– Llámame loco, pero comparada con Lyssa, Sybil era normal, pero todo lo que conseguí de esta reunión fue un dolor de cabeza. Las instrucciones concretas de cómo matarle hubiesen sido bienvenidas.
– Cierto, pero en este caso, creo que conseguimos lo mejor de lo que podríamos esperar.
– ¿Entonces por qué perdimos el tiempo?
Ella le palmeó con indulgencia la mejilla.
– ¿Quién dijo que perdimos el tiempo?
– Yo, por cierto.
– Y estás equivocado, por cierto. Confía en mí.
Sí, claro. No iba a cometer ese error.
– No te ofendas, pero la última persona en quien confié trató de asarme a la barbacoa-personal y profesionalmente.
En vez de enfadarla, las palabras volvieron suave y tierna su expresión.
– No soy estúpida, Aidan. No habría acudido a ti si quisiera herirte.
Tenía sentido mientras lo decía, pero él no podía sacudirse la amargura en su interior si no quería volver a quemarse nuevamente. Estaba tan cansado de que la gente jugará con él, usándolo para obtener lo que querían, para hacerle después a un lado en el minuto en que él los desagradaba.
No era basura de usar o tirar. Era un ser humano con sentimientos como todos los demás.
Asustado de lo que le podría hacerle Leta y asustado del pasado, extendió la mano para tocar su mejilla. Su piel era tan suave, sus labios invitadores. Había habido un tiempo en su vida en el que no hubiera dudado en dar un paso hacia una mujer como esta. Un tiempo en que la hubiera tenido riéndose y desnuda en la cama.
Ahora una parte de sí mismo estaba muerta. Nunca más sería tan despreocupado y lleno de vida. Habían lanzado su alma al suelo donde todavía estaba enlodada por los recuerdos y dolía tan profundamente que se preguntó si alguna vez sería capaz de revivir alguna parte del hombre que había sido alguna vez.
¿Lo quería?
Había algo por decirlo de alguna manera adormecido. No había obligación. Ni daño para sí mismo o cualquier otro. Era un lugar bonito para vivir una vez que sobrepasabas la soledad.
Pero mientras clavaba la mirada en esos ojos tan azules y sinceros, todo el aislamiento de su vida lo golpeó en el pecho.
¿Si me he vuelto loco, estaría tan mal besarla?
¿Lo sería?
Y antes de que pudiera darse la razón, bajó la cabeza para saborear los labios más dulces que había conocido alguna vez.
Leta enterró las manos en el suave pelo de Aidan mientras su respiración se entremezclaba con la de él. Para ser mortal, sabía como besar. Ella podría sentir el acero de su cuerpo en contra el suyo, sentir el calor de su abrazo hasta su alma inmortal.
No debería estar haciendo esto. Pero no podía obligarse a parar. Había pasado demasiado tiempo sin que un hombre la tocara. Desde que había permitido que ninguna pasión tocara su vida. Se suponía que carecía de emociones, pero aquí estaba ella, sintiendo su presencia en cada fibra de su ser.
¿Las estaba extrayendo de él como un Shifon? Esa era la explicación más lógica para estas emociones y todavía eso no le parecía bien. Los sentimientos eran demasiado reales. Los sentían como suyos. No era su cólera. No era su lujuria. Era su anhelo, de ella misma, que tenía y venía de lo más profundo de su maltratado corazón. Una necesidad de estar cerca de él.
Asustada de perder sus sentimientos, envolvió los brazos a su alrededor y los transportó de regreso a su cabaña. Profundizo el beso mientras se le aceleraba el corazón y le ardía la sangre. Esto era lo que más necesitaba.
Aidan.
Ella retrocedió para contemplarlo.
– Quiero estar contigo, Aidan,- murmuró mientras sus manos se demoraban en el dobladillo de la camisa.
Honestamente, esperaba que la apartara otra vez. Ciertamente no lo culparía si lo hiciera después de todo lo franco que había sido. Nadie lo culparía por eso.
Pero no lo hizo. Sus ojos verdes brillaban con calor, él le quitó de un tirón la camisa por la cabeza, y la arrastró de vuelta a sus brazos para continuar el beso.
