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Ella frunció el ceño cuando mencionó una referencia que ella comprendía completamente.

– ¿Dónde el Rey Leónidas y su banda de trescientos guerreros detuvieron a la armada Persa?

Él parecía sorprendido por su pregunta.

– ¿Conoces la historia?

Ella sonrió reprendiéndolo.

– Soy un dios Griego, Aidan. Por supuesto que conozco la historia.

Había una luz en sus ojos que decía que decía que todavía le costaba aceptar quien y que era ella.

– Sip… de todos modos, me llamó la atención la historia de la batalla, y al contrario que tú, no soy lo bastante afortunado par ser un testigo ocular de aquello. Cuando la ví, descubrí que fueron traicionados por un propio soldado espartano.

– Ephialtes.

Aidan asintió.

– Él quería dinero, así que por eso, vendió a sus propios compatriotas y soldados y le habló a los Persas acerca del pequeño paso de cabras que les permitiría matar a todos los hombres de Leónidas. Hombres que habían protegido su espalda en batalla. Hombre con familias que alimentar. Hombres que luchaban para proteger su propia patria y familia e hijos que él había dejado atrás igual que ellos. Una familia que sufriría bajo la ocupación persa. Pero nada de eso le importaba al codicioso y egoísta bastardo. Todo lo que quería era más y al resto del mundo que lo maldijeran. Me horroricé cuando me enteré de eso. No podía entenderlo entonces y todavía no puedo entender como alguien podría hacer tal cosa.

Desafortunadamente, ella lo entendía. Había visto a las personas hacer eso una y otra vez a lo largo de la historia.

– Simple. Siempre hay algún lametable humano que quiere lo que otras personas tienen y no quieren tener que trabajar para ganarlo.

– Exactamente, y la parte que me mata es lo lejos que están dispuestos a llegar y como se sienten tan justificados en su robo. Si hubiese aplicado la mitad del esfuerzo en ganar el dinero que gastan intentando robarlo, serían más ricos que yo.

Leta no podía estar más de acuerdo. Las personas así siempre la enfadaron.

– La familiaridad cría el desprecio. Por mantenerlos cerca, se dan cuenta que sólo eres tan humano como ellos. Ahí es cuando se asienta la locura. No pueden entender por que tú tienes más que ellos cuando eres un simple humano al igual que ellos. Entonces te odian por eso.

– Sí, ¿Pero por qué?

Leta suspiró.

– Realmente no lo sé. Los humanos son capaces de tanta creatividad y bondad al mismo tiempo que son destructivos y crueles. Es como si los de tu clase necesitaran de la adversidad para conseguir algo.

– No, no lo somos. Eso es sólo una mentira que la gente se dice a si misma para sentirse mejor acerca de toda la gente que les golpea en los dientes cuando es casi tan fácil ayudar a un hombre a levantarse como patearlo hacia el suelo. Eso es por lo que me he retirado de este mundo. No quiero tener que mirar mi espalda todo el tiempo y estoy cansado de intentar imaginarme si la lealtad que alguien profesa es real y verdadera, o sólo otra mentira que se desmoronará en el instante en el que prueben los celos.

– Yo soy incapaz de sentir celos.

– ¿Lo eres?

Ella le cogió del mentón y le obligó a encontrar su mirada.

– En serio, Aidan. En mi mundo, los celos son un hombre, Phthonos. Está en el tribunal de Afrodita y nunca ha echado raíces en mi corazón.

Él tiró de ella para darle un beso tan condenadamente dulce que literalmente hizo que se le curvaran los dedos. Ese beso era el más increible que había conocido y su conocimiento no podía hacer sino que se doliera.

Como si él sintiera su temor, Aidan se puso rígido un instante antes de apartarse de ella.

– Acaba de ocurrírseme algo. ¿Qué pasará contigo cuando esto termine?

Leta apartó la mirada, incapaz de responder esa pregunta. El dolor era insoportable.

Aidan maldijo antes de que respondiera por ella.

– Te irás, ¿No es verdad? Quiero decir, tú eres realmente una diosa. No puedo exactamente retenerte, ¿verdad?

