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Su bondad le recordó un tiempo cuando había sido como él. Cuando sus sentimientos habían sido suyos y cuando había sido dueña de su propia vida. Cuando había sido libre para tomar sus propias decisiones. Había perdido tanto…

Sobre todo, había extrañado el sentimiento de conexión con alguien más. Siendo una parte vital de ellos-padeciendo cuando estaban de viaje, sabiendo que alguien estaba lejos ausente y contando los segundos hasta que volvieran a reunirse. No había nada como vivir y respirar por la sonrisa de alguien a quien se ama.

Aidan dejó escapar un áspero jadeo mientras ahuecaba su cabeza en las manos. Quería simplemente, sexoanimal. Ningún compromiso, nada de promesas. Nada excepto ambos saciando una picazón biológica.

Y aún así, mientras la observaba complacerlo, esa repugnante y tierna parte de él que odiaba se agitó. Era la parte que deseaba una mujer que no le engañara. Una en la que pudiera confiar que no lo lastimara o traicionara. Una persona que permanecería fiel a él sin importar lo que se arrojara en su camino.

Otras personas lo tenían. ¿Por qué no podía él?

Porque no te lo mereces…

No quería creer en eso. Sin duda para Dios, ya que siempre había hecho lo correcto en la vida, era digno de la lealtad de alguien. Del amor de alguien.

– ¿Alguna vez engañaste a tu marido, Leta?- Se encogió de miedo mientras las palabras salían de sus labios.

Mencionar al marido probablemente mataría el deseo sexual de ella.

Pero aun así, necesitaba saber si había sido digna de confianza o como Heather, una mentirosa que se vendió al mejor postor.

Los ojos se le llenaron de dolor mientras se apartaba de él.

– No. Nunca. Le amé completamente, y mientras vivió, ni siquiera miré a otros hombres. Nunca hubo nadie en mi mundo excepto él.

– ¿Era un Dios?

Negó con la cabeza mientras hacía círculos lentos con la mano sobre su abdomen.

– Fue un guerrero. Un buen hombre al cual visite una vez en sueños. Para un soldado, había sido asombrosamente artístico y sus sueños habían sido brillantes con colores y sonidos.-Se atragantó como si fuera casi demasiado para ella volver a pensar-.Y cuando le vi temblar al sostener por primera vez a nuestra hija…cada parte de mí lo amó más.

El estómago de Aidan se contrajo. Eso era lo que quería. Alguien que lo amara así.

– ¿Te engañó alguna vez?

Su mirada se encendió.

– Lo habría matado.

Aidan ahuecó su mejilla en la mano mientras clavaba la mirada en esos ojos luminescentes.

– ¿Crees que alguna vez supo qué era un bastado con suerte?

– No lo llamaría suerte. Por mí causa, y por tratar de proteger mi espalda, fue destripado en el suelo como un cerdo.

Aidan se sintió apenado por su pérdida, pero no cambiaba el hecho de que mataría por tener lo que había compartido ella con su marido.

– No sé. Creo que por tener un día lo que has descrito valdría la pena ser destripado.

Leta se sorprendió mientras sentía las lágrimas picándole en los ojos por él.

– No te merecías lo que te sucedió, Aidan…

– Llegar a ser merecedor por no hacer nada. Tú no merecías perder a tu familia. Y definitivamente no merecían morir porque Zeus sea un idiota.

Una sola lágrima rodó por su mejilla donde fue bloqueada por el dedo de él. Interiormente, ella sintió algo que no había sentido en siglos. Un vínculo emocional con otra persona. Él entendía su tragedia. Sobre todo, la sentía.

Queriendo alejar de él la tristeza, para darle un momento de paz, subió poco a poco por su cuerpo con el fin de poder besarle profundamente.

La cabeza de Aidan se dejó llevar con la aguda pasión de su beso. No podía recordar a nadie en toda la vida que lo besará de este modo. Era exigente y abrasador, e inflamaba cada terminación nerviosa de su cuerpo. Todo lo que quería era tocarla. Sentirla.

Estar dentro de ella.

