Aún así, lo encararían juntos.
– No te traicionaré, Aidan.- Aún así mientras decía esas palabras, no estaba segura de si podría mantener esa promesa. La única cosa que había aprendido a lo largo de su vida era que las buenas intenciones eran a menudo las más letales.
Todo lo que esperaba era que Aidan no fuera su próximo arrepentimiento.
CAPÍTULO 7
Aidan estaba en el centro de un cegador vendaval. El viento se estrellaba contra él, aullando en sus orejas. A su alrededor todo era oscuridad tan amarga que impregnaba cada parte de él. No sabía a dónde ir. Cada movimiento estaba acompañado por vientos tan brutales que todo lo que hacían era sofocarle. No se atrevió a dar un paso por miedo a que empeorara.
El pánico se asentó mientras luchaba por mantenerse firme y en pie. No se había sentido así desde el día en que su hermano se había vuelto en su contra y le quitara a todas las personas en las que había confiado y lo dejaron solo. La furia le nubló la vista, pero no le sirvió de nada. La cólera no era nada en comparación con el sentimiento de pérdida que abrumaba todo su ser.
Y todavía el viendo le azotaba.
Sálveme… Por favor… La llamada dentro de su cansado corazón era débil, como la de un niño pequeño, y odiaba esa parte de sí mismo que se sentía tan perdida y abandonada.
Sálvate.
La rabia intentaba salir de nuevo a la superficie. Eso era lo que él conocía. Era quien y que era. Pero ya estaba cansado de estar solo. Cansado de pelear por su propia cuenta.
¿Cómo podía continuar solo?
– ¿Aidan?
Su corazón se encogió ante la suave llamada de la voz de Leta que se filtraba en él de alguna forma haciéndole regresar de la locura. Entonces lo sintió… ese tierno toque que le cortaba profundamente en el alma. Esto lo puso en pie y lo arrancó del borde del pánico.
Actuando por instinto, tiró de ella contra él y la mantuvo apretada. Dejó que su esencia se quedase en él incluso más. Esto era lo que necesitaba, alguien para equilibrar la locura. Alguien en quien él pudiera confiar incluso durante el más brutal de los ataques. Alguien que no escaparía por miedo, ira o celos.
Y allí estaba ella, de pie a su lado sin sobresaltarse o añadirle dolor a aquello. Ese conocimiento le chamuscó.
Leta cerró los ojos, asombrándose por la manera en que Aidan se aferraba a ella, como si fuese sagrada para él. Más que eso, realmente temblaba en sus brazos. Era una vulnerabilidad que estaba segura que habría escudado de cualquier otro. Era la única a la que todavía tenía confianza para exteriorizar esta parte de sí mismo y la llenó de una increíble alegría.
– No dudas de mí, ¿no es así? -Bromeó ella.
Su agarre sobre ella se tensó.
– Todo el mundo ha desertado, ¿por qué no lo harías tú?
Ella oyó la rasgada y cruda emoción en su voz y eso le trajo lágrimas a los ojos.
– Siempre estaré aquí.
– Sí, claro.
Ella retrocedió para ahuecar su cara con las manos.
– Mírame, Aidan. No dudes nunca de mi sinceridad. No hago promesas que no pueda mantener.
Y allí en la escasa luz vio la cosa más increíble de todas, el rayo de confianza en sus ojos verdes un instante antes de que le diera un beso tan poderoso, que le robó la respiración.
Exaltada por ello, chasqueó los dedos y los separó de la tormenta hacia un tranquilo prado. Sin embargo, sintió su incertidumbre mientras él miraba alrededor como si esperara que volviera la tormenta. Necesitaba una distracción. Un enemigo a quien pudiera enfocar su atención para sacarse de la mente el hecho de que se expuso a si mismo a ella y le permitió ver una parte de él que prefería mantener en secreto.
– ¿Convocamos a Dolor?
Él negó con la cabeza.
– Aquí no. Es demasiado abierto. En una lucha justa, quizás nos tenga.
Odiaba admitirlo, pero estaba agradecida de que entendiese el peligro al que se enfrentaban.
– Entonces, ¿qué sugieres?
