– ¿Por qué vendrías a ayudarme?
– Porque no mereces morir después de todo lo que has pasado. Tu hermano ya te ha quitado demasiado. Y tienes tanta rabia que espero que encontremos alguna manera de matar a Dolor y detenerlo para que nunca vuelva a dañar a otra persona. Alguien tiene que resistir contra él. Todo lo que puedo escuchar cuando pienso en él es la manera en que se rió con placer cuando le rogué que le perdonara la vida a mi hija. El bastardo en realidad sonrió al asfixiarla, mientras sus secuaces me sujetaban.
Aidan hizo una mueca de dolor cuando su corazón se apretó bajo el peso de lo que Leta había descrito.
Los ojos de ella lo quemaban con su propio sufrimiento.
– Quieres dañar a la gente que te hirió, Aidan… Ahora imagina mi necesidad de saborear su sangre.
Él se quedó quieto al intentar resolver todo esto. ¿Podía ser que todavía estuviera soñando?
– No. No lo estás -dijo ella en voz alta-. Esto no es un sueño. Te lo juro.
Aidan la miró frunciendo el ceño.
– ¿Cómo sabías lo que estaba pensando?
– Puedo escuchar tus pensamientos cuando me centro en ellos.
– Bien. Entonces sabes que creo que estás loca.
Ella sonrió ante eso.
– La verdad es que lo estoy. Perdí toda la cordura la noche que mi hija murió y no pude evitarlo. Todo lo que me queda en este mundo es la sed de venganza. Y el mero hecho de que todavía pueda sentirla, cuando no debería tener ninguna emoción, te dice cuán gravemente la necesito.
Él le tendió la mano.
– Entonces tenemos mucho en común.
Leta asintió antes de cogerle la mano en la suya. Esa simple acción le envió a Aidan un escalofrío por la espina dorsal, y no estaba seguro de la razón.
Ella le apretó la mano antes de hablar.
– Tenemos que encontrar alguna manera de detenerlo.
– No te preocupes. Lo haremos. Como dije, seré el último hombre que quede en pie.
Leta cerró los ojos mientras sus palabras le recorrían la mente. El último hombre que quede en pie. Recordaba un tiempo en el que también se había sentido de esa manera. Ahora todo lo que quería era devolverle el golpe a Dolor, y si tenía que caer para hacerlo, estaba más que dispuesta. No le importaba no sobrevivir siempre que él muriera con ella. Para eso, se arrastraría desnuda sobre cristales rotos.
De repente, Aidan empezó a reírse y la soltó.
Leta lo miró frunciendo el ceño.
– ¿Qué pasa?
– Morí dijo que estar aquí arriba solo algún día me volvería loco. Maldito si tenía razón. He perdido totalmente la cabeza.
Su humor fuera de lugar no era suficiente para aliviar el dolor en el interior de Leta.
– No, no lo has hecho. Te dije que era guardaespaldas, y lo soy. Vamos a superar esto juntos. Tú y yo.
Su risa murió instantáneamente mientras la fulminaba con la mirada.
– La última vez que una mujer me dijo eso, me sirvió en un plato mi propio corazón cortado en trozos. ¿Qué órgano me vas a arrancar?
– Ninguno, Aidan. Voy a dejarte tal y como te encontré. Estarás aquí, en tu cabaña, más fuerte que nunca.
– ¿Por qué no te creo?
– Porque la gente siempre está dispuesta a creer lo negativo sobre lo positivo. Es más fácil para ti pensar que soy corrupta y malvada, de lo que es verme por lo que realmente soy. Nadie quiere creer que alguna gente está dispuesta a ayudar a otros por su buen corazón, porque no pueden soportar ver a alguien sufrir. Tan poca gente es altruista, que no pueden entender o concebir que alguien más en el mundo pueda poner el bien de otro por encima del propio.
Aidan se congeló cuando esas palabras penetraron su desconfianza. Estaba haciendo exactamente lo que todos le habían hecho a él.
Asumiendo lo peor incluso cuando ella no había hecho nada para justificarlo.
El mundo había querido creer que era frío con su familia, que había hecho algo para justificar su crueldad, porque era mucho menos atemorizante que la verdad. Nadie quería pensar que podían dar todo sobre sí mismos a otro, sólo para que el recipiente se volviera en su contra como un perro rabioso, por ninguna razón lógica.
Si aceptaban la verdad -que Aidan era inocente en todo esto, que su único crimen había sido el hecho de ser demasiado generoso, abierto y amable hacia alguien que no merecía su confianza- entonces los dejaba vulnerables e interrogativos hacia todos los que los rodeaban. Pero en sus corazones, todos sabían la verdad. En algún punto de su vida, todo el mundo había sido traicionado así. Sin ton ni son.
Sólo era deficiencia humana en alguna gente que era usuaria y abusadora.
Como su madre solía decir, es la gente la que no tiene entrenamiento doméstico.
Pero como Leta le había señalado, no todo el mundo era usuario. Aidan nunca había traicionado a nadie. Nunca se había propuesto destruir o hacer daño a otro ser humano. No era propio de él llevarle más miseria a alguien.
Únicamente él había sido leal y digno de confianza en su mundo. Quizás, simplemente quizás, después de todo no estaba solo.
Con la garganta apretada, fulminó a Leta con la mirada.
– Todavía no estoy seguro de que esto no sea una alucinación provocada por intoxicación de monóxido de carbono de mi horno o calentador, pero en el caso de que no lo sea, voy a confiar en ti, Leta. No te atrevas a defraudarme.
– No te preocupes. Si te defraudo, ambos moriremos y nuestro dolor terminará.
– ¿Y si ganamos?
La luz bromista en sus ojos se murió.
– Supongo que viviremos para seguir sufriendo un poco más.
Él rió amargamente.
– No es un gran incentivo para luchar, ¿verdad?
– En realidad no -dijo ella, su mirada suavizándose-. Pero no es propio de mí tumbarme y morir.
– De mí tampoco. -Aidan miró fuera de la ventana al mundo que parecía tan brillante comparado con la anterior tormenta. Si sólo se pudiera quedar de esa manera.
– Así que dime… ¿qué hacemos ahora?
– Vamos a ver a un viejo amigo mío, sobre un serio repelente de dolor.
– ¿Hacen semejante cosa?
Leta se encogió de hombros.
– Vamos a averiguarlo. Y mientras estamos en ello, vamos a ver exactamente lo que Dolor necesita para cruzar a este plano.
Eso tenía sentido.
– Si cruza hasta aquí, ¿cuánta fuerza tendrá?
– ¿Recuerdas las plagas de Egipto?
– Sí. También estaba en esa película.
Ella ignoró su comentario ácido.
– Ese era él practicando y divirtiéndose. Si no lo detenemos, soltará a todos sus compañeros de juegos y ellos extenderán total sufrimiento y tormento por todo el mundo.
– Genial. No puedo esperar. -Dejó escapar un cansado aliento antes de hablar otra vez-. ¿Y qué hay de los otros dioses? ¿Nos ayudarán?
Ella le dio un golpecito en la mejilla casi de forma juguetona.
– Eso, amigo mío, es lo que vamos a averiguar. Abróchate, Buttercup. Este viaje puede ser agitado.
El único problema era que él estaba acostumbrado a eso. Cuando las cosas iban sin problemas era cuando tenía miedo.
Pero incluso mientras ese pensamiento pasaba por su cabeza, fue seguido por la comprensión de que las cosas no iban a estar agitadas.
Iban a ser mortales.
CAPÍTULO 5
– ¡No puedo creer que hayas hecho trampas!
– Yo no puedo creer que no lo supieras ¿Hombre, qué clase de Dios eres? Nunca pensé que la estupidez tuviera una divinidad representativa. Supongo que estoy equivocado, ¿uh?
– Eres un gilipollas.
Aidan frunció el ceño mientras Leta le hacia pasar a un cuarto de mármol blanco donde dos hombres jugaban al ajedrez. Todo en el cuarto era de un blanco estéril, excepto por los dos hombres vestidos de negro y las peculiares piezas de ajedrez que habían estado danzando y luchado alrededor del tablero a su llegada -piezas de ajedrez, criaturas que vivían y respiraban las cuales observaban ahora la discusión de los dioses con gran interés.