Ella se aferró apretadamente a su cuerpo antes de inclinar la cabeza para mordisquearle la garganta. Aidan gruñó mientras su lengua danzaba a través de su piel. Todos los pensamientos huyeron de su mente. Ella era la única cosa en lo que podía concentrarse, la única cosa que podía sentir. Su toque le marcó la piel mientras le dejaba quitarle un pasado al que no quería darle mucha importancia.

Leta le dio la vuelta, sobre su espalda. Se derritió interiormente y todo lo que quería era sentirlo profundamente dentro de su cuerpo. Incapaz de esperar, se montó a horcajadas sobre sus caderas y se empaló a sí misma en él.

Él echó hacía atrás la cabeza como si hubiera sido electrocutado.

– Oh, Dios mío, Leta,-jadeó-.No…para

Ella vaciló con sus palabras.

– ¿Quieres que me detenga?

– No,-casi rugió-.Si paras ahora, te juro que moriré.

Ella se rió de sus desesperadas palabras antes de reanudar los movimientos.

Aidan no podía respirar mientras ella empujaba contra de él. Honestamente quería morir en este momento perfecto. No había sentido nada mejor en toda su vida que la mujer encima de él. Era como un ángel enviado para salvarle de su soledad.

Y nunca le permitiría dejarla marchar. Él quería congelar este momento y quedarse justo donde estaba mientras agarraba sus suaves muslos con las manos. Él levantó las caderas, propulsándose a sí mismo aún más profundo dentro de ella. Esto era en donde él quería estar. Quería fingir que no había un mundo fuera de esta cabaña, nadie lo esperaba allí para desgarrarlo en pedazos. Nadie para hacerle daño.

Allí sólo estaba Leta y el placer que ella le daba. Esto, esto era el cielo.

Y cuando ella alcanzó el orgasmo, él se mordió el labio tan fuerte, que saboreó la sangre. Un instante más tarde, se unió a ella en la liberación.

Con la respiración vacilante, se derrumbó encima de él. Su dulce respiración le cosquilleó el pecho mientras observaba las sombras moviéndose en el cielo raso. No podía recordar la última vez en que había estado así de relajado. Que había estado en paz de esta forma.

Si, estaba definitivamente loco. Todo este día, incluyendo su aparición, tenía que ser alguna clase de alucinación. Debía de haberse caído y golpeado la cabeza. Con fuerza.

Pero honestamente, si este era un sueño, entonces no quería despertarse de él.

Leta se incorporó sobre los codos para bajar los ojos hacia él quien la observaba con ojos medio cerrados. Enderezó la cabeza con curiosidad.

– ¿Qué estás pensando?

Él sonrió ante la pregunta muy humana mientras enrollaba su sedoso pelo con la mano.

– Pienso en lo bien qué te sientes en mis brazos.

La sonrisa de ella hizo que el corazón se elevara y sacudiera su ingle.

– Sólo he estado contigo y con mi marido. Me había olvidado de lo increíble que esto podía ser.-Sus ojos se nublaron-.A diferencia de ti, no me gusta estar sola.

La pena y el dolor se acumularon en la garganta para estrangularlo, y le confió algo que él no había confiado a nadie- ni siquiera a si mismo.

– Ni a mí. Estar solo apesta.

Ella cerró los ojos antes de cubrir su mano con la de ella e inclinar el rostro para besarle la palma de la mano.

Ese sencillo gesto lo destrozó.

– Si me traicionas, entonces Leta…Mátame. Ten piedad y no me dejes vivir en la sombra por tu crueldad. No puedo aguantar otro golpe como eso. No soy tan fuerte.

Un tic comenzó en la su mandíbula de ella mientras soltaba su mano y le dedicaba una mirada dura.

– No vine hasta aquí para traicionarte, Aidan. Vine aquí a luchar por ti, no en tu contra.

Con la vista nublada despreció las lágrimas que sintió fluir. No había llorado en mucho tiempo…Quería recuperar su cólera. La cólera no dolía. No le hacía sentir inútil o impotente. No podía analizar aún lo suficiente para identificar algunos de esos confusos sentimientos. Lo dejaban vulnerables y la debilidad era algo que él había aprendido a despreciar muy pronto en su amargada vida.