El mundo cambió hasta que estuvieron otra vez en el huerto de Lyssa. Leta frunció el ceño cuando miró alrededor, todo era completamente diferente de lo que había sido anteriormente. Ahora los colores estaban mudos y la zona de arbustos parecía estar hechos de agua. Pero todavía retorcidos y convertidos en afilados ángulos que no tenían lógica.
– ¿Qué estás haciendo?
Su sonrisa la deslumbró mientras se alejaba andando y le soltaba la mano.
– Enervando a mi adversario.
Ella dirigió una mirada desconfiada hacia un arbusto que tenía forma de un tiburón-ballena, el cual trató de morderla cuando pasó a su lado.
– ¿Qué pasa con nosotros? ¿No nos hará lo mismo?
Aidan se encogió de hombros.
– No sé tú, pero he estado viviendo con la locura desde hace años. Encuentro este tipo de lugar confortable.
– Eso no es lo que has dicho antes.
– Antes no planeaba luchar aquí. Si vamos a hacer algo tan estúpido como llamar al dios Dolor para luchar con él a muerte entonces, ¿qué mejor lugar que este?
Él hizo que tuviera un extraño punto con esa lógica.
– ¿Estás seguro que quieres hacer esto? -preguntó ella.
– Es un poco tarde para dudar de nosotros mismos, ¿no es así?
Quizás, pero todavía tenía el mal presentimiento de que se trataba de un error. Si lo era, entonces tenía la intención de asegurarse de que Aidan estuviera escudado. Y en el fondo de su mente, sabía que esta era la mejor oportunidad que tenían. En este ambiente, tenían algún control.
– Bien entonces. -Ella aspiró profundamente antes de que dar un gritó-. ¡Dolor!
El dios destelló ante ellos y esta vez no estaba solo.
Aidan sintió que comenzaba a latirle la mandíbula mientras contemplaba a los dos dioses.
Dolor era unos buenos seis centímetros más alto que él, calvo y con intricados tatuajes que le cubrían toda la cara y cuerpo. Mientras él era alto y ágil, el hombre a su izquierda era pequeño y musculoso con manos que fácilmente harían dos de los puños de Aidan.
Aidan miró a Leta para confirmar la identidad del otro dios.
– ¿Timor?
Ella asintió sombría.
Encantador saber que su acostumbrada suerte se mantenía. Ahora deseaba haberse quedado en casa. No obstante, no iba a tumbarse en el suelo en esta pelea y dejar que lo pisoteasen. Había nacido dos meses prematuramente y su madre siempre le había dicho que aun cuando era un bebé había habido más lucha en él que en un ring de boxeadores. Había entrado en este mundo como un luchador, y si iba a dejarlo, entonces lo dejaría luchando.
Dolor arqueó una ceja mientras una sonrisa cruel retorcía sus labios.
– Estoy impresionado, Leta. Dijiste que te darías prisa trayéndomelo, pero esto es rápido incluso para ti. Fantástico trabajo.
Un escalofrío bajó por la columna vertebral de Aidan mientras su vieja desconfianza ardía a través de él.
– ¿Qué?
Timor sonrió burlonamente.
– ¿No sabías que estaba trabajando con nosotros para traerte directamente a nuestras manos?
– ¡Mentiroso! -chasqueó Leta. Se volvió hacia Aidan con los ojos dilatados, llenos de miedo-. No los escuches. Están tratando de hacerte daño.
Pero era difícil no creer en eso cuando las viejas cicatrices y los miedos se desgarraban con una brutalidad que le dejaban sintiéndose desnudo delante de ellos. Todos los demás le habían traicionado… su propia carne y sangre lo había arrojado a los perros y se había reído mientras lo hacía. No era un enorme salto de fe el que pensase que ella también lo lanzaría a los perros.
– Aidan, -dijo ella, tratando de llegar a él-. Confía en mí. Por favor.
Quería hacerlo, y cuando su mano le tocó la cara, sintió como sus propias emociones se venían abajo en lo más profundo de su ser. Miedo. Cólera. Agonía. Y todavía debajo de todo eso había una luz tenue de algo que no había sentido en años. Esperanza. Quería creer desesperadamente en ella.