bram, el reflexivo y maduro Bram, estaba completamente desconcertado.

– No sabía lo que era estar en las nubes hasta ahora -le había confesado Sophie-. Ay, Bram, estoy deseando que conozcas a Nick. ¡Es increíble! Es inteligente, divertido, guapo… no sabes lo guapo que es. ¡No puedo creer que me quiera a mí cuando podría estar con quien le diese la gana! -cerrando los ojos, Sophie se abrazó a sí misma-. Tengo que pellizcarme para creer que esto no es un sueño… aunque si lo fuera, no podría soportarlo. ¡Me moriría!

Así era Sophie, recordó Bram con afecto. Ella no hacía las cosas a medias. Debería haber imaginado que cuando se enamorase lo haría completa, absoluta, apasionadamente. La palabra moderación no estaba en su vocabulario.

– Nick me ha pedido que me case con él. Aún no le he contado nada a mis padres porque seguramente pensarían que esto es muy apresurado… Nos conocemos hace poco tiempo, pero Melissa va a quedarse conmigo en Londres durante unas semanas, así que he pensado ir presentándole a la familia poco a poco. Seguro que Melissa les contará a mis padres que es un hombre maravilloso y así no será una sorpresa cuando lo lleve a casa dentro de un mes.

Pero, al final, no había sido así.

Bram volvía a casa después de un largo y caluroso día de julio cuando vio una solitaria figura caminando por el valle. Deteniendo el tractor, esperó que llegase a su lado. Sabía que era Sophie y sabía, por su forma de caminar, que le ocurría algo.

Sophie no había dicho una palabra mientras se acercaba y Bess corría hacia ella con su habitual entusiasmo, pero cuando levantó la cara su expresión de desamparo hizo que a Bram se le encogiera el corazón.

Sin decir una palabra, se apartó para que ella se sentara a su lado en el tractor y durante un rato se quedaron así, en silencio, mientras el sol iba escondiéndose tras las colinas. Bess jadeaba al lado del tractor, pero aparte de eso todo era silencio.

– Siempre pensé que era demasiado bonito para ser verdad -dijo Sophie después. Y para Bram lo peor fue oír su voz. Siempre había sido tan alegre, tan viva… pero ahora no había en ella emoción alguna, ninguna entonación. Nada que ver con Sophie.

– ¿Quieres contármelo?

– No debería. Prometí no contárselo a nadie.

– ¿Ni siquiera a tu mejor amigo?

Ella lo miró, sus ojos del color del agua de un río empañados por el sufrimiento.

– Creo que, al menos, tú me entenderías.

– Cuéntamelo. ¿Es Nick?

Sophie asintió con la cabeza.

– Ya no me quiere.

– ¿Qué ha pasado?

– Ha conocido a Melissa. La vio y se enamoró por completo de ella. Yo me di cuenta -empezó a decir Sophie con la voz llena de dolor-. Le vi la cara y supe lo que estaba pasando.

Bram no sabía qué decir.

– Sophie…

– Debería haberlo imaginado. Ya sabes cómo es Melissa.

Bram lo sabía bien, sí. La hermana de Sophie era la chica más guapa que había visto nunca, con una belleza etérea que no pegaba nada en un pueblo de Yorkshire, al contrario que Sophie.

Era difícil creer que fuesen hermanas. Melissa no se parecía nada a Sophie. Era dulce, frágil, una chica de pelo rubio como una especie de halo dorado a su alrededor. Pocos hombres eran inmunes a su atractivo y Bram tampoco lo había sido. A veces pensaba que su breve compromiso diez años atrás no había sido más que un sueño. ¿Cómo podía un hombre tan normal como él haber interesado a un tesoro como Melissa?

Entendía que Nick se hubiese enamorado de ella, pero lo odiaba por haberle hecho daño a Sophie.

– ¿Y qué hiciste?

– ¿Qué podía hacer? No tenía sentido fingir que no pasaba nada. Le he devuelto su anillo de compromiso. Le dije que era absurdo que los tres fuéramos infelices -Sophie sonrió un poco, con una amargura imposible de disimular-. Mi compañera de piso, Ella, dice que debería haber luchado por él, pero ¿cómo voy a competir con Melissa?

– Pero Nick podría haberla olvidado con el tiempo, podría haber sido algo pasajero -sugirió Bram-. A él mismo le había pasado. Cuando estaba a tu lado era imposible mirar a nadie más, pero una vez que se había ido resulta difícil recordar cómo era exactamente o lo que había dicho o lo que uno había sentido… además de quedarse impresionado por su belleza y su dulzura.

Sophie no era así, pensó entonces. No era tan guapa como Melissa y, sin embargo, la recordaba perfectamente; sus expresiones, su risa, cómo movía las manos cuando hablaba. Siempre podía ver a Sophie en su cabeza cuando pensaba en ella.