Exaltada por ello, chasqueó los dedos y los separó de la tormenta hacia un tranquilo prado. Sin embargo, sintió su incertidumbre mientras él miraba alrededor como si esperara que volviera la tormenta. Necesitaba una distracción. Un enemigo a quien pudiera enfocar su atención para sacarse de la mente el hecho de que se expuso a si mismo a ella y le permitió ver una parte de él que prefería mantener en secreto.
– ¿Convocamos a Dolor?
Él negó con la cabeza.
– Aquí no. Es demasiado abierto. En una lucha justa, quizás nos tenga.
Odiaba admitirlo, pero estaba agradecida de que entendiese el peligro al que se enfrentaban.
– Entonces, ¿qué sugieres?
El mundo cambió hasta que estuvieron otra vez en el huerto de Lyssa. Leta frunció el ceño cuando miró alrededor, todo era completamente diferente de lo que había sido anteriormente. Ahora los colores estaban mudos y la zona de arbustos parecía estar hechos de agua. Pero todavía retorcidos y convertidos en afilados ángulos que no tenían lógica.
– ¿Qué estás haciendo?
Su sonrisa la deslumbró mientras se alejaba andando y le soltaba la mano.
– Enervando a mi adversario.
Ella dirigió una mirada desconfiada hacia un arbusto que tenía forma de un tiburón-ballena, el cual trató de morderla cuando pasó a su lado.
– ¿Qué pasa con nosotros? ¿No nos hará lo mismo?
Aidan se encogió de hombros.
– No sé tú, pero he estado viviendo con la locura desde hace años. Encuentro este tipo de lugar confortable.
– Eso no es lo que has dicho antes.
– Antes no planeaba luchar aquí. Si vamos a hacer algo tan estúpido como llamar al dios Dolor para luchar con él a muerte entonces, ¿qué mejor lugar que este?
Él hizo que tuviera un extraño punto con esa lógica.
– ¿Estás seguro que quieres hacer esto? -preguntó ella.
– Es un poco tarde para dudar de nosotros mismos, ¿no es así?
Quizás, pero todavía tenía el mal presentimiento de que se trataba de un error. Si lo era, entonces tenía la intención de asegurarse de que Aidan estuviera escudado. Y en el fondo de su mente, sabía que esta era la mejor oportunidad que tenían. En este ambiente, tenían algún control.
– Bien entonces. -Ella aspiró profundamente antes de que dar un gritó-. ¡Dolor!
El dios destelló ante ellos y esta vez no estaba solo.
Aidan sintió que comenzaba a latirle la mandíbula mientras contemplaba a los dos dioses.
Dolor era unos buenos seis centímetros más alto que él, calvo y con intricados tatuajes que le cubrían toda la cara y cuerpo. Mientras él era alto y ágil, el hombre a su izquierda era pequeño y musculoso con manos que fácilmente harían dos de los puños de Aidan.
Aidan miró a Leta para confirmar la identidad del otro dios.
– ¿Timor?
Ella asintió sombría.
Encantador saber que su acostumbrada suerte se mantenía. Ahora deseaba haberse quedado en casa. No obstante, no iba a tumbarse en el suelo en esta pelea y dejar que lo pisoteasen. Había nacido dos meses prematuramente y su madre siempre le había dicho que aun cuando era un bebé había habido más lucha en él que en un ring de boxeadores. Había entrado en este mundo como un luchador, y si iba a dejarlo, entonces lo dejaría luchando.
Dolor arqueó una ceja mientras una sonrisa cruel retorcía sus labios.
– Estoy impresionado, Leta. Dijiste que te darías prisa trayéndomelo, pero esto es rápido incluso para ti. Fantástico trabajo.
Un escalofrío bajó por la columna vertebral de Aidan mientras su vieja desconfianza ardía a través de él.
– ¿Qué?
Timor sonrió burlonamente.
– ¿No sabías que estaba trabajando con nosotros para traerte directamente a nuestras manos?
– ¡Mentiroso! -chasqueó Leta. Se volvió hacia Aidan con los ojos dilatados, llenos de miedo-. No los escuches. Están tratando de hacerte daño.
Pero era difícil no creer en eso cuando las viejas cicatrices y los miedos se desgarraban con una brutalidad que le dejaban sintiéndose desnudo delante de ellos. Todos los demás le habían traicionado… su propia carne y sangre lo había arrojado a los perros y se había reído mientras lo hacía. No era un enorme salto de fe el que pensase que ella también lo lanzaría a los perros.