Cerrando los ojos, ella saboreó su sabor, la sensación de sus manos examinando rápidamente su cuerpo mientras lo sujetaba contra ella. Sus músculos abultados y tensos bajo sus palmas, le recordó un tiempo muy distante en el que había tenido miedo de tocar a un hombre como este. Pero eso había sido hacía eónes y ella había cambiado mucho desde entonces.
Durante siglos, había luchado sola contra Dolor, tratando de salvar tantos seres humanos de como pudo. Había sentido que era su deber a pesar de estar insensibilizada para todo menos para el dolor.
Después de un tiempo esa ausencia de sentimientos había consumido y debilitado su determinación. Había aprendido a extraer como un shifon las emociones de los humanos en sus sueños. Durante un tiempo, había empezado a confiar en esas emociones y había tenido miedo de convertirse en un Skoti – uno de los dioses del sueño que hacían presa de los humanos con el fin de obtener sentimientos. No era necesariamente una cosa mala, excepto cuando tomaban demasiado y conducían a los anfitriones humanos a la locura y destrozaban anímicamente sus vidas. Era algo que ella no podía permitirse hacerle a una persona inocente. El momento en que viera que mentalmente se convirtiera en una Skoti, se encerraría en prisión con Dolor.
Ahora no tenía miedo a sus emociones o a las de Aidan. Las querían. Necesitando sentir más, los emitió al dormitorio y a la cama.
Aidan se apartó de sus labios mientras se percataba de dónde estaba.
– Un truco ingenioso.
– Puedo hacer uno mejor.
Las ropas desaparecieron.
Aidan se rió profundamente en la garganta.
– Si, eso definitivamente podría ser útil.
Ella le dio la vuelta, sobre su espalda. Él la contempló, bebiendo la visión del cuerpo desnudo contra el suyo. Los pechos eran lo más hermosos que alguna vez había visto, y había visto algunos de lo mejores del mundo. Se humedeció los labios y tiró de ella más cerca de modo que pudiera llevarse su fruncido pezón a la boca.
Leta tembló con la sensación de su caliente lengua rozándola. Ahuecó su cabeza hacia ella mientras su mente se tambaleaba con sensaciones olvidadas. Había pasado demasiado tiempo desde que había intimado con alguien. Demasiado tiempo desde que algún hombre la hubiera tocado…
Él gruñó profundamente antes de retroceder y frotar la barbuda mejilla contra su sensible pecho. Ella jadeó con fuerza mientras los escalofríos hacían erupción por todo ella.
Estaba borracha por la lujuria mientras rozaba su cuerpo con la mirada. Cada parte de él estaba esculpida con músculos. Había tanta fuerza en él, por dentro y por fuera. Y todo lo que quería hacer era tocar esa fuerza y mantenerlo cerca de ella.
Más que eso, ella quería saborearle.
Aidan la observó mientras descendía besando su camino a través de su cuerpo. Su largo pelo negro jugaba con la piel, enviándole escalofríos y haciéndolo arder. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había estado con una mujer que realmente tenía miedo de lo que vendría aún antes de que realmente la tocase.
Eso era todo lo que su maltratado ego necesitaba. Preferiría morir antes que avergonzase como algún niño de secundaria empalmado viendo a su primera mujer desnuda.
Cerrando los ojos, trató de pensar en alguna otra cosa además de esos delicados labios que se frotaban contra su carne. De la lengua dando golpecitos sobre su cuerpo. Con el corazón latiendo acelerado, quería que este momento durara.
Y cuando sintió que le mordía la punta del pene, apenas pudo contenerse para no gritar de placer. Abrió los ojos para observar como ella le tomaba aun más profundamente en la boca. Era la vista más increíble que alguna vez había contemplado. Su lengua se burló y le atormentó hasta el nivel más alto.
Leta sonrió ante el gusto salobre de Aidan y con la alegría que podía sentir que venía de su interior. Era increíble. Y lo más especial de todo era el sentimiento que ella tenía de que él tenía miedo de decepcionarla. El hecho de que si quiera se preocupase, le iluminó el corazón.