– ¿Lo querrías?

Él se levantó de golpe del sofá de modo que pudiera andar de un lado a otro delante de ella. Todo su cuerpo estaba tenso mientras se movía, y mostraba cada definido músculo en ese magro y duro cuerpo. Ella podía sentir su confusión.

– No lo sé, Leta. Realmente no lo sé. Pero tú eres la única persona que no he querido echar de aquí en realmente mucho tiempo.

Ella le sonrió.

– Bueno, no fue porque no lo intentaras.

– Sip, pero te traje de vuelta.

– Cierto…-ella se puso seria cuando consideró lo que tenían ante ellos.- Yo tampoco lo sé. Personalmente creo que deberíamos centrarnos en sobrevivir los próximos días y después veremos donde estamos… si todavía estamos enteros.

Él se detuvo antes de pasar su mano a través de su pelo rubio.

– ¿Qué no me estás diciendo acerca de a lo que nos enfrentamos?

Ella tiró la pequeña almohada de bajo de su brazo a su regazo.

– Nuestra única opción con Dolor quizás sea volver a ponerle a dormir otra vez.

– ¿Y?

– La última vez que lo hice mis heridas fueron tan graves que tuve que ponerme en éxtasis para curarme. Eso fue hace casi doscientos años.

Ninguna parte de él se movió a excepción de su mirada, la cual cayó al suelo frente a ella.

– Ya veo.

Su corazón se hizo trizas ante el completo significado de esas dos simples palabras.

– No, Aidan. No lo mires así.-Verlo dolido le hacía daño a ella-.Necesito tu rabia. Tu furia alimenta mis poderes y me hace fuerte. Cuanto más fuerte sea yo, menos será él capaz de herirnos a mí o a ti.

Él sonrió ante la ironía.

– Ninguna mujer me había pedido antes cólera.

Ella dejó la almohada a un lado antes de levantarse y cruzar la corta distancia entre ellos.

– No soy la típica mujer.

– En más de un sentido.-él le levantó la mano que contenía el frasco.-Así que, ¿Qué necesitamos?

– Necesitamos una cama.

Él arqueó una ceja ante eso.

– ¿De veras?

Ella se rió.

– Para eso. Ya sabes porqué. Necesitamos estar cómodos porque un chute de esto nos pondrá fuera de combate toda una noche… o más.

Él hizo un puchero.

– Le quitas toda la diversión al asunto.

Sus palabras la confundieron.

– ¿Luchar es divertido?

– Oh, sí. La adrenalina se sitúa aquí mismo por encima del sexo.

Uh-huh…

– Eso es una cosa de hombres, ¿no?

– Yo diría que sí, pero he conocido a bastantes mujeres que dicen que esto no es único a mi género. Me he encontrado a muchos maratonianos fuertes subidos a tacones altos.

Ella puso los ojos en blanco. Dando la vuelta, le tendió la mano.

– Vamos, soldado. Alimentemos tu necesidad.

Él deslizó su mirada ávidamente por su cuerpo.

– ¿Cuál?

– Salvemos tu vida, después nos preocuparemos por tu cuerpo.

Él dejó escapar un sonido de disgusto.

– Hay algunos placeres por los que se puede morir.

– Sí. Pero yo no quiero ser uno de ellos.

Él todavía estaba haciendo pucheros cuando tiró de él hacia el dormitorio. Leta lo hizo acostarse primero de modo que pudiera depositar tres gotas de suero sobre su lengua.

Aidan puso mala cara.

– Ack, es amargo.

– Lo sé.

Ella observó como empezaba a parpadear, intentando permanecer despierto.

– No luches. Te veré en el otro lado.

Sus ojos verdes encontraron los suyos.

– Más te vale. Confío en que estés allí, Leta. Te necesito allí.- y con eso, él se durmió.

Leta se tomó un momento para pasar su mirada sobre él. Realmente era hermoso. No queriendo nada más que salvarle, ella se tendió a su lado y descansó la cabeza sobre su hombro antes de beber el suero.

No sabía que los esperaba en el reino de los sueños, pero sería duro y frío.