– Aidan, -dijo ella, tratando de llegar a él-. Confía en mí. Por favor.
Quería hacerlo, y cuando su mano le tocó la cara, sintió como sus propias emociones se venían abajo en lo más profundo de su ser. Miedo. Cólera. Agonía. Y todavía debajo de todo eso había una luz tenue de algo que no había sentido en años. Esperanza. Quería creer desesperadamente en ella.
¿Estaba mintiendo?
Cerrando los ojos, cubrió su mano con la de él y saboreó la suavidad de ese toque. Pero, ¿se atrevería a creer en eso?
¿Lo haría?
Aspirando profundamente para darse coraje, se preparó psicológicamente para un momento de brutal verdad.
– ¿Sabéis qué? -preguntó él, abriendo los ojos para observar a Timor y Dolor-. Cuando dije la verdad nadie quiso creerme a pesar de que no les di ninguna razón para que dudaran de mi. Aunque habían visto la verdad sobre mí una y otra vez, quisieron creer en la basura y las mentiras sobre mi carácter. Así que es más fácil creer en las mentiras por encima de la honradez. Por lo tanto, mucho más fácil y seguro culpar a aquello que amas.
Él tomó su mano de la cara y la miró a esos ojos que estaban bordeados de aprensión.
– Hasta que me des una razón para no hacerlo, Leta, confío en ti. -Le besó la mano antes de soltarla a regañadientes.
Las emociones de Leta la estrangularon mientras se daba cuenta de lo que él le había concedido. Pero no tuvo tiempo de insistir en ello antes de que Dolor diese un grito de furia y se lanzase hacia Aidan. Lo dos se enredaron y cayeron al suelo.
Ella apenas tuvo tiempo de evitar el punzón que Timor meció ante ella. Retrocediendo, le dio un fuerte codazo en las costillas. El cielo por encima de ellos se ensombreció peligrosamente, como si se tratara de la respuesta de su lucha. Leta golpeó con fuerza a Timor mientras él bloqueaba y regresaba golpe a golpe. Cuando le conectó un golpe bien dado en la barbilla, ella saboreó la sangre. La cara le dolía por el sólido golpe, pero no podía dejarse atontar.
Gruñéndole, sacó algo y bloqueó su revés. Él regresó con una espada que hizo aparecer por arte de magia. Ella rodó por la hierba que empezaba a serpentear como serpientes mientras él se abalanzaba una y otra vez. Una de las estocadas pasó tan cerca de ella que sintió arañarle la piel. Ella lo pateó, dándole otra vez en las costillas y devolviéndole el golpe.
Timor se tambaleó a los lados.
Aidan se tomó un segundo para revisar a Leta. Le dolía literalmente el no poder ayudarla, pero ella parecía arreglárselas con el dios Timor.
Debido a la distracción de Aidan, Dolor conectó un sólido golpe en su mandíbula. Antes de que pudiera recuperarse, la tierra bajo sus pies se transformó. Él maldijo mientras las hierbas se envolvían alrededor de sus pies como largos y esqueléticos dedos, agarrándole firmemente y manteniéndole en el lugar. Aidan trató de quitárselos de encima, pero eran persistentes.
Dolor se rió.
– Gracias, Hermana Lyssa.
Aidan entrecerró los ojos antes de extender las manos. Usando la imaginación, convocó mágicamente una solución pegajosa para que estallara desde sus palmas. Se enrolló alrededor de Dolor como una cuerda. Él tiro bruscamente con fuerza del Dios hacia adelante para darle un cabezazo.
– Sip.-dijo él con una siniestra risa-. Gracias, Lyssa, por recordarme que estoy en un sueño.
Dolor dejó escapar un bramido de furia. Aidan se rió otra vez antes de librarse de las hierbas. Corrió hacia el lado de la pared más próxima y manifestó una larga vara.
Cuando Dolor intentó seguir, Aidan usó la vara para derribar al Dios. Dolor le disparó una carga. Aidan alzó el brazo y usó la mente para bloquearla con un escudo invisible.
– Maldito si no surte efecto, -entonces Aidan se rió.
Oh, sí, esto le hacía sentirse mejor. Empezaba a pensar que después de todo puede que tuvieran una oportunidad. Si sólo pudiera encontrar un modo de matar a la